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EL ALBATROS Y EL ESTATUTO DEL VIENTO

 
Incursionar en barcaza hacia la corriente de Humboldt,
resulta una experiencia absolutamente memorable,
especialmente si uno no ha tenido con anterioridad
el privilegio de contemplar tan de cerca a algún albatros.
 
Estos majestuosos vagabundos oceánicos
destacan por la elegancia y facilidad suma
con que planean extendiendo sus larguísimas alas
hasta casi tocar el agua, aprovechando
la acción del viento sobre el oleaje
para lograr una mejor sustentación.
 
Pero la corriente guarda otras sorpresas:
su frialdad esconde una rica diversidad marina,
la que prospera en un ambiente rico en oxígeno
y emerge en las zonas de turgencia
en que congrega a una variada gama
de aves marinas, que no siempre
se conocen en el litoral: fardelas,
petreles, golondrinas de mar,
salteadores y gaviotines, se agregan
a diversos tipos de gaviotas y cormoranes.
 
Es así como hemos podido contemplar
gaviotas de las Galápagos, fardelas de Nueva Zelanda,
una ballena con cría, y hasta un enorme cachalote,
de unos dieciocho metros
que por su envergadura y silueta parecía
un verdadero submarino, justo antes
de exhibir su aleta caudal y proceder
a sumergirse a profundidades bentónicas
de unos mil metros.
 
Ya de regreso, nos encontramos
en el camino con la presencia
flotante de yuncos y pingüinos.
 
 
Una fiesta de principio a fin:
sólo emprender la travesía desde Valparaíso
ya constituye realizar un viaje a otro Chile
muy distinto y en cierto sentido más profundo
por su peculiar encanto y misterio.
 
Acompañado de sabios ornitólogos
y avezados avistadores,
no importa si a veces uno
queda un poco empapado,
o se requiere aguantar estoicamente
varias horas el frío o el continuo vaivén del mar,
minucias que vale la pena asumir con alegría
con tal de acercarse a esta maravilla.
 
Chile es un lugar absolutamente privilegiado,
y del cual nuestros compatriotas,
al parecer, apenas se percatan.
 
A poco más de cien kilómetros de La Moneda
uno puede contemplar al majestuoso cóndor
en alguno de los cajones cordilleranos;
en la costa al pingüino de Humboldt
en Algarrobo o en Cachagua;
en ciertas épocas al Flamenco chileno
en las salinas del Convento, o en la Laguna del Rey,
en El Yali, al sur del balneario de Santo Domingo
y en la corriente de Humboldt al Albatros.
 
Como si fueran los cuatro puntos cardinales
de una Rosa de los Vientos Alar:
Norte-Flamenco; Sur-Pingüino;
Este-Cóndor; Oeste-Albatros.
 
Cómo olvidar la contemplación
desde altamar, del perfil de cumbres
de un trozo entrañable de Chile
donde se podía reconocer de un vistazo
el cerro La Campana y El Roble
y más atrás el imponente Aconcagua
que se asomaba entre las nubes matinales.
 
¿Qué más se puede pedir?
 
Recordé el poema
de Hernán Miranda
-un poeta nacido en Quillota-
titulado «Nuestro País»:
 
Desde altamar no es más que una línea
De cumbres nevadas emergiendo de las aguas.
Lo que se ubica bajo las cumbres
Esa franja invisible al pie de las montañas
Es este país que tanto dio y dará que hablar.
Si alguna vez naufraga
Verán elevarse esas cumbres nevadas
Y después irse a pique con la bandera al tope.
En el momento de hundirse bajo el agua
Seguro que escucharán a algún gracioso
Haciendo chistes de doble sentido
Aferrado a la Cordillera de los Andes.
 
 
Al regresar a la casa,
me reencuentro
con las palabras de Neruda
de su poema Migración
que inaugura su «Arte de Pájaros»
y lo hacemos nuestro:
 
«...Sobre el agua, en el aire,
el ave innumerable va volando,
la embarcación es una,
la nave transparente
construye la unidad con tantas alas,
con tantos ojos hacia el mar abiertos
que es una sola paz la que atraviesa
y sólo un ala inmensa se desplaza.
 
Ave del mar, espuma migratoria,
ala del Sur, del Norte, ala de ola,
racimo desplegado por el vuelo,
multiplicado corazón hambriento...».
 
 
Parafraseando al poeta:
 
En alta mar
seguirá navegando el viento
dirigido por el albatros...

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