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El eufemismo del desarrollo



por Gonzalo Rojas
Diario El Mercurio, Miércoles 14 de Marzo de 2012   

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Desarrollados. Así nos dicen que seremos el año... El año de la pera, el de la pera madura, que nunca termina de alcanzar su adecuada sazón. Siempre le falta, mira tú. Por eso, cuando los chilenos se acercan a la mata y palpan la fruta, la pera sigue verde -eternamente seguirá así-, porque se han creído el cuento del desarrollo, de una vida en que todos seremos bellos, ricos, descansados y campeones. Pero, en la práctica, resulta que abundan en Chile la fealdad y la pobreza, el agotamiento y la frustración. ¿Y para cuándo el desarrollo?
Lo prometían desde la Concertación esos presidentes para todos los gustos, chillones o solemnes, fomes o cariñositos que nos regalaron 20 años de gobiernos supuestamente progresistas. Pero no lograron el desarrollo; no podían hacerlo, porque no sabían cómo.
Lo anuncian ahora ministros, parlamentarios y tecnócratas del gobierno de la Alianza: ya llegaremos, nos dicen; dennos más tiempo; una segunda oportunidad para lograrlo, nos piden. Y muestran medidas, y gráficos, y fiscalizaciones, y proyectos de ley. Y aunque la mayoría de los suyos sí sabe cómo conseguir el objetivo, muchos no se animan a usar los medios necesarios con total consecuencia.
Entonces, resulta que este es un gobierno a mitad de camino, no porque haya pasado la línea divisoria del 50 por ciento del período, sino porque desde el inicio de su campaña electoral y hasta hoy ha estado moviéndose siempre en el "si bien es cierto, no es menos cierto". Y casi todo resulta ser, entonces... menos cierto.
A quién le puede importar si el Gobierno es de derecha tradicional, de derecha popular, de derecha conservadora, de nueva derecha, de derecha liberal o de centroderecha. Lo que necesitan los chilenos es un buen gobierno; no que al Gobierno le vaya bien, como se decía en sus primeros días, sino que lo haga bien.
En los gobiernos de la Concertación había simplemente error -bueno, unido a la incapacidad y a la corrupción-, y esa falla de origen explica tantos de los desastres que se produjeron en Chile. Pero a veces se descubre en la actual administración algo peor: la tibieza de quienes tienen convicciones que temen llevar hasta sus completas consecuencias.
Desarrollo es una palabra que trata de enmascarar esas medias tintas, porque busca expresarse en números que supuestamente muestran crecimiento de los salarios reales y del acceso a los bienes durables; cifras que consignan muchos nuevos kilómetros asfaltados y miles de viviendas en oferta.
Pero, ¿qué se hace con los otros datos, con los que muestran los desastres humanos?
¿Qué se hace con la caída de la natalidad que nos lleva a no reponer población? ¿Se combate a la mentalidad antinatalista con valentía? No, eso sería integrista, dicen.
¿Qué se hace con la presencia de dos tercios de los niños nacidos fuera del matrimonio? ¿Se está en campaña para fortalecer el compromiso fundamental entre un hombre y una mujer? No, eso sería discriminar, afirman.
¿Se abordan los índices de sexualidad desordenada y de drogadicción juvenil como problemas gravísimos de sobrevivencia nacional? No, esa sería una limitación a sus libertades, claman desde esferas de Palacio.
¿Se refuerza la necesidad de la disciplina en todas las esferas educativas para terminar con la violencia intraescolar? No, por ahí sólo se incentiva la espiral de la rebeldía, contestan.
¿Cómo se afrontan los altísimos índices de enfermedad mental? ¿Con un incentivo a la cultura cualitativamente bella? No, porque eso es elitista, dicen.
Pero así, con esos eufemismos, un país podrá parecer desarrollado -tecnológico, comunicado, consumidor-, pero mientras no esté humanizado, seguirá siendo infeliz.

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