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Alemania y su historia

ROBERT FUNK, Auschwitz



Probablemente nadie es tan consciente de las contradicciones internas de la historia alemana, que los propios alemanes, donde los grandes logros culturales y científicos conviven con guerras y genocidio. Y es probable que en ningún lugar se hacen más evidentes estas contradicciones –a 70 años desde la liberación de Auschwitz– que en Berlín.
Durante gran parte del Siglo XX, Berlín y Alemania sirvieron como un termómetro de lo que ocurría en el mundo –símbolo de la militarización de las primeras décadas, de los buenos tiempos y cosmopolitismo de los años 20, de las nubes negras de los años treinta, de la Guerra Fría, y luego del Fin de la Historia de los 90.
Hoy Berlín es una mezcla rara entre futuro y pasado –conviven edificios modernos y malls con secciones del ex muro llenos de grafiti. Entre las grúas pasa una línea en el suelo que recuerda donde alguna vez se dividió el mundo. Cada cuantas cuadras se encuentran monumentos a las victimas de uno de los dos regímenes, o el nacional socialista o el comunista –gitanos, judíos, homosexuales, comunistas, capitalistas, discapacitados, opositores, o simplemente aquellos que querían vivir en libertad. Los Trabant, el auto cuya mala calidad simbolizaba el deterioro de la RDA, compiten con los ositos como símbolo de la ciudad.
Tal vez porque sus regímenes anteriores no toleraban la diferencia, es que hoy Alemania pareciera valorarla aún más que muchos otros países de Europa. Según una encuesta mundial realizada por la Anti-Defamation League, el porcentaje de alemanes con actitudes antisemitas esta entre los más bajos de Europa –bastante más bajo que en Chile–, y siguen bajando. Las actitudes hacia los inmigrantes también son más positivas en Alemania que en países como Gran Bretaña. Los alemanes saben que por razones demográficas, el país requiere inmigración. En 2014, Alemania recibió casi medio millón de inmigrantes, muchos oriundos de países en conflicto como Siria. Solamente EE.UU. recibió más inmigración.
En los días posteriores al ataque de Charlie Hebdo, la canciller alemana, Angela Merkel, prometió que protegería a los musulmanes y judíos en su país. “Pertenecen aquí”, dijo. Merkel estaba reaccionando no solamente a los ataques en Francia, sino al movimiento Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) en su propio país, cuyas marchas han ido creciendo en tamaño e intensidad. Las manifestaciones de la organización, que se opone a la inmigración e influencia cultural musulmana, han ido creciendo desde una centena de personas en octubre del año pasado, a 25.000 a mediados de enero.
La pregunta es si Pegida representa más el futuro o el pasado. En el presente, Berlín, como muchas ciudades alemanas, es un ejemplo de la multiculturalidad. No hay que ir más lejos que ver cómo proliferan los kioscos de currywurst (salchichas bañadas en una salsa que suele ser más bien un ketchup picante que un curry) o de dönnerkebab (sandwiches turcos rellenos con una carne molida indescifrable) para darse cuenta que la identidad alemana ya esta globalizada. La ciudad que alguna vez representaba una división entre oriente y occidente hoy parece ser más un puente.
Sin embargoel mundo esta repleto de ejemplos de sociedades tolerantes que dejan de serlo, desde el Imperio Romano hasta la Reconquista de España. Berlín también sabe lo cíclico que puede ser la tolerancia, que en un momento puede dar luz a la modernidad, el Bauhaus, y la mecánica cuántica, y al poco tiempo ser el lugar donde queman libros. Y como dijo Heine, cuando queman libros, no falta mucho para que quemen cuerpos. En Berlín saben que tanto las libertades como los muros son mucho más frágiles de lo que parecen.

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