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NADIA

Tuve dos grandes maestros:
Nadia Boulanger y Alberto Ginastera.
Ellos me enseñaron todos los secretos
de la técnica musical...
 
A Nadia la pongo
un escalón más arriba
en mi reconocimiento
porque fue la que me puso en el camino,
la que me hizo descubrir al verdadero Piazzolla,
la que terminó con mi confusión...
 
El barrio donde vivíamos
con mi primera mujer, Montmartre
-el dinero que alcanzaba para comer salteado-
nos puso frente a una hermosa e inolvidable vida bohemia.
 
La casa de Nadia estaba
a pocos metros, la Rue Ballú...
 
Llegué a la casa de Nadia
con una valija llena de partituras,
ahí estaba toda la obra clásica
que había compuesto hasta ese momento.
 
Las dos primeras semanas
Nadia las dedicó al análisis;
para enseñarme, primero tenía que saber
qué quería expresar con mi música.
 
Un día, por fin, me dijo
que todo eso que había llevado
estaba bien escrito
pero que no encontraba el espíritu.
 
Me preguntó qué música tocaba en mi país,
qué inquietudes tenía, hacia dónde apuntaba.
 
Yo no le había dicho nada de mi pasado tanguero
y mucho menos que mi instrumento era el bandoneón,
que estaba en el ropero de mi habitación, ahí en París.
 
Pensé para mí: si le digo la verdad, me tira por la ventana.
 
Nadia había sido condiscípula de Ravel,
maestra de Igor Markevitch,
Aaron Copland, Leonard Bernstein,
Roberto Casadesus, Jean François,
y ya entonces se la consideraba
la mejor pedagoga que había en el mundo
y yo era simplemente un tanguero...
 
A los dos días tuve que sincerarme,
le conté que me ganaba la vida
haciendo arreglos para orquestas de tango,
que había tocado con Aníbal Troilo,
después con mi propia orquesta
y que cansado de todo
creía que mi destino
estaba en la música clásica.
 
Nadia me miró a los ojos
y me pidió que tocara
uno de mis tangos en el piano.
 
Ahí le hablé del bandoneón,
que no esperara escuchar
a un buen pianista,
porque en realidad no lo era.
 
Ella insistió:
"No importa, Astor, toque su tango".
 
Y entonces comencé con 'Triunfal'.
Creo que no habré llegado a la mitad.
 
Nadia me detuvo,
me tomó de las manos
y con ese dulce inglés que tenía
-conmigo hablaba inglés- me dijo:
 
"Astor, esto es hermoso, me gusta mucho.
Aquí está el verdadero Piazzolla,
no lo abandone nunca...".
 
Fue la revelación de mi vida...
Ella valorizó lo que yo menospreciaba.
 
Cuando yo la conocí
Nadia estaba por cumplir 75 años.
 
Vivía en un departamento muy grande,
tenía un órgano enorme, un piano de cola;
en las paredes colgaban fotos de Stravinsky,
de André Gide, de Paul Valéry, de André Malraux...
 
Era una mujer sumamente agradable.
 
A las cinco entraba su mucama
trayendo una bandeja con té y masitas,
pero la dejaba sobre una mesa,
el té lo servía ella...
 
Fue como estudiar con mi mamá...

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