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No basta forzar una forma para desafiar un género y menos una época...‏

Ninguna de las anteriores
por Patricia Espinosa
Diario Las Últimas Noticias
Viernes 12 de diciembre de 2014

No es tema frecuente 
en la literatura chilena 
tematizar la educación   
y menos los procedimiento 
para entrar en la universidad.

Esta ausencia, en principio, 
vuelve atractivo Facsímil,
el nuevo e inclasificable libro 
de Alejandro Zambra.

Sin embargo, 
hay una segunda razón 
para considerar interesante 
el volumen, su estructura, 
ya que el marco es la vieja 
Prueba de Aptitud Académica,
específicamente la Prueba de Aptitud Verbal:
el libro reproduce el formato de la prueba,
al modo de un facsímil, con sus secciones, 
preguntas y alternativas correspondientes.

Facsímil se somete 
a un formato rígido
que pretende subvertir,
tensionando los vínculos 
entre contenido y forma.

En esta fricción, 
Zambra logra,
hasta cierto punto, 
patentizar
sus temáticas recurrentes:
la atmósfera ochentera,
la familia en crisis,
los años en un colegio de alto rendimiento,
las relaciones de parejas fallidas
y las tiranteces entre padres e hijos,
donde las madres no existen 
más que como una pequeña y pasajera referencia.

Pero el intento resulta fallido,
dando por resultado un tratamiento
no sólo convencional de la escritura,
sino rígido, básico en su ludismo
y reiterado en sus lugares comunes.

El volumen fracasa 
en su facturación escritural,
permitiendo que emerja únicamente 
una suerte de boceto salpicado 
con las temáticas y obsesiones del autor,
comprimidas con tosquedad,  mediante 
una prosa carente de ritmo y profundidad.

Si hay algo 
que ha caracterizado a esta autor
es su preocupación por la forma,
el rigor al construir la frase,
seleccionar la palabra, marcar el ritmo:
no por nada Zambra es también poeta.

Facsímil, por el contrario, presenta 
una prosa liberada de preciosismo,
descuidada, alejándose de las cualidades
que han llevado al autor 
a ocupar un lugar relevante 
dentro de las producciones post 2000.

Los cuatro primeros segmentos del libro
-término excluido, plan de redacción,
uso de ilativos y eliminación de oraciones-
develan la incapacidad de transgredir
la arquitectura autoimpuesta,
la cual termina contaminando
con su esquematismo a la prosa
y al proyecto en su conjunto.

Nada aquí se deconstruye
o se hace estallar desde dentro,
sino que sólo se exagera
o se distorsiona un poco,
al modo de apurado ejercicio escolar.

Zambra parece 
no tener la energía necesaria
para destruir una estructura
a la que respeta mucho más 
de lo que aparenta, y por eso 
termina seducido por ella,
engolosinado por una transgresión
que casi se vuelve un homenaje.

Todo esto en concordancia
con el afán del libro 
de convertirse
en un texto generacional.

La diversidad de textualidades de Facsímil 
promueve un pacto con el lector que jamás decae.

La pretendida interactividad del volumen
convoca recuerdos que estandarizan el pasado y la nostalgia.

La memoria se convierte en cliché,
desasido de intimismo,
desbordante de exterioridad y transparencia.

Todo sea 
para que 
el gesto generacional
resulte intacto, 
sosteniéndose en una 
"política de acuerdos" 
de la memoria.

Así como los noventa 
se viven sumisamente
bajo la sombra del dictador,
esta escritura lo hace
al amparo de la PAA,
con los mismos miedos,
odios contenidos 
y vergonzantes dobles vínculos
que hablan de desprecio 
y respeto a la vez,
pero sin capacidad de rebeldía.

Facsímil prueba que no basta 
forzar una forma para desafiar 
un género y menos una época.

Débil, desorientado 
en su prosa desgastada,
asfixiado por su formato,
este volumen no es ni la sombra 
de todo aquello que ha llevado a valorar
el minucioso e intimista estilo Zambra.









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Facsímil
Alejandro Zambra
Hueders, 2014, 104 páginas.

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