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Fina selección o fin a la selección, that's the question...‏

ALFREDO JOCELYN-HOLT, DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 4 DE OCTUBRE DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/10/04/ALFREDO-JOCELYN-HOLT/FIN-A-LA-SELECCION/
universitarios

Fin a la selección


Es extraordinaria la embestida reciente para terminar con la selección, apretando con platas fiscales, y así imponer el propósito homogenizador. Empezaron con la educación, donde a muchos duele: los hijos, la expectativa de mejora. De continuar en esta línea, puede que se propongan hacer desaparecer la selección de la faz de la tierra. Y eso que en sociedad (y en el cielo) siempre se distingue, discrimina, marca espacios, jerarquiza. Lo otro es suponer que somos todos iguales, que se nos puede emparejar y someter a una misma geometría plana, de la que nadie se libra, a fin de corregir abusos e inequidades.
La Revolución Francesa, que es desde cuando el ideal igualitario se convierte en pasión y dogma, es frustrante para los igualitaristas. La Revolución no se la pudo con la propiedad, no la abolió, puede que hasta la reforzara como principio (requisito censitario lo fue). Lo mismo lo de la meritocracia. El sistema educacional francés, creación de la Revolución y de Napoleón, cuenta con algunas de las instituciones de enseñanza más exigentes del mundo; no está obsesionada con asegurar una educación universal sin distingos.
Los arrebatos igualitaristas de los sans-culottes (el que se impusiera un solo pan y tipo de harina para todos, el tuteo, la destrucción de campanarios por ser “insultos verticales a la igualdad”) no pasan de ser puramente anecdóticos. A Marx lo que le impresionó de la Revolución fue que le siguiera un orden burgués, no que se lograra una igualdad pareja. Por eso escépticos del progresismo bien pensante tachan la retórica de la igualdad como no auténtica, una manera de contentarse con una mera igualdad formal, legal abstracta, de principios, una “mentira funcional” a fin de disimular desigualdades reales.
Por su parte, la Inglaterra y la Norteamérica sajona, ambas individualistas, avanzan otra arista antiigualitaria en el siglo XIX. Vuelven la distinción y selección en un ideal, ya no aristocrático, sino de clases medias acomodadas cuando no aspiracionales. Los “public schools” donde educar a “gentlemen” con medios económicos suficientes (no a nobles), el darwinismo social (a partir de la idea de selección natural), la ética protestante y capitalista (en sentido weberiano): todos ellos torpedearon la idea revolucionaria y niveladora francesa. Nada contradice mejor al igualitarismo como esa inclinación de clases esforzadas por querer distinguirse en virtud de civilidad, buenas maneras, cuidado en las apariencias, en suma, no decaer, seguir aspirando a más, contrastándose con clases menesterosas que sienten como una amenaza.
¿Qué pretenden, pues, nuestros actuales igualitaristas locales? ¿Creen que el cambio social más significativo de las últimas décadas en el país -el ascenso social de una nueva clase media- no ha sido tal? ¿Que se ha producido una regresión histórica clasista? ¿Que la democracia sólo es posible si se nivela mediante leyes? O no será que el señor contralor tiene razón: hay mucho evangelizador revoloteando.

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