Ecos del Filba
Ayer terminó en Santiago la segunda versión del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires. La calidad de los invitados y la excelente organización le permitieron al evento dar otro paso hacia adelante. Estuvieron Marie Darrieussecq, Enrique Vila-Matas, Chris Kraus, pero quisiera detenerme en dos escritoras descollantes, poco conocidas todavía en nuestro país.
María Moreno es a la crónica lo que Manuel Puig fue a la novela. La mezcla de psicoanálisis, cultura pop, feminismo y el registro del habla le han permitido renovar un género de por sí inestable. La crónica es como un cajón de sastre, donde cabe todo, desde los datos acuciosamente reporteados hasta las digresiones más personales. Teoría de la noche, único libro suyo disponible acá, es una antología que logra equilibrar los textos íntimos con los surgidos al calor de la actualidad. Allí aparece La pasarela del alcohol, el extraordinario relato de su experiencia etílica, equiparable a esa película jugada y melancólica que es Días sin huella.
La prosa de María Moreno también es jugada y melancólica, y posee la tensión propia de quien escarba con valentía tanto en lo público como en lo privado. Es una feminista que invita a pensar la realidad y no a repetir frases hechas. Como se vio en Filba, está lejos de ese discurso lleno de verdades (programático y quejoso) que desplegó Pía Barros en la actividad que compartieron en el GAM.
Hebe Uhart era hasta hace poco una escritora secreta. Viene publicando desde los 60, pero en editoriales pequeñas, muchas ya desaparecidas. Además, practica el cuento. Y tiene lo que Elvio Gandolfo definió como “una mirada marciana”. Como sea, poco a poco fue conquistando lectores y ahora sus relatos salen por Alfaguara.
Si Moreno orbita en torno a Puig (y Perlonguer), Uhart tiene como referencia al uruguayo Felisberto Hernández. “Es mi maestro”, contó en la charla que tuvo con Alejandra Costamagna, donde explicó que para volver más reales a las personas, para comprenderlas en su esencia, busca sacarlas de contexto. Es lo que en filosofía viene a ser la epojé: poner la realidad entre paréntesis, suspendida, y observarla sin emitir juicios.
El efecto que provoca es de una comicidad particular, una mezcla de ternura, complicidad y extrañeza. “Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas con otras”, dice la narradora de Guiando la hiedra. “Me produce placer observar cómo crecen con tan poco; son sensatas y se acomodan a sus recipientes; si éstos son chicos, se achican; si tienen espacio, crecen más. Son diferentes a las personas”.
Las historias de Hebe Uhart son mínimas: la visita a una vecina, una tarde en el zoológico, los juegos infantiles… Quizá por eso cuesta recordar las tramas. O mejor: lo que perdura de sus cuentos no son las anécdotas, sino la originalidad con que observa lo cotidiano, como si nos invitara a detenernos y comprobar que la realidad es más insólita, divertida y amable que lo que sentimos muchas veces. Leerla es una variante de la felicidad.
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