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Una ceremonia hipócrita que da la espalda al verdadero sentido democrático de la política, envileciéndola y haciendo de ella nada más que un sucio instrumento de poder...‏

Moral política


Señor Director:

Uno de los aspectos más lamentables del proyecto de educación en curso es que en realidad no sea un proyecto, sino una suma de medidas distintas. Un proyecto por armarse aleatoriamente. Llamado a tomar estructura no se sabe cómo.

¿Qué puede hacer un parlamentario mareado en ese laberinto? Puede decirse: me mantengo fiel al partido y al Gobierno y por esa razón acepto a ciegas todo lo que proponga. A su voluntad confío el sentido del proyecto.

Es un argumento antidemocrático que se parece demasiado al de los parlamentos rusos o chinos que aprueban sus proyectos por unanimidad, sencillamente porque los traen ya hechos y aprobados. No es un acto democrático, sino una ceremonia hipócrita.

Admito que pueda parecer correcto si se actúa con arreglo a un valor superior a los que puedan estar en juego para el caso específico. Dicho en concreto: atribuir más valor a la unidad del poder que represento que al proyecto de educación que se discute; y bajo ese signo aprobarlo todo aun contra el propio juicio.

Creo que la conciencia personal debe ser protagonista absoluto en estas situaciones, y no puede ser soslayada del caso concreto en cuestión, a pretexto de valores que operan en otros ámbitos. No se le puede quitar el cuerpo a la responsabilidad que el caso presenta en su propia naturaleza. Hacerlo, es dar la espalda al sentido democrático de la política, envilecerla, hacer de ella nada más que un sucio instrumento.

Juan de Dios Vial Larraín

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