por Joaquín Fermandois
Diario El Mercurio, Martes 06 de Marzo de 2012
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/03/06/represion-intolerable.asp
En su tournée europea, Camila Vallejo ha afirmado que al movimiento estudiantil "se le ha respondido con una represión policial brutal que hemos vivido en las calles, las amenazas, la criminalización, la manipulación de los medios de comunicación y de las mismas autoridades de Gobierno". Leyendo esto recordé a Czeslaw Milosz -poeta polaco, Premio Nobel 1980- cuando presenciaba la rebelión estudiantil en Berkeley en 1968, y escribía con leve amargura acerca de los delirios de los discípulos de Marcuse, que protestaban contra la sociedad "represiva". Milosz retrucaba que le parecía burla cruel, ya que él realmente había vivido bajo un dominio en el que el individuo está a merced absoluta del Estado. Sabía de lo que hablaba. Vivió en Polonia, el corazón de las tinieblas del siglo XX, país en el que durante la guerra pereció el 20 por ciento de la población, cerca de seis millones de personas, víctimas de un proyecto totalitario.
Por esto decía: "Es que siempre he mirado a los rebeldes norteamericanos con una pizca de ironía. Para ellos, el imperio de la ley es un cliché, algo obvio, una molestia, o algo que es digno de odio o de desprecio, porque el establishment invoca la ley para enmascarar la injusticia. Y la ley, lo concedo, si uno nunca ha tenido que vivir sin ella, no enciende la imaginación y es mucho menos atractiva que las consignas que reclaman una sociedad perfecta".
La idea de que no se puede maltratar o matar a manifestantes tiene poco más de 200 años de antigüedad, y todavía se respeta sólo en algunas porciones del planeta. En un Estado de Derecho, cuando las manifestaciones buscan la confrontación como fin, se les tolera algún grado de violencia limitada, en parte porque no pocas veces sus líderes buscan víctimas entre las propias filas, ya que eso los enardece más: de manifestantes se transforman en guerreros (o guerrilleros) de la urbe. Todos hemos estado envueltos en alguna de estas trifulcas -incluyendo a los que debieron salir a la calle para oponerse a la Unidad Popular-, y realmente son fascinantes para los que participan. Por eso, parte de las tácticas para combatirlas cuando se salen de madre es que no haya muertos, y de ahí el generoso empleo de la bomba lacrimógena. También, es cierto, muchas veces uno piensa que las fuerzas policiales deben mejorar su técnica de control de multitudes, para evitar violencia innecesaria, que sucede; y para que no paguen moros y cristianos por igual, que también sucede. Con todo, recae sobre ellas una tarea penosa; reciben nubes de piedras, es decir, proyectiles apenas menos dañinos que una bala cuando aciertan al rostro o cráneo. Y, al revés de los manifestantes, no hay un halo de heroísmo que los envuelva.
En las protestas estudiantiles ha habido un sarcasmo cruel y poco atendido. Aunque sólo una minoría podría definirse como comunista, quizás una mayoría podría haberse identificado con la efigie de Guevara, sin saber mucho de él en verdad. Con todo, en los sistemas que se configuraron a partir del marxismo no hubo ningún "movimiento juvenil" que se manifestara, nada que no estuviera encuadrado, dirigido, teledirigido, manipulado y controlado por el Partido, es decir, el Estado personalizado en el politburó o el rey-dios, en la Unión Soviética, Alemania Oriental (comunista) o la Cuba de Castro.
Y, volviendo a estos lares, que no se olvide que hay manifestaciones porque existen instituciones republicanas y, con lacras antiguas y nuevas, en las últimas décadas ha habido horizontes de mejoramiento en lo económico y social. Por ello hay explosiones de cólera razonable o enceguecida. Contento y descontento van de la mano en la sociedad humana.
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