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Congo - Vivir para contarlo


por Isabel Behncke
Primatóloga chilena
Diario El Mercurio, Revista del Domingo
Domingo 8 de mayo de 2011
 
Estar en el Congo es como estar
en el set de Aguirre, la ira de Dios
de Werner Herzog.
 
La gente vive igual
como hace cinco siglos.
 
No hay civilización moderna ni ley civil.
 
Investigo, en terreno,
sobre bonobos,
una especie de simio en extinción
parecido al chimpancé
y de la contextura
de un niño de doce años,
que sólo vive allí.
 
En mis expediciones, los observo
y estudio su comportamiento
en su hábitat.
 
Para llegar a mi centro de investigación
sobrevuelo la selva en una vieja avioneta Cessna,
de la Mission Aviation Fellowship.
 
Vuelo desde Kinshasa a Djolu,
un pueblo en la mitad de la selva.
 
Duermo en la casa de adobe de una aldea
que está 150 kilómetros al sur del mítico río Congo.
 
No hay electricidad ni agua potable.
No hay nada aparte de selva y sus sorpresas.
 
La marcha a la selva comienza cada día,
a las cuatro de la mañana
y dura según la ubicación de los bonobos.
 
Me gusta descubrirlos cuando
aún duermen en sus camas nido.
 
Seguirlos desde que se levantan hasta que se acuestan. 
Voy con botas Hunter para evitar
las mordeduras de serpiente,
que pueden ser mortales.
 
Hay infecciones, ébola, malaria.
 
Hay ramas que pesan hasta treinta kilos
y caen de lo alto. Hay jabalíes.
Hay una guerra civil crónica.
 
Cuando los localizamos, saco mi GPS,
los binoculares, mi cámara de video,
una grabadora, un cuaderno y un lápiz.
 
Nunca nada me ha emocionado más
que cuando vi cómo se relacionaban
dos grupos distintos de bonobos.
 
Hasta ese entonces no existía
un registro en video del hecho
y gracias a mi hermano pudimos grabarlo.
 
En vez de haber instintos de agresión
o peligro de infanticidio entre ambas comunidades,
había un clima muy relajado. Era impresionante.
 
Aunque lejos de ser un trabajo "habitual",
investigar en el Congo es parte de mi rutina laboral.
 
Es un ambiente muy intenso.
Tienes que estar siempre despierto.
 
Yo, a veces, estando allí,
me pongo nostálgica
y pienso cómo sería
volver a la comodidad.
 
Comerse un chocolate.
Dormir tranquila.
 
Es un ambiente donde
nada te proporciona placer.
 
Entonces, cuando
se produce este encuentro
entre comunidades de bonobos
dices: «Esto es extraordinario».
 
Con eso basta.
 
No es como esos viajes
de buscarse a uno mismo.
 
Te sientes como mensajero.
 
Y piensas: necesito sobrevivir
y volver para contar esta historia.

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