A las dos de la mañana, en Vitacura con Luis Carrera, los techos de más de 600 autos lucen perfectamente blancos gracias a la escarcha congelada.
Adentro, lo único blanco es la cabeza de los animados clientes de la disco; ayer todo un hit entre los "lolos", eso cuando aún existían los "lolos". Hoy insólitamente hot entre quienes tienen 40, 50. Y 60 también. Pasada la medianoche, la entrada cuesta 12 mil pesos; eso con derecho a un trago. Cielos, la última vez que pagué por entrar a una disco no creo haber cancelado más de mil. Obvio: ha pasado el tiempo y no es necesario verse la pelada para saber que ahora sí que estás en el público objetivo de esta disco -ícono del night-life santiaguino- que redescubre la pólvora gracias a sus kermeses seniors en las que poco y nada importa si se te desparrama el jeans. O aún peor, cuando encienden esa luz blanca que cuando eras joven acentuaba el blanco de los dientes, de sopetón te muestra lo fregado que estás.
Sin misericordia.
Bajo las escaleras.
Impacto.
Es Julio comienza en Julio, pero al revés. O sea, muchos hombres y muchas mujeres buscan una nueva oportunidad en la vida, en la noche.
La libido, al ritmo de Toto y Ceratti, da sus últimos estertores antes del amanecer.
No miento si digo que la Eve, el Club Eve, es como uno de esos encuentros de colegio en el que todos tienen cara de conocidos pero, finalmente, no sabes quién es quién. Te patina el disco duro. ¿Quién es esa?, te preguntas una y otra vez. Esa morena-rubia ¿no es Paola Camaggi después del último Verano Belmont?
Más de 600 contertulios saltan, bailan. Y lo primero en lo que reparas es en el hecho de que la industria farmacéutica nada pudo hacer por la piel en las últimas dos décadas.
Busco dónde sentarme.
No miento si digo que, en un momento, juré de guata ver a Juan Carlos Politis. ¿Quién no conoció a Juan Carlos Politis? El animador de la "Gente" que cada fin de semana abría las puertas de la disco, en el subterráneo del Omnium, para que acto seguido más de 800 personas empezaran a retorcerse con I'm your boogie man, de KC & de Sunshine Band.
Unos años atrás, alguien me dijo que Politis había muerto, víctima de un infarto. No lo sé. Por ahora lo único mortal es la gran escena que trato de resumir en unos garabatos que escribo en unas servilletas que robé del bar.
2 AM
La Eve está repleta: frente a una gran barra, más de 50 personas aún comen y comen antes de decidirse a bailar. La Cuca tenía razón: comida y dancing es negocio seguro.
La luz negra, esa que antes era sinónimo de éxito en toda fiesta bien producida de colegio, ahora sólo revela la mala calidad de la tintura para el pelo. Es que el pelo de casi toda la gente se ve disparejo. Tanto que, a ratos, casi agradezco no tener pelo.
Suena: Un nuevo estilo de baile. Y yoooo /No lo sabíaaaaa.
2:30 AM
El DJ es personaje. El DJ es el DJ Tata, el más viejo de Chile y otro clásico de la noche capitalina. Su nombre quizás no les dirá mucho, pero conténtense con saber que se llama Elías Lloyd y es un abuelo frente a la tornamesa, con pelo totalmente cano, y una polera de Don Ramón. Lloyd es una leyenda que trabajó en la Studio 27, en la Oz y en varias discos de Viña; Lloyd es un tipo que tuvo disquerías en Santiago y, bueno, ahora está en la Eve. Como si nada hubiera pasado. Como si las fotos se siguieran guardando en rollos.
Junto al bar, un hombre de unos 50 años, con camisa bordada y pelo teñido, bebe un trago fluorescente. A su lado, un pelado, con polera de rugby, acaba su whisky tal como lo hubiera hecho cuatro décadas atrás. La diferencia es que ahora, como si nada, bebe Blue Label. Y al único que se jotea es a sí mismo.
Es raro: es como si aquí, en la Eve, pocos supieran que existe Mercado Libre, la tienda on-line donde puedes vender todo lo que ya pasó. Eso porque, aunque la Eve no sea el Museo de la Moda, aquí y allá hay quienes llevan pequeños/grandes íconos ochenteros. Al menos un par anda con Yellow Boots, dos chicas tienen el pelo escarmenado y con cintillo.
Si tienes 40, 50, te resultará familiar la Eve. Ahí está toda esa gente con la que, seguro, sin intercambiar palabra, alguna vez te topaste en Mundo Mágico mientras veías el show de los osos trompetistas. Es la generación no generación que fue testigo de cómo cambiaron los celulares, de cómo pasamos del Pong al Súper Nintendo, de las primeras grabadoras al iPhone pantalla touch. De la TV en blanco y negro al Full HD, del Chavo del Ocho a Calle 7. Del VHS al Blue Ray.
Los que están ahí son los que se sorprendieron con Superman, con ET, con los Goonies. En la Eve es inevitable creerse Marty McFly en la máquina del tiempo de Emmett Brown.
Un tipo viste una insólita parka sin mangas MS7000. Esas que tan bien se veían en el bar de Portillo tres décadas atrás.
La Eve es, por lo mismo, también una pesadilla. Es como entrar a la Casa del Terror de Fantasilandia. Ok: no está Fredy Krueger, pero sí un señor igual al Lolo Peña, con abrigo, traje y corbata. Y el Lolo Peña baila y baila, sin soltar su trago, mientras en los parlantes de la Eve suena David give me love. Give me love...
Me faltan servilletas para anotar.
3:00 AM
En las mujeres predomina el look perno: polera blanca, chalequito, medallita con la Virgen. Da lo mismo qué Virgen.
Hay costumbres que no cambian.
Juan Carlos, un ingeniero que trabaja entre Estados Unidos y Chile, asegura que las "minas" (él dice las "minas") "no han aprendido la lección".
-¿Cómo es eso?
-Claro. Una mujer, aún guapa, pero ya con sus años, me acaba de decir que se iría conmigo, pero no hay ninguna posibilidad pues me conoció en esta disco. Y ella no se metería jamás con un hombre que conoció en una disco. Las mujeres chilenas no han aprendido nada. Perdieron, pero siguen quebrándose.
Puede ser: ahí enfrente están Los Ángeles de Charlie: tres rubias de, fácil, 50 años que andan para todos lados juntas siguiendo a su propia Farrah; la flaca del grupo que, probablemente, era bastante guapa a los 40. Y ahora sigue sola, sin anillo matrimonial, diciéndole que no a cuanto macho se le cruce en el camino. Para qué, si ella tiene a sus amigas.
Canta Luca Prodán: La rubia tarada, aburrida, me pregunta ¿por qué te pelaste?.
3:30 AM
¿Lo dije? El ambiente, en la Eve, es por decirlo de algún modo, más honesto que el que podrías encontrar, no sé, en Las Urracas. Aquí, de hecho, nadie twitea, nadie mueve sus pulgares ante la BlackBerry, nadie engrupe y nadie toma mucho. En la última adolescencia, la más tardía, la ansiedad ha sido reemplazada por la resignación.
Suena Do you remember mientras no pocos hombres se tocan el pelo bendecido por Grecian 2000. Sorprende enterarse que, bien entrado el siglo XXI, muchos hombres se tiñen el pelo. Y, al menos en la Eve, les da exactamente lo mismo si se nota o no.
En la barra del bar son las manos las que revelan la edad. Al menos ahí todas las manos parecen de abuelo, de abuela. Luego está el resto del cuerpo. Qué diablos: lo que no hizo el Balthus en un año no lo puede hacer la Eve en una noche.
4:00 AM
Sigo anotando observaciones en las servilletas.
-No es bueno ser crespa a los 50. Se ve raro.
-Los hombres no se ven particularmente atléticos con sweaters sin mangas.
-Los hombres no debieran ir a una disco con bufanda. Eso déjenselo a Paulsen.
-Tampoco es muy sexie usar montgmorey. Pero, en la Eve, al menos la mitad de los hombres debe usar montgomery.
En un rincón, otro grupo de oficina celebra un cumpleaños. Hay más velas que torta.
Hay algo de heroico en el ambiente. Y, aunque nadie lo dice, la consigna silenciosa entre la bulla no parece ser otra que... aún se puede... Se puede mover el esqueleto, pinchar, coquetear, conquistar.
¿Puedo hacer una confesión? Desde que viajé a Moscú que no sentía que tantas mujeres me miraran. Pero, bueno, ese es el secreto que parece haber encontrado la Eve, disco creada por los Muzard a fines de los 60, para cobijar en sus renovados 1.400 metros el concepto de resto-dance que, cada fin de semana, captura a casi mil personas que llegan atraídas por la oportunidad de encontrar lo perdido. Sobra, por lo mismo, nostalgia.
Suena I am walking on sunshine. Ah, ah.
Una mujer, la secretaria linda, le dice al jefe.
-Hey, no has bailado nada. Eres un fome.
El jefe, en verdad, desde que llegó lo único que ha hecho es tomar. Total, ya sabe que es fome. Es uno de esos tipos que, en los años de las kermesses, durante toda la noche daban vueltas y vueltas con un copete en la mano. Es el particular huevódromo del loser que, ayer como hoy, no ha dejado de perder.
4:30 AM
Pido un mojito . Y, como tengo hambre, unos fetuccini.
Frente a mi mesa hay una negra Modelo. También mucha rubia Budweiser. La gente más pituca bebe agua artesanal de glaciar. Claro: ya no somos los mismos.
¿Somos o no somos? Eso es lo que no dejas de preguntarte en la Eve; la disco que, cuando abrió sus puertas en 1969, sus clientes no dejaban de celebrar la erótica coincidencia. Cómo no: la ciudad, enloquecida, se aprestaba a la única revolución, la revolución de las hormonas, que realmente conoció.
Suenan Los Prisioneros: sexo compro, sexo arriendo, sexo vendo. Sexo, sexo, sexo.
-¿Sexo? ¿A los 50 a quién le importa el sexo? -asegura un maduro ejecutivo que devora una hamburguesa.
La cantinela ochentera no para. Es una fiebre.
Yo que nací con Videla...
Se acerca el amanecer e, impajaritablemente, los hombres se ponen sus anteojos para leer la cuenta antes de sacar la Redcompra.
Canta Charly: No voy en tren, voy en avión.
Y entonces uno piensa que, pobres, a las Ángeles de Charlie se les pasó el tren, pero también el avión.
Y la esperanza no se acaba. Viaje de amor... Y música ligera.... Dice Ceratti, imperturbable.
Hay más apuntes de servilleta:
-Qué tontera eso de meterse a Facebook. ¿Para qué buscar el pasado en Internet si esto es mucho más entretenido? -decía Pablo, jefe de informática de una empresa que ha venido en masa a la fiesta.
La verdad, no me acuerdo muy bien cómo era la Eve veinte, treinta años atrás. Lo que sí sé es que como está ahora no debe ser muy diferente. Del cenit caen tres bolas con espejos. Y, a lo largo de la pista de baile, una franja retroiluminada, cono esas escenografías de los programas de Enrique Maluenda, insiste en asegurar que la vida es un show que, cada semana, tendrá una nueva oportunidad.
Miro al muro y reparo en que la decoración tiene algo de submarino. Cierto: la Eve no es el Ocean Pacific, pero todo esto no es otra cosa que un viaje al fondo de la memoria.
Llego a casa. Saco las servilletas del pantalón. Mi mujer pregunta:
-¿Cómo te fue?
-Noche de thriller. Michael Jackson sonó toda la noche -respondo, antes de largarme a dormir.
Más de 600 contertulios saltan, bailan. Y lo primero en lo que reparas es en el hecho de que la industria farmacéutica nada pudo hacer por la piel en las últimas dos décadas.
Adentro, lo único blanco es la cabeza de los animados clientes de la disco; ayer todo un hit entre los "lolos", eso cuando aún existían los "lolos". Hoy insólitamente hot entre quienes tienen 40, 50. Y 60 también. Pasada la medianoche, la entrada cuesta 12 mil pesos; eso con derecho a un trago. Cielos, la última vez que pagué por entrar a una disco no creo haber cancelado más de mil. Obvio: ha pasado el tiempo y no es necesario verse la pelada para saber que ahora sí que estás en el público objetivo de esta disco -ícono del night-life santiaguino- que redescubre la pólvora gracias a sus kermeses seniors en las que poco y nada importa si se te desparrama el jeans. O aún peor, cuando encienden esa luz blanca que cuando eras joven acentuaba el blanco de los dientes, de sopetón te muestra lo fregado que estás.
Sin misericordia.
Bajo las escaleras.
Impacto.
Es Julio comienza en Julio, pero al revés. O sea, muchos hombres y muchas mujeres buscan una nueva oportunidad en la vida, en la noche.
La libido, al ritmo de Toto y Ceratti, da sus últimos estertores antes del amanecer.
No miento si digo que la Eve, el Club Eve, es como uno de esos encuentros de colegio en el que todos tienen cara de conocidos pero, finalmente, no sabes quién es quién. Te patina el disco duro. ¿Quién es esa?, te preguntas una y otra vez. Esa morena-rubia ¿no es Paola Camaggi después del último Verano Belmont?
Más de 600 contertulios saltan, bailan. Y lo primero en lo que reparas es en el hecho de que la industria farmacéutica nada pudo hacer por la piel en las últimas dos décadas.
Busco dónde sentarme.
No miento si digo que, en un momento, juré de guata ver a Juan Carlos Politis. ¿Quién no conoció a Juan Carlos Politis? El animador de la "Gente" que cada fin de semana abría las puertas de la disco, en el subterráneo del Omnium, para que acto seguido más de 800 personas empezaran a retorcerse con I'm your boogie man, de KC & de Sunshine Band.
Unos años atrás, alguien me dijo que Politis había muerto, víctima de un infarto. No lo sé. Por ahora lo único mortal es la gran escena que trato de resumir en unos garabatos que escribo en unas servilletas que robé del bar.
2 AM
La Eve está repleta: frente a una gran barra, más de 50 personas aún comen y comen antes de decidirse a bailar. La Cuca tenía razón: comida y dancing es negocio seguro.
La luz negra, esa que antes era sinónimo de éxito en toda fiesta bien producida de colegio, ahora sólo revela la mala calidad de la tintura para el pelo. Es que el pelo de casi toda la gente se ve disparejo. Tanto que, a ratos, casi agradezco no tener pelo.
Suena: Un nuevo estilo de baile. Y yoooo /No lo sabíaaaaa.
2:30 AM
El DJ es personaje. El DJ es el DJ Tata, el más viejo de Chile y otro clásico de la noche capitalina. Su nombre quizás no les dirá mucho, pero conténtense con saber que se llama Elías Lloyd y es un abuelo frente a la tornamesa, con pelo totalmente cano, y una polera de Don Ramón. Lloyd es una leyenda que trabajó en la Studio 27, en la Oz y en varias discos de Viña; Lloyd es un tipo que tuvo disquerías en Santiago y, bueno, ahora está en la Eve. Como si nada hubiera pasado. Como si las fotos se siguieran guardando en rollos.
Junto al bar, un hombre de unos 50 años, con camisa bordada y pelo teñido, bebe un trago fluorescente. A su lado, un pelado, con polera de rugby, acaba su whisky tal como lo hubiera hecho cuatro décadas atrás. La diferencia es que ahora, como si nada, bebe Blue Label. Y al único que se jotea es a sí mismo.
Es raro: es como si aquí, en la Eve, pocos supieran que existe Mercado Libre, la tienda on-line donde puedes vender todo lo que ya pasó. Eso porque, aunque la Eve no sea el Museo de la Moda, aquí y allá hay quienes llevan pequeños/grandes íconos ochenteros. Al menos un par anda con Yellow Boots, dos chicas tienen el pelo escarmenado y con cintillo.
Si tienes 40, 50, te resultará familiar la Eve. Ahí está toda esa gente con la que, seguro, sin intercambiar palabra, alguna vez te topaste en Mundo Mágico mientras veías el show de los osos trompetistas. Es la generación no generación que fue testigo de cómo cambiaron los celulares, de cómo pasamos del Pong al Súper Nintendo, de las primeras grabadoras al iPhone pantalla touch. De la TV en blanco y negro al Full HD, del Chavo del Ocho a Calle 7. Del VHS al Blue Ray.
Los que están ahí son los que se sorprendieron con Superman, con ET, con los Goonies. En la Eve es inevitable creerse Marty McFly en la máquina del tiempo de Emmett Brown.
Un tipo viste una insólita parka sin mangas MS7000. Esas que tan bien se veían en el bar de Portillo tres décadas atrás.
La Eve es, por lo mismo, también una pesadilla. Es como entrar a la Casa del Terror de Fantasilandia. Ok: no está Fredy Krueger, pero sí un señor igual al Lolo Peña, con abrigo, traje y corbata. Y el Lolo Peña baila y baila, sin soltar su trago, mientras en los parlantes de la Eve suena David give me love. Give me love...
Me faltan servilletas para anotar.
3:00 AM
En las mujeres predomina el look perno: polera blanca, chalequito, medallita con la Virgen. Da lo mismo qué Virgen.
Hay costumbres que no cambian.
Juan Carlos, un ingeniero que trabaja entre Estados Unidos y Chile, asegura que las "minas" (él dice las "minas") "no han aprendido la lección".
-¿Cómo es eso?
-Claro. Una mujer, aún guapa, pero ya con sus años, me acaba de decir que se iría conmigo, pero no hay ninguna posibilidad pues me conoció en esta disco. Y ella no se metería jamás con un hombre que conoció en una disco. Las mujeres chilenas no han aprendido nada. Perdieron, pero siguen quebrándose.
Puede ser: ahí enfrente están Los Ángeles de Charlie: tres rubias de, fácil, 50 años que andan para todos lados juntas siguiendo a su propia Farrah; la flaca del grupo que, probablemente, era bastante guapa a los 40. Y ahora sigue sola, sin anillo matrimonial, diciéndole que no a cuanto macho se le cruce en el camino. Para qué, si ella tiene a sus amigas.
Canta Luca Prodán: La rubia tarada, aburrida, me pregunta ¿por qué te pelaste?.
3:30 AM
¿Lo dije? El ambiente, en la Eve, es por decirlo de algún modo, más honesto que el que podrías encontrar, no sé, en Las Urracas. Aquí, de hecho, nadie twitea, nadie mueve sus pulgares ante la BlackBerry, nadie engrupe y nadie toma mucho. En la última adolescencia, la más tardía, la ansiedad ha sido reemplazada por la resignación.
Suena Do you remember mientras no pocos hombres se tocan el pelo bendecido por Grecian 2000. Sorprende enterarse que, bien entrado el siglo XXI, muchos hombres se tiñen el pelo. Y, al menos en la Eve, les da exactamente lo mismo si se nota o no.
En la barra del bar son las manos las que revelan la edad. Al menos ahí todas las manos parecen de abuelo, de abuela. Luego está el resto del cuerpo. Qué diablos: lo que no hizo el Balthus en un año no lo puede hacer la Eve en una noche.
4:00 AM
Sigo anotando observaciones en las servilletas.
-No es bueno ser crespa a los 50. Se ve raro.
-Los hombres no se ven particularmente atléticos con sweaters sin mangas.
-Los hombres no debieran ir a una disco con bufanda. Eso déjenselo a Paulsen.
-Tampoco es muy sexie usar montgmorey. Pero, en la Eve, al menos la mitad de los hombres debe usar montgomery.
En un rincón, otro grupo de oficina celebra un cumpleaños. Hay más velas que torta.
Hay algo de heroico en el ambiente. Y, aunque nadie lo dice, la consigna silenciosa entre la bulla no parece ser otra que... aún se puede... Se puede mover el esqueleto, pinchar, coquetear, conquistar.
¿Puedo hacer una confesión? Desde que viajé a Moscú que no sentía que tantas mujeres me miraran. Pero, bueno, ese es el secreto que parece haber encontrado la Eve, disco creada por los Muzard a fines de los 60, para cobijar en sus renovados 1.400 metros el concepto de resto-dance que, cada fin de semana, captura a casi mil personas que llegan atraídas por la oportunidad de encontrar lo perdido. Sobra, por lo mismo, nostalgia.
Suena I am walking on sunshine. Ah, ah.
Una mujer, la secretaria linda, le dice al jefe.
-Hey, no has bailado nada. Eres un fome.
El jefe, en verdad, desde que llegó lo único que ha hecho es tomar. Total, ya sabe que es fome. Es uno de esos tipos que, en los años de las kermesses, durante toda la noche daban vueltas y vueltas con un copete en la mano. Es el particular huevódromo del loser que, ayer como hoy, no ha dejado de perder.
4:30 AM
Pido un mojito . Y, como tengo hambre, unos fetuccini.
Frente a mi mesa hay una negra Modelo. También mucha rubia Budweiser. La gente más pituca bebe agua artesanal de glaciar. Claro: ya no somos los mismos.
¿Somos o no somos? Eso es lo que no dejas de preguntarte en la Eve; la disco que, cuando abrió sus puertas en 1969, sus clientes no dejaban de celebrar la erótica coincidencia. Cómo no: la ciudad, enloquecida, se aprestaba a la única revolución, la revolución de las hormonas, que realmente conoció.
Suenan Los Prisioneros: sexo compro, sexo arriendo, sexo vendo. Sexo, sexo, sexo.
-¿Sexo? ¿A los 50 a quién le importa el sexo? -asegura un maduro ejecutivo que devora una hamburguesa.
La cantinela ochentera no para. Es una fiebre.
Yo que nací con Videla...
Se acerca el amanecer e, impajaritablemente, los hombres se ponen sus anteojos para leer la cuenta antes de sacar la Redcompra.
Canta Charly: No voy en tren, voy en avión.
Y entonces uno piensa que, pobres, a las Ángeles de Charlie se les pasó el tren, pero también el avión.
Y la esperanza no se acaba. Viaje de amor... Y música ligera.... Dice Ceratti, imperturbable.
Hay más apuntes de servilleta:
-Qué tontera eso de meterse a Facebook. ¿Para qué buscar el pasado en Internet si esto es mucho más entretenido? -decía Pablo, jefe de informática de una empresa que ha venido en masa a la fiesta.
La verdad, no me acuerdo muy bien cómo era la Eve veinte, treinta años atrás. Lo que sí sé es que como está ahora no debe ser muy diferente. Del cenit caen tres bolas con espejos. Y, a lo largo de la pista de baile, una franja retroiluminada, cono esas escenografías de los programas de Enrique Maluenda, insiste en asegurar que la vida es un show que, cada semana, tendrá una nueva oportunidad.
Miro al muro y reparo en que la decoración tiene algo de submarino. Cierto: la Eve no es el Ocean Pacific, pero todo esto no es otra cosa que un viaje al fondo de la memoria.
Llego a casa. Saco las servilletas del pantalón. Mi mujer pregunta:
-¿Cómo te fue?
-Noche de thriller. Michael Jackson sonó toda la noche -respondo, antes de largarme a dormir.
Más de 600 contertulios saltan, bailan. Y lo primero en lo que reparas es en el hecho de que la industria farmacéutica nada pudo hacer por la piel en las últimas dos décadas.
Los hombres no se ven atléticos con sweaters sin mangas. Tampoco debieran ir a una disco con bufanda. Ni con montgmorey. Pero, en la Eve, al menos la mitad de los hombres debe usar montgomery.
El Eve se fundó en 1969, en una casa en la misma esquina de Luis Carrera con Vitacura donde está hasta el día de hoy. Fue un éxito de inmediato y todas las bellezas de la época se movían en su pista.
Fue varios años después, en 1983, que la Eve pasó al subterráneo del centro comercial construído por la oficina de arquitectos Boza, Luhrs y Muzard. Y entró entonces a la década que la convertiría en el epicentro de la noche santiaguina: los 80.
Junto con la Gente, la Eve vivió su esplendor en los años de los pantalones amasados, de Madonna y Debbie Gibson. Hasta Grace Jones, en una visita a Chile, cantó ahí. La música argentina comenzaba a arrasar, y toda la taquilla de esta época prefarándula hacía colas para entrar a bailar a la discoteque de la manzanita.
Entrando a los 90 siguió funcionando, sin ser el epicentro de antaño, pero siempre con éxito. Se convirtió en un lugar de adolescentes que iban a bailar al mismo lugar de sus padres y siguió siendo testigo de la noche santiaguina. En 2007 fue remodelada, comenzando una senda "retro": para el adulto ochentero que quería revivir la época dorada de sus pistas. En música y en público, volvió al origen. Pero hoy sus fiestas durante la semana han vuelto a atraer a la juventud y a buena parte de la taquilla actual.
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