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Olvidémonos de cambios de rumbo, sigue siendo incierto el modo en que la ciudadanía procesará el regreso a la mediocridad, el deterioro de las expectativas y el aumento del desempleo.‏

HÉCTOR  SOTO, 
Michelle Bachelet

Lo que está claro y lo que sigue en duda


Comienza el 2015 y -cuando todavía no se enteran ni siquiera 10 meses de gobierno- son muchas las incertidumbres que se han despejado, no necesariamente para bien, y varias también las que todavía persisten. El recuento de lo que ya está claro debería anotar al menos lo siguiente.
Sesgo estatista 
Aparte de ser un gobierno refundacional, como muchas veces se ha dicho, este segundo mandato de la Presidenta Bachelet tiene marcados sesgos antiliberales, estatistas y, más que socialistas, socialistoides, dado que a estas alturas el socialismo es sólo un experimento jurásico.  No obstante, el impostado discurso de la alianza público-privada repetido tanto por la Mandataria como por su ministro de Hacienda, la desconfianza en el sector empresarial es total y está acreditada no sólo en la reforma tributaria, sino también en la educacional, en el veto a las cárceles y hospitales concesionados, en los cepos que se están confeccionando para el sistema privado de pensiones, en la sentencia que pende sobre las isapres, en el robustecimiento asimétrico, en fin, de las facultades fiscalizadoras de la burocracia, para no hablar de la AFP estatal o de las nuevas universidades públicas para la VI y XI Región.
Está bien: cada gobierno tiene sus propias prioridades. Son legítimas y están bien. Lo que ya es más discutible es que la reivindicación de lo público que proclama el actual gobierno tenga que pasar por aplastar al sector privado.
Lo más lamentable de este proceso es que Chile está apostando a cartas equivocadas. A las viejas cartas del estatismo hipertrofiado, las mismas que mantienen al Brasil de Dilma Rousseff como un portaaviones a la deriva, a la Argentina de los K como un caso de desarrollo estafado y que lanzaron a Venezuela al fondo del despeñadero. Para Bachelet no es el sector privado, sino el Estado, el que genera las corrientes de energía e innovación que supone el desarrollo.
El fin del gradualismo
Las reformas -todas las reformas- son ahora o nunca. La Presidenta intuye dos cosas: que es ahora cuando tiene mayoría en el Parlamento y que es ahora el momento.¿El momento de qué? Bueno, de desmantelar diversas instituciones asociadas a mercados competitivos y libres, de afectar distintos centros díscolos de poder, de correr las fronteras para la supervisión discrecional de la actividad privada, de cercar al empresariado con más responsabilidades y regulaciones; en general, de introducir mayor inercia en la actividad productiva.
No a los consensos
Este gobierno no los busca y tampoco los quiere. Por lo visto, considera que tanto la estética como  la moral de su proyecto de igualdad e inclusión social están políticamente reñidas con los acuerdos. De hecho, tiene un diagnóstico extremadamente crítico de lo que fue la transición y su proyecto trasunta una suerte de revancha en contra de los grupos -sociales, políticos, económicos- que a juicio suyo fortalecieron su poder durante las dos décadas de concertacionismo.
Y el desarrollo, ¿cuándo? 
Chile ya se salió del camino corto al desarrollo, itinerario que en mayor o menor medida estuvo en el imaginario de los cinco gobierno anteriores. Hasta aquí no más llegamos. El desarrollo no es prioridad actualmente. Alcanzar el desarrollo en esta generación implicaba crecer a tasas del orden de 5% anual, y ni el 2014 ni este año llegaremos a algo parecido a eso. Aunque al crecimiento siempre se puede regresar, las oportunidades perdidas son irrecuperables..
Las dudas
Aunque lo que sigue en duda puede ser más especulativo, sería sano reconocer que la idea de que el gobierno moderará sus ímpetus reformistas tiene mucho de volador de luces. En principio, este gobierno no aspira a tener un segundo tiempo más sosegado. Todos los augurios en orden a que, después de la reforma tributaria, se impondría un tranco más pausado en tributo a la estabilidad y a la necesidad de volver a poner el país en movimiento no fueron más que buenos deseos o simples chascarros. Alguna ventana de rectificación se abre ahora con el ajuste ministerial, tras los despropósitos de la ministra de Salud. Lo más probable, sin embargo, es que el cambio de equipo que la Presidenta tendrá que hacer -porque se equivocó al nombrar a muchos de sus ministros y ministras y porque la Nueva Mayoría está pidiendo el cambio a gritos- traerá unas pocas nuevas caras y ningún cambio de fondo. Olvidémonos entonces de cambios de rumbo.
Y la economía, ¿qué?
Siendo sensato pensar que la última palabra sobre el actual gobierno la dirá economía, sigue siendo incierto el modo en que la ciudadanía procesará el regreso a la mediocridad, el deterioro de las expectativas y el aumento del desempleo. No es cierto que a este respecto existan leyes de vigencia general. No nos hagamos ilusiones: la gente que se compró al comienzo, al promediar e incluso ahora las aventuras populistas de Chávez o de Kirchner, no necesariamente es más estúpida de lo que nosotros podamos ser. A pesar de haber tenido elites bastante más responsables que en otros países de la región, pensar que los chilenos, después de esta fuga, volveremos contritos a las verdades de la economía social de mercado es un poco ilusorio. Sobre todo atendida la bronca existente en Chile contra el empresariado y la pobrísima imagen del sector que han dejado algunos escándalos recientes. De hecho, el gobierno advirtió correctamente que el terreno estaba abonado para la agenda laboral que presentó.
La derecha duerme
Hasta ahora no hay en la oposición una alternativa viable para el actual gobierno. No la hay ni siquiera si la actual administración llegara a fracasar y menos para la eventualidad de que tuviera éxito. Ciertamente, el sector podría rearticularse en el futuro, pero eso dependerá de circunstancias y variables que, por lo visto, nadie en la derecha está tomando muy en serio. Por ahora.

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