Diario El Mercurio, Revista de Libros, Domingo 29 de mayo de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/05/29/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/24592BF5-FEFB-4CF7-9AF6-FACFD71E4B1A.htm?id={24592BF5-FEFB-4CF7-9AF6-FACFD71E4B1A} Toda escritura es diálogo con otras escrituras. Todo libro es una respuesta, un comentario, una reescritura de otro u otros libros, todo texto llama a otros textos. Si me preguntan cuál es mi magdalena proustiana, pensaría: una tarde de sol otoñal, un translúcido aire fresco y, en ese aire, el sonido de unos golpes provenientes de un taller mecánico y un olor, inconfundible, de pintura de automóviles. ¿Dónde estoy? En una calle del barrio de mi infancia, con viejos caserones y plátanos orientales. Aunque lo importante aquí es el olor. Si me preguntan, entonces, por qué escribo, diría: para recuperar el olor a pintura de automóviles, pero no cualquiera, sino "ese" olor, asociado a los ruidos que escucho pero no veo, un olor a producto industrial que se inmiscuye en el aire de las primeras horas de la tarde, un tanto frío, cordillerano, como suele ser el aire de muchas tardes de otoño en Santiago. A veces, caminando en cualquier suburbio, en cualquier ciudad, me he visto asaltado por ese olor y he tenido que admitir: el olor a pintura de automóviles es mi magdalena proustiana. Y sí: toda escritura remite (tarde y/o temprano) a la infancia. Después viene eso que se llaman las lecturas, en mi caso, muy pronto, Saint-John Perse, Apollinaire, antes que Garcilaso o Quevedo, y Neruda, también Lihn, Parra, mucho Vallejo, bastante Lezama Lima (recuerdo un disco, en el que leía con su respiración de asmático el último capítulo de Paradiso y esa cumbre de algo así como el barroco americano que es "Muerte de Narciso") y claro, los otros "clásicos": Vargas Llosa, Carpentier, Cortázar. Y por último está, perdón por la palabra, la vida misma, con sus ciudades, sus tiempos, sus "experiencias personales" (transferibles e intransferibles), etcétera... Con todo eso empieza a escribir el que escribe. Lo que quiero decir es que toda escritura es diálogo. Diálogo con otras escrituras, todo libro es una respuesta, un comentario, una reescritura de otro u otros libros, todo texto llama a otros textos. Toda escritura está tejida con las escrituras de otros, el sólo hecho de tomar la palabra para decir algo supone apropiarse de palabras ajenas, para hacer algo personal con ellas. Esa sea quizás una definición posible de literatura. Pero aún hay otra cosa: cuando decimos "yo", ¿sabemos qué estamos diciendo? ¿Hay alguien, honestamente, que pueda jactarse de saber quién es ese "yo" al que se refiere cuando se refiere a sí mismo? Ya lo dijo Rimbaud: "Yo es otro" (hay a veces adolescentes geniales que escriben textos que entran como meteoritos en la cultura, y después terminan cazando elefantes en África o rellenando formularios en algún ministerio). Derrida, Jacques, ese que todos tratamos de leer (y de comprender) declara en una película que toda su escritura reposa en cierto modo en esa interrogante: ¿Quién es ese yo que dice yo? Toda escritura es entonces, también, diálogo de un "yo" consigo mismo. Es más, es precisamente el hecho de ser otro, e incluso "otros", lo que me permite escribir. Por último, aunque bien podríamos decir en primer lugar, está el diálogo con el lector. Todo texto es un llamado, una interpelación al o a los lectores. Barthes, en "Sobre Racine", dice: "Escribir es estremecer el sentido del mundo, disponer una pregunta indirecta sobre ese sentido, a la que el escritor se abstiene de responder". Y agrega: "La respuesta la damos cada uno de nosotros, aportando, junto con ella, nuestra historia, nuestro lenguaje, nuestra libertad; pero como historia, lenguaje y libertad cambian infinitamente, la respuesta del mundo al escritor es infinita (...) Los sentidos pasan, la pregunta permanece". Toda escritura es, pues, una pregunta sobre el sentido del mundo, una pregunta dirigida a los otros, a los lectores, a otros textos, a alguien que pasa por allí... Diálogo, ambivalencia del lenguaje, relatividad de la obra como obra "en el mundo", estos son, para mí, presupuestos básicos de toda escritura, incluida la escritura sobre otros textos, es decir la crítica, la que se hace en las universidades, pero ¿por qué no podría decirse lo mismo, o exigirle lo mismo a la que se hace en los periódicos? Lamentablemente, salvo excepciones (y algunas muy notables), los críticos en nuestro país suelen hablar como poseedores de "la verdad", aunque, si lo miramos bien, es la "verdad" de sí mismos, no la de los textos, que tienen tantas "verdades" como lectores. Muchos de los críticos en nuestro medio se comportan, en realidad, como "vedetos" o " vedettes ". Pero este será quizás el tema de una próxima columna.
CLASE DEL 70 SGC
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Yo es otro, luego escribo por Mauricio Electorat
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