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Acerca de vajillas, matrimonios rotos y ratones

por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias, martes 5 de julio de 2011

(...) La bodega de mi casa también tenía
una población respetable de ratones.

Estaba al fondo del patio,
detrás de un peral y un ciruelo;
a un lado había una carbonera,
en el otro una leñera,
más allá una pieza de herramientas,
las conservas y el grano.

Era un cuartucho de tres por cuatro
que servía para almacenar algunos muebles
y enseres del matrimonio disuelto de mis padres,
de modo que asemejaba un archivo material
de nuestra vida anterior a la separación,
aunque también se incluían
numerosos regalos de bodas
que no alcanzaron a ser usados
y que, después de mudarnos
mi madre y yo adonde los abuelos,
pasaron a constituir en la bodega
una reserva doméstica.

En buenas cuentas,
era un repositorio
de tazas, vasos o cubiertos.

Si por el desgaste normal de las cosas
llegaba a faltar algo en la casa,
nada más había que ir a la bodega a buscarlo.

Más de una vez a
acompañé a mi madre para eso,
pero sólo ella entraba;
a mí no me gustaban mucho las ratas,
así que prefería quedarme
esperando en la puerta.

Mi madre salía entonces
con las manos llenas.

Era igual que ir de compras, pero sin dinero.

Es muy curioso, pienso:
habiendo tanto por donde elegir,
los invitados a los casamientos
han colaborado compulsivamente
a que la vajilla y la cristalería
hayan llegado a ser, por lejos,
el símbolo máximo de la vida conyugal.

Lo hacen de manera inocente, sin maldad,
incluso con la mejor de las intenciones,
pero eso no quita que su acción
haya interferido gravemente
en las relaciones humanas.

No por nada el fracaso de los matrimonios
tiene su metáfora terminal,
y en ocasiones su peligrosa materialización,
en absurdas guerras de platos.

En la misma cuerda,
beber vino en una copa rota,
hasta sangrar si es posible,
es la mejor escenificación que ha dado
la cultura popular latinoamericana
acerca de la tristeza del desamor,
del despecho o de la traición.

Platos, copas.

El misterio son las tacitas.
¿Qué significan las tacitas?
Las tacitas no encajan con la realidad.

No sirven para el desayuno,
de hecho nadie las usa,
acaso los niños para jugar a ser grandes,
porque en verdad las tacitas
nada tienen que ver con el amor
o con las familias o con la experiencia del hogar,
y ni siquiera tiene algo que ver con la vida;
las tacitas son sólo una tramoya,
son la ilusión de una improbable,
imposible, hora victoriana del té,
donde los novios,
sentados el uno frente al otro,
eternamente recién casados,
juegan a la inmortalidad
en sus dominios celestes
mientras abajo, en la casa,
se corrompe la carne,
se tuerce la columna vertebral,
se fatiga el pulmón,
se gasta el humor vítreo
y se cuentan, a la distancia,
una por una, las monedas
que caen tintineando,
en una lenta cascada,
desde las poderosas fábricas
del día a día

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