En el mundo contemporáneo
todo se sacrifica en aras de la velocidad
y del uso eficiente del tiempo.
Es perentorio maximizar las opciones
y dar prioridad a la hiperconexión.
Con tantos estímulos
bombardeándonos continuamente
y absortos en una filosofía
del tipo "24/7-multitask"
-realizando múltiples tareas todo el santo día-
es natural que terminemos fundidos,
insatisfechos y malhumorados
dejando muchas cosas a medio hacer,
contribuyendo a presentes y futuros desastres
a tasas bastante mayores que las razonables
de haber contado con la ventana temporal
necesaria para iluminar el problema
y no teniendo un minuto para embarcarnos
en lo que de verdad nos gustaría.
Hablar, entonces,
del ejercicio de la escritura,
del escribir con la mano, la letra manuscrita,
puede resultar risible y anacrónico,
poco más que un resabio prehistórico.
Sin embargo,
el gesto de la mano
educa a la mente,
proporcionándole no sólo
información adicional
que refuerza el aprendizaje
y potencia la memoria
sino también,
le confiere cierta profundidad
y establece insospechadas conexiones
al dar tiempo en su relativa
lentitud a la reflexión
mientras fluye el pensamiento.
Para muchos, por dar un ejemplo
del mundo de la plástica,
la técnica de un Jackson Pollock
pueda parecer algo así
como un ejercicio extravagante
para lograr fácil notoriedad.
Una especie de frescura
que proporciona pingües ganancias.
Pero en su técnica
él dejó no sólo
que fluyera la pintura
como un fenómeno físico
sino que incorporó dicha técnica
para que fluyera su proceso creativo,
permitiendo a los historiadores del arte
y a los científicos contemporáneos
que estudian su pintura,
delinear la intersección
de los que es estéticamente viable
con lo que es físicamente posible.
Volviendo a la escritura,
no se trata de obligar a nadie,
cada uno es libre de elegir,
pero al abandonar la escritura manuscrita
-no digamos el arte de la caligrafía-
tal vez estemos perdiendo algo más
que habilidades manuales de motricidad fina.
Un cosmólogo sudafricano,
hablaba de la exploración del universo
-incluso a nivel teórico-, esto de
realizar cálculos a mano, elaborando hipótesis
y conjeturando acerca de la estructura del cosmos
como una forma de disfrutar del mismo universo.
En el caso del ejercicio de la escritura
(demostrar en un papel o en el pizarrón
un notable teorema, o sólo escribir los símbolos
de una magnífica ecuación forman solo una parte
de dicho ejercicio) es también no cerrarse
a la posibilidad de crear belleza cotidiana.
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