por Cristián Warnken Diario El Mercurio, Jueves 26 de Mayo de 2011http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/05/26/el-director-de-orquesta-y-las.asp A veces, el hecho de no saber nada de música hace que se la escuche como si fuera la primera vez.... ---- Vuelvo a conversar con Juan Pablo Izquierdo, nuestro gran director de orquesta, después de muchos años. Retomamos la conversación donde la habíamos dejado hace una década, como cuando uno vuelve a escuchar un tema musical y se siente fuera del tiempo. Eso me sucede cada vez que vuelvo a escuchar el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler. Se celebran los 100 años de la muerte de este compositor genial y atormentado, que llevó la sinfonía a límites nunca vistos, cargándola de profecías y visiones casi cósmicas. Izquierdo, formado por grandes maestros de la tradición alemana, conoce como nadie la música de este genio nacido en Bohemia, judío de origen, un exiliado interior que siempre se sintió incómodo en todas partes. La aristocracia vienesa de su tiempo, "refinada" musicalmente, pero complaciente, se encontró con sus sinfonías que desafiaban todas sus expectativas y comodidades. Los artistas no vienen al mundo para hacer de juglares en los salones de su época. Están para descorrer los velos más o menos tupidos con que cubrimos las realidades más profundas y misteriosas, que preferimos ignorar, para que nada ponga en cuestión nuestras cómodas cegueras en que generalmente estamos instalados. Mientras compartimos un café en un local del barrio Lastarria, Izquierdo me cuenta lo que ha sido recorrer el país llevando repertorios exigentes a poblaciones o ciudades de provincia. Que los pobladores de La Granja o Casablanca guarden un sagrado silencio mientras emergen de la nada los primeros acordes de la "Canción de la Tierra" de Mahler, una música considerada difícil, conmueve a este director que vive la mayor parte del año fuera del país. Al contrario de lo que suele creerse y establecer casi como verdad científica, el pueblo se conmueve con la gran música. A veces, el hecho de no saber nada de música hace que se la escuche como si fuera la primera vez. Esa inocencia abre el corazón de decenas de miles de personas a vivencias intensas; desde ahí pueden vislumbrar zonas interiores de sí mismos a las que talvez nunca habrían llegado si, casi por azar, no hubieran estado en el momento preciso en que unos cornos, timbales y chelos rasgaron los velos de una tarde gris y fría como tantas otras. Juan Pablo Izquierdo sabe que el arte, la gran música no son una pose esnob o el aperitivo de un estirado cóctel. Si la aristocracia vienesa decimonónica hubiera escuchado bien las sinfonías de Mahler, tal vez habría encontrado ahí los fúnebres presagios de la gran tragedia que desintegraría el imperio austrohúngaro y que llevaría después a Europa a la ruina. Corre la hora, hay que partir, se prepara una manifestación masiva en las calles del centro. Se ve mucha gente joven dando vueltas, como a la expectativa de algo. Izquierdo me cuenta que ya tuvo que interrumpir un concierto días atrás en el Teatro Baquedano, por las bombas lacrimógenas que hicieron irrespirable el aire de la sala. No sólo el esmog y las bombas lacrimógenas están haciendo irrespirable nuestra ciudad. Algo se presiente en el aire, algo que ningún analista político parece prever en toda su dimensión. Hay que "parar la oreja", como dicen en el campo; "estar al aguaite" de intensos movimientos de las placas tectónicas más profundas de nuestra sociedad que quizá sólo logren ser percibidos por los artistas, verdaderos pararrayos de toda época. Ellos son como los perros antes del terremoto. El país no parece tener por ahora -ni en el Gobierno ni en la oposición- grandes directores de orquesta. Y necesitamos música nueva para tiempos nuevos. Más sensibilidad, más profundidad, más altura. Resuenan para estos días las palabras de un pasaje de la Tercera Sinfonía de Mahler: "¡Oh, hombre!/¡Presta atención!/¿Qué dice la profunda noche?/Yo dormía./ Me desperté de un sueño profundo,/¡y más profundo que lo que el día recuerda!".
CLASE DEL 70 SGC
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El director de orquesta y las bombas lacrimógenas
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