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Desde la calle


por David Gallagher
Diario El Mercurio, Viernes 15 de Julio de 2011http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/07/15/desde-la-calle.asp
 
Todos intentamos interpretar las protestas que se ven en el país.
Protestas que asombran, porque ocurren cuando la economía crece a toda
velocidad. Eugenio Tironi ha sugerido, interesantemente, que en Chile
se estaría dando una tardía "revolución cultural", semejante a la de
los hippies o la de los estudiantes en Francia, en mayo de 1968.
Habría una búsqueda de valores "post-materiales" por parte de jóvenes
que, paradójicamente, tal como en la Francia de esa época, estarían
también preocupados por su futuro económico, preguntándose si el
vertiginoso aumento de las matrículas universitarias va a redundar en
un número equivalente de oportunidades.
 
Creo que las protestas son un síntoma de un proceso que se da en Chile
desde hace mucho tiempo; uno en que la gente se ha ido sintiendo más
desinhibida, menos intimidada, más empoderada, menos temerosa de
pensar por sí misma. Algo hay en esto de rebelión de hijos contra
padres, por lo menos en un sentido metafórico. De hijos liberados de
culpa, al descubrir que los "padres" -llámense políticos, empresarios,
sacerdotes- no eran todos tan perfectos. De hijos ahora "indignados"
porque sienten que esos "padres" imperfectos les imponían pautas, sin
dejarlos desarrollar su propia capacidad de discernimiento.
 
Es, quizás, parte de la naturaleza humana esa necesidad de denunciar a
un padre o a una autoridad, para poder forjar una identidad propia, y
para eso el "lucro" es una metáfora liberadora ideal. La palabra -da
lo mismo qué significa- es tan fea, que permite acusar sin explicar.
Quizás deberíamos extrañarnos de que demorara tanto tiempo este
proceso. Que por tanto tiempo la ciudadanía fuera tan dócil. Que nos
demoráramos tanto en convertirnos en un "país normal", como ahora nos
llama el Economist.
 
En todo caso, el Chile que emerge, por mucho que sea más complejo que
el de antes y más difícil de gobernar, es, por eso mismo, más
interesante, más pujante, más creativo. Es un país en que se han
abierto puertas y ventanas. Un país donde la gente se atreve a ser
distinta. Donde se teme cada vez menos la verdad. Donde caen las
máscaras. Donde un gay no está obligado a esconderse por toda una
vida. Donde es permisible un sano escepticismo cuando hablan con
prepotencia de "valores" quienes creen ser los únicos en tenerlos.
 
Si logramos distinguir entre las proclamas ideologizadas de algunos
dirigentes juveniles comunistas, y el espíritu más profundo de lo que
se da en la calle, no es difícil constatar que este nuevo Chile que
emerge no es ni de derecha ni de izquierda. La mayoría de los que
protestan no lo hacen en contra del Gobierno: basta ver el desempeño
de la Concertación en las encuestas. Detrás de las consignas que unen
a la gente por un día, lo que se ve es una demanda no sólo por más
igualdad, sino también por más pluralidad, más libertad, más
oportunidad para asumir responsabilidades, y éstos son valores de la
centroderecha.
 
Por eso, el Gobierno no debería sentirse intimidado. Debería, sobre
todo, evitar mostrarse asustado ante las presiones, como ha pasado
demasiadas veces: la última fue el congelamiento, hace sólo un par de
días, de la agenda Impulso Competitivo. Pretender obviar las presiones
retirando medidas buenas, o recurriendo a ofertones monetarios, sólo
logra multiplicarlas. Al Gobierno le corresponde más bien dirimir con
sabiduría entre los intereses -por definición contradictorios entre
sí- que irrumpen todos los días. Le cabe, además, ver más allá de lo
que cada uno pide, para conectarse con lo más profundo de lo que se
manifiesta en la calle, e incluso sacarle partido, con ideas creativas
que inspiren y encanten a los jóvenes en su búsqueda de esos valores
post-materiales.

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