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Elogio del foul por César Olmos


La doctrina maquiavélica 
del fin justificando medios
aplicada al ámbito futbolístico, 
en el que la reciedumbre comprensible
por el ímpetu de la disputa
en un deporte por naturaleza rudo,
se convierte en la guerra por otros medios
-y no tan distintos en algunos casos-,
con tribus antagónicas
adictas a la violencia 
y al triunfo a como dé lugar
y en el que faltas arteras,
más o menos discretas,
son amparadas en la tradicional
ceguera o vista gorda del cuerpo arbitral
y/o en la astucia de jugadores
más expertos en destruir que en crear.

Pero así son las cosas
y el artículo que a continuación se acompaña, 
lo despliega con cierta gracia
a pesar de su evidente inmoralidad
justificada solamente en una ética del espectáculo
propia de coliseos de antigüedad imperial.


Por RRA



Es fome un partido sin fouls. 

No hablo del guadañazo asesino 
que cruje, triza y rompe huesos. 

Y menos de sus efectos truculentos, 
tan pornográficamente mostrados 
en esos videos de YouTube que se solazan 
con la "impactante lesión" de fulanito. 

No. Hablo del viejo y querido hachazo. 

El que va y te pone 
sin prisa y sin pausa 
un Lugano, un Gattuso, un Vidic. 

Con precisión, con clase; 
con tranquilidad, incluso. 

O también del demonizado tackle deslizante 
(tan querido para hombres como "Chupete" Hormazábal), 
del eficiente puntazo al tobillo por detrás 
(de un Mario Lepe, por citar a uno de muchos), 
o de la zancadilla maletera al pasar, 
que ensayaba con maestría el "Cholo" Simeone.

No hablo del codazo indecente 
(como el del "Loco" Vargas a Coates 
en la última Copa América), 
homicida (de Leonardo a Tab Ramos 
en el Mundial de Estados Unidos) 
u odontológico (de Nelson Acosta 
a Pancho Las Heras en una liguilla de hace siglos), 
ni de la plancha a la altura de la medallita 
ni de obscenidades aún mayores.

Hablo del foul como expresión de juego, no de simple agresión.

A diferencia de otros deportes, como el básquetbol, 
en el fútbol el foul está siempre mal visto 
y al entrenador que se lo descubre usándolo 
como parte de su táctica le llueven las críticas 
("último de rasca el DT: ordenó salir a pegar"). 

¿Y al jugador que lo practica con ahínco? 

Bueno, ese es un joven rústico, picapedrero y chancho.

Es cierto: muchas veces 
son justos esos "rótulos", 
pero pegar también tiene su arte, 
y aquellos que lo cultivan con vocación 
pueden alcanzar niveles de excelencia. 

Es una disciplina que precisa de cierto cinismo, eso sí: 
un buen hachero siempre sabe ocultar sus destrezas.

Ver al citado Lugano levantar el trofeo al "Fair Play" 
que se ganó Uruguay en Argentina 2011 es una pieza de colección. 

Lugano atendió con esmero durante toda la Copa, 
pero lo hizo con tal autoridad (que no delicadeza), 
que los seis árbitros que lo dirigieron le mostraron, 
en total, una sola y aguachenta tarjeta amarilla. 
Un crack , la "Tota".

Digno heredero del paraguayo Carlos Gamarra, 
profesor de profesores a la hora de aforrar 
sin que se enterara jamás el colegiado. 

Su PhD lo sacó en el Mundial de Corea-Japón 2002, 
donde el "Colorado" pegó sin levantar sospechas: 
a su equipo le mostraron 
diez amarillas en cuatro partidos, 
pero él no colaboró con ninguna.

Porque una falta bien hecha es útil y pone orden. 

Lo sabía Elías Figueroa, 
que sacó de la cancha de un solo viaje 
al ucraniano Oleg Blokhin 
en el partido URSS-Chile 
por las eliminatorias de Alemania 74; 
y también Pedro Reyes, 
que en el primer córner 
que pudo le aplicó 
un cortito a los riñones 
al niño Michael Owen 
en el recordado triunfo 
en Wembley de 1998. 
Y ahí quedó Michael Owen.

Los que lo vieron jugar 
refieren que hasta el sacrosanto Pelé 
usaba sus codos para algo más que equilibrarse 
cuando cabeceaba entre centrales mala leche. 

Y anda a ganarle un salto a Pelé.

La noche del jueves miraba 
en el estadio el partido de Messi y sus amigos. 

Iban 25 minutos, 
y Selman no había soplado su pito. 

Está bien: es un amistoso, 
se juega con otra intensidad, 
y nadie quiere lesionar a nadie. 

Y hubo nueve goles. 

Pero pucha 
que se echó en falta 
una patada bien puesta.
 

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