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Convivencia

Algunos, aquí, quieren correr con sus proyectos fundacionales y ganar votos, sin escuchar a nadie, y con esa actitud, con ese enfoque, con esa manera superficial de trabajar y de enfocar temas jurídicos profundos, es imposible que no se equivoquen, que no cometan errores garrafales y de corrección difícil...‏

“En nuestro sufrido país, leemos poco, estudiamos mal las cosas, y queremos comenzar de cero a cada rato”.

por Jorge Edwards
Diario La Segunda viernes 05/12/2014
Llegué a Madrid a comienzos de noviembre, el día en que la Presidenta Bachelet terminaba su visita oficial a España. Es decir, no alcancé a tener ningún contacto con ella y con su comitiva. Pero fue interesante conversar con diversas personas —profesionales, empresarios, escritores, periodistas—, y conocer algunos de los ecos de ese viaje. En general, Michelle Bachelet dejó buena impresión en España, al menos a juzgar por los testimonios personales que alcancé a escuchar. Algunos pensaban que se iban a encontrar con una socialista apasionada, politizada, agresiva, y se sorprendieron al ver a una mujer amable, que hablaba en forma positiva de las inversiones extranjeras en Chile, que trataba de atraer a los capitales españoles. Cosas de la diplomacia internacional, dirán algunos, conversaciones de salón que más bien sirven para maquillar y disimular situaciones reales.
Me parece que el asunto es un poco más complejo de lo que parece. Los gobiernos de América Latina, cuando eran en el fondo, en los grandes contenidos económicos y sociales, inclinados a la derecha o a la centroderecha, solían hacer una política exterior de izquierda. Pienso, por ejemplo, en el antiguo PRI mexicano y en sus relaciones con Cuba. Pues bien, el actual gobierno chileno me da la impresión contraria: tiende a ser más de izquierda, al menos en su lenguaje, en sus declaraciones, en sus anuncios, hacia el interior, y decididamente más moderado, casi conservador, en sus contactos exteriores.
Se podría pensar que eso es una dualidad deliberada, una franca hipocresía. Sonrisas con Mariano Rajoy y con Angela Merkel, promesas a los inversionistas alemanes y españoles, y agitación seudo izquierdista, con o sin retroexcavadora, en el regreso a Chile. Tenemos que analizar esta contradicción, preguntarnos qué sentido tiene. A mí me da la impresión de que a la Presidenta le gusta este rol conciliador, simpático, sociable, que asume en el extranjero, y que la presión de la vida política chilena la obliga a ir por otro camino. No es una contradicción tan diferente, después de todo, de la que sufría el Presidente Salvador Allende. Pero el contexto político del allendismo era enteramente diferente: eran años de extremismo vertiginoso. Los de ahora, en cambio, son tiempos de reflexión, de revisión, de posibilismo en la política y en la economía. Un socialismo moderno está obligado a poner la máxima atención en las normas concretas de la economía, como lo hizo Felipe González en su época, como lo haría en sus comienzos Lula da Silva y trata de hacerlo ahora, con bastante retraso, Dilma Rousseff, así como la derecha, para gobernar con eficacia, tiene que acercarse a los centros liberales o social demócratas. No estoy haciendo una defensa del pensamiento único, fenómeno que hace algunos años provocaba exaltados ataques, pero sí de los matices, de la búsqueda de equilibrios, de la flexibilidad intelectual.
Bachelet les habló con notable suavidad a los empresarios europeos, pero ahora, a un mes de su regreso a Chile, anuncia una reforma constitucional ambiciosa, para un país renovado, refundado. No sabemos cuáles serán los caminos para llegar a esta Constitución nueva ni cuáles serán sus objetivos centrales. ¿Se va a inspirar en Montesquieu, en Jefferson y Madison, en Andrés Bello, o en Fidel Castro, Hugo Chávez y el Presidente Maduro? No sólo debemos saber de qué hablamos, sino también desde dónde, en qué región del mundo. Porque existen fantasmas constitucionalistas, ávidos de perpetuarse en los poderes estatales, que han recorrido América Latina en las últimas décadas y que probablemente la seguirán recorriendo.
Nosotros, en nuestro sufrido país, leemos poco, estudiamos mal las cosas, y queremos comenzar de cero a cada rato y a golpe de palabras altisonantes. Recordemos que en Chile, antes de la Constitución que nos dio estabilidad durante un siglo, tuvimos varias constituciones aparentemente perfectas, impecables desde el punto de vista teórico, y de muy corta vida. Una Constitución se hace para crear consensos, para facilitar la gobernabilidad de los países, para dar expresión a las más amplias mayorías y también, aunque nosotros no lo entendamos, para defender los derechos de las minorías. Si no pensamos hacer algo así en Chile, sería mejor que cambiemos de tema.
Quería hacer en esta crónica un homenaje a Humberto Giannini, persona de pensamiento profundamente civilizado, cultivado, de visión culta, clásica, humanista, de lenguaje claro, elegante, sugerente. Como no tengo a mano sus libros y no tenía tiempo de ir a consultarlos a las bibliotecas, cambié de tema. Ahora, sin embargo, llego a la conclusión de que el tema es prácticamente el mismo. Giannini, que fue un ensayista filósofo de calidad única, internacional, que debió ser mucho más escuchado en su propia tierra, no se habría opuesto jamás al principio, o a la posibilidad, si quieren ustedes, de una Constitución política nueva, pero habría analizado el problema con lucidez, con serenidad, con finura, con pleno conocimiento del sentido de una democracia moderna. Algunos, aquí, quieren correr con sus proyectos fundacionales y ganar votos, sin escuchar a nadie, y con esa actitud, con ese enfoque, con esa manera superficial de trabajar y de enfocar temas jurídicos profundos, es imposible que no se equivoquen, que no cometan errores garrafales y de corrección difícil.

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