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Tuertos y ciegos por Sergio Gilbert

Diario El Mercurio, viernes 22 de julio de 2011

No parece exacto el análisis -al menos desde el punto de vista de la profundidad que éste debería tener-, que se funden esperanzas extraordinarias y desmedidas en la participación de Chile en las próximas eliminatorias mundialistas a partir del fondo futbolístico que parece tener la selección.

Autocomplacerse en exceso porque el equipo de Claudio Borghi mostró en la Copa América una apuesta atractiva en términos ofensivos puede ser peligroso, tanto en cuanto se asume que esa sola cualidad es suficiente para imponerse en un mercado donde la cicatería predomina.

Y eso no es cierto en términos de competencia.

Si bien la propuesta chilena erige al equipo nacional como un tuerto en país de ciegos, ello no alcanza para enarbolar banderas de liderazgo y menos para hacer anticipaciones exitosas, toda vez que, como quedó expuesto claramente en la Copa América, Chile tiene hoy carencias en otros aspectos tan importantes -y decisivos- como los rivales pueden tenerlos en capacidad ofensiva.

Es cierto. El formato eliminatorio difiere del que impone un torneo como la Copa. No habrá en la lucha por llegar al Mundial encuentros con la consigna "matar o morir" que imponen capacidad de equilibrio defensivo-ofensivo in extremis , pero sí batallas individuales -todas decisivas- donde sí se impondrá un buen manejo de los ritmos -incluidos los ofensivos- para ir sumando puntos valiosos.

Chile, qué duda cabe, enorgullece cuando mira constantemente el arco contrario. Pero que asuste cuando es atacado en contraataque o cuando debe estructurarse ante una pelota detenida rival, es también un antecedente a tener en cuenta a la hora de buscar las debilidades propias. Más aún sabiendo que la mayoría de los rivales ya ha recorrido el camino del fortalecimiento defensivo y resultadista.

Jugar "igual en todas partes" no significa realmente jugar "igual en todas circunstancias". Hay que tener sapiencia técnica, ductibilidad táctica, manejo de variantes, perspectiva de lo que se puede y no se puede hacer bajo las condiciones que se están dando en la cancha.

Creer que el designio de ser un equipo que tiene una propuesta ofensiva -y jugadores de talento para llevarla a cabo- es la única llave del éxito es simplemente miopía, autocomplacencia que lleva -tal y como pasó en el enfrentamiento ante Venezuela- a tropezones que rompen ilusiones.

La Roja, por cierto, no debe cambiar sus fundamentos más profundos. Al contrario, debe seguir erigiéndolos, porque es el tono que mejor le queda a la generación actual.

Pero si piensa que con eso le basta, que eso nos debe dar tranquilidad para el desafío que viene, terminará siendo el único ciego en país de tuertos.

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