El brillante Stephen Hawking,
ejemplar en su coraje
para sobreponerse a la adversidad
y realizar contribuciones notables
a la física teórica contemporánea,
permanece en una silla de ruedas
prácticamente inmovilizado;
no sé si todavía puede mover
un dedo de la mano para buscar
en el menú las palabras
o las instrucciones que necesita
para comunicarse a través
de un sintetizador de voz,
o lo hace por medio de pestañeos
-que hacen las veces del click de un mouse-
que son detectados por un dispositivo
ubicado en sus anteojos.
Debido a todo lo anterior, Hawking
se ha transformado
en un oráculo contemporáneo,
que cada vez que es entrevistado
comunica sus sentencias,
con el acento cibernético
que le proporciona el sintetizador de voz
desde el monte Olimpo de la física (teórica).
Hawking está en su derecho a no ser creyente
y a emitir su opinión acerca de temas
relacionados con la vida y la muerte,
así como otros al verlo en su condición
tal vez piensen que este cosmólogo
experto en agujeros negros
sea una especie de híbrido entre el hombre y la máquina.
Pero no. Hawking es
toda una persona, uno grande,
y aunque sea cierto que si lo desconectan
de los aparatos se convierte en una especie
de agujero negro, imposibilitado de
comunicarse con el exterior,
aunque eventualmente muera, como todos,
el resultado no es equivalente
a desconectar una máquina.
Si así fuera, la cruz y la resurrección de Cristo
sería un cuento inventado hace unos dos mil años,
y todos los milagros de los santos canonizados
sería un fraude...así como toda la historia de la salvación.
Einstein, que no era creyente, en el sentido cristiano,
una vez hizo un comentario acerca de los Evangelios
diciendo que cualquiera que los lea, ve resplandecer
la personalidad del Nazareno y se da cuenta
que no es una cosa inventada.
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