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Campanillazos de marzo,campanillazo de marzo...



por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 5 de marzo de 2012

Febrero se fue y no hubo 
forma de alargarlo un poco más.

Digo, psicológicamente.

Una distracción,
un poco de sueño atrasado,
dos o tres compromisos,
un insomnio y ya:
se esfumó en una noche
el mes de las promesas,
de los caminos emboscados,
de los buses interprovinciales
esperando con el motor encendido
en un andén nocturno,
de las mañanas esplendorosas
y de las tardes de sandías,
de siesta, de películas repetidas.

Pasamos de las bellas promesas no resueltas
a los cobros fácticos formulados con cara de palo.

La plata, si la hay, se divide en tucadas:
una tucada para libros escolares
-libros feos, no muy memorables,
por decirlo así, pero bastante caros-;
otra tucada para asuntos vinculados a un auto,
entre ellos un parte pendiente por estacionar
en un lugar no habilitado en un día feriado
en una calle chica de Providencia: sesenta lucas.

Me detengo en este punto:
el día del parte la ciudad 
estaba totalmente vacía.

Se habían guardado
hasta las viejas y las moscas.

Todos dormían u holgaban
o se rascaban la pera en sus patios.

En la calle sólo estaba el sol
resquebrajando las veredas.

El sentido común indicaba
que aquello constituía
una especie de asueto.

Me estacioné 
en una calle desértica
para tomar un café 
en el único boliche abierto.

Al volver alcancé a pillar
a unos tipos de azul en unas motos,
con papeletas en las manos.

Traté de hablarles 
con el lenguaje del sentido común
pero me contestaron cortantes, con jerga:
"denuncio", "juzgado de policía local". 

En fin.

Supongo que este celo municipal
tiende a proteger algún tipo 
de contrato con los dueños 
de los estacionamientos subterráneos.

Tales estacionamientos
se han ido automatizando
con los años: antes tenían
un equipo de cuidadores, cobradores 
y hasta limpiadores de autos.

Ahora hay máquinas.

Cuando uno baja tarde,
tiene frente a sí varios niveles
de abandono iluminado.

No hay a quién hacerle
una maldita consulta
(¿por qué será que uno avanza
por la vida de consulta en consulta?)

Se insinúa ahora un poco de viento
entre hojas medianamente secas de árboles.

La luz se ha puesto más intensa
y oblicua hacia el final del día.

Se adelanta lo que Miguel Vicuña
denominaba "el otoño arbóreo".

Alguien trae un tarro de miel
comprado en la carretera.

Unos amigos me ofrecen
un saco de cebollas,
resultado de la sobreproducción
de un pequeño campo.

Le agregan al regalo 
unos ajíes muy perfumados
y tomates verdes semienanos.

Marzo, a juzgar 
por la luz y la atmósfera,
debería ser un buen mes,
pero el problema es que
para todos equivale
a una vuelta súbita a la realidad.

Se acaba la hora del holgazán
y comienza la del burócrata,
que anda con mangas negras
recién sacadas de la tintorería.

Cambiamos la palabra viajes
por la palabra clases.

La palabra juego
por la palabra obligación.

Siempre ha sido así.

Hace unos días nos despertábamos
por el puro declive del sueño
que toca la orilla de la vigilia:
hoy lo hacemos merced
al soberbio campanillazo escolar
de todos los tiempos.


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