Un autor desconocido del siglo II
pone en boca de Cristo las siguientes palabras:
«Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti,
para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro.
Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté
para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado.
Mira los azotes de mi espalda, que recibí
para quitarte de la espalda el peso de tus pecados.
Mira mis manos, fuertemente sujetas
con clavos en el árbol de la cruz, por ti,
que en otro tiempo extendiste funestamente
una de tus manos hacia el árbol prohibido».
«Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti,
para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro.
Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté
para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado.
Mira los azotes de mi espalda, que recibí
para quitarte de la espalda el peso de tus pecados.
Mira mis manos, fuertemente sujetas
con clavos en el árbol de la cruz, por ti,
que en otro tiempo extendiste funestamente
una de tus manos hacia el árbol prohibido».
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