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La hipérbole de la voluntad de poder en un contexto de pasiones expuestas al sentimiento coyuntural sin dejar el más mínimo espacio a la racionalidad y responsabilidad a la hora de proyectar las consecuencias de las acciones gubernativas...‏

La pasión de Michelle y el ocaso de Helia
por Jorge Ramírez
Investigador del Programa Sociedad y Política
del Instituto Libertad y Desarrollo (L&D)
Diario La Tercera, miércoles 31 de diciembre de 2014



Todo político en el ejercicio del poder 
debe sortear la difícil decisión 
de obrar conforme a una ética de la convicción, 
donde el principio directivo 
es la voluntad, el sentimiento y la pasión, 
sin prestar mayor consideración 
a los efectos de las decisiones; 
u obrar acorde a una ética de la responsabilidad, 
en la que, por el contrario, el líder es capaz 
de domesticar sus impulsos a efectos de racionalizar
las consecuencias de sus actos. 

Solo quienes sean capaces 
de lidiar con ambas esferas de la ética política, 
logrando equilibrar pasión, con un marcado sentido 
de la responsabilidad, serán capaces de desplegar 
su auténtica vocación política, señalaba Max Weber.

Los primeros nueve meses 
de la Presidenta Bachelet 
han desoído el decálogo weberiano. 

Prueba más que clara de ello 
son las declaraciones 
de la renunciada ministra de Salud, Helia Molina.

Por un lado, 
la voluntad de la Presidenta 
de redimir todo vicio de moderación 
con remembranza concertacionista 
parece anular toda aversión 
al riesgo, vértigo y pudor 
a la hora de proyectar 
las consecuencias de sus acciones. 

La reciente reforma laboral, 
en plena desaceleración económica 
y con altos niveles 
de cuestionamiento ciudadano 
al ímpetu reformista, no es más 
que un fiel reflejo de lo anterior. 

Quizás la estricta jerarquización 
del mando bacheletista 
ha enquistado en su círculo de poder 
una auténtica tesis del autoengaño 
respecto de la pericia política, 
el sentido de oportunidad 
y la pertinencia de sus reformas. 

De hecho, la pasión de Michelle 
en tono de espíritu redentor 
se ha difundido entre sus fieles seguidores: 
dirigentes de partido y ministros, 
quienes a modo de apóstoles 
replican su mensaje 
sin un ápice de agnosticismo.

La nula capacidad de las vocerías de Gobierno 
a la hora de distinguir entre el uso público 
y el uso privado de la razón, 
que materializa la supresión 
de estándares mínimos de prudencia y moderación 
que facilitan la conducción política 
y la coexistencia democrática 
(“la retroexcavadora”, 
“los poderosos de siempre”, 
“los patines de Eyzaguirre”, 
y las recientes “clínicas cuicas abortistas” 
de la ministra de Salud) 
son el correlato discursivo 
de este nuevo modo de conducción 
marcado por la hipérbole 
de la voluntad y la pasión.

Cuando los gobernantes 
son esclavos de sus pasiones, 
despiertan la misma experiencia 
en sus gobernados. 

En la Nueva Mayoría 
debieran ser conscientes 
que el paso de ser amado a ser odiado, 
pasa a ser también un mero asunto 
de pasiones expuestas al sentimiento coyuntural. 

Esperemos que el año venidero 
sea uno donde el juego político 
que plantea el Ejecutivo 
no sólo orbite en torno a pasiones. 

La señal de renuncia de la ministra Molina 
a partir del despliegue comunicacional de su pasión, 
bien podría ser una auspiciosa señal 
donde en aras del interés general, 
se abre también un espacio, aunque sea ínfimo, 
a las razones y la responsabilidad.

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