Señor Director:
El rector Carlos Peña, en su habitual columna de los domingos, hace sorna de una frase del Papa Francisco, quien junto con la categórica condena al acto terrorista a Charlie Hebdo en París, se lamenta por los excesos de una libertad de expresión que a veces "provoca" e "insulta la fe de los demás". No es primera vez que Carlos Peña nos sorprende con su ácida crítica a la Iglesia Católica y sobre los valores que ella representa.
No irrita para nada su legítima discrepancia con las creencias religiosas. Lo que sí preocupa es su falta de prolijidad al momento de opinar sobre el pensamiento católico. Es cierto que para la Iglesia la caridad resplandece solo cuando se acompaña con la verdad. Es muy distinto un acto de donación de dinero por conveniencia de un acto generoso de entrega y, por tanto, auténticamente gratuito y verdadero, al estilo del llamado del Padre Hurtado de dar hasta que duela. Y esa "verdad" la Iglesia quisiera verla presente en muchos actos humanos. Pero Carlos Peña falsifica el pensamiento católico al concluir que al proclamar la verdad de "la vida de María como ideal para las mujeres y las niñas", la Iglesia pone así "un límite a la libertad de expresión" o "erige su creencia como un coto vedado a la expresión".
No es así. La Iglesia busca modelos de vida y los defiende, pero no los impone ni tampoco cercena la libertad de otros para opinar y discrepar. Simplemente pide que la libertad de expresión no signifique que todos puedan decir lo que les plazca; antes bien, presupone como principio ético básico no mancillar la honra de las personas o de las instituciones. Se debe informar verazmente y para ello el imperativo es buscar la verdad, pero no se puede buscar la verdad -fin- recurriendo a la mentira -medio-, porque en este caso el medio deja sus huellas en el mismo fin.
Lo que el Papa pide solamente es respeto y, desde luego, evitar la burla humillante que hace mucho daño. Los católicos no pedimos que nuestras creencias "se protejan de la forma más feroz, más fecunda y más pacífica de crítica que la cultura humana ha inventado: el humor", como sostiene Carlos Peña. Por el contrario, el humor es una de las manifestaciones de la libertad humana, es un atributo que da frescura y sabor a la vida y une. Pero la alegría y la risa, el buen humor, no deben confundirse con el sarcasmo o la risa satánica que se alimenta de la amargura, buscando vaciar en otros las miserias propias.
Carlos Williamson B.
Profesor titular
Universidad Católica
El rector Carlos Peña, en su habitual columna de los domingos, hace sorna de una frase del Papa Francisco, quien junto con la categórica condena al acto terrorista a Charlie Hebdo en París, se lamenta por los excesos de una libertad de expresión que a veces "provoca" e "insulta la fe de los demás". No es primera vez que Carlos Peña nos sorprende con su ácida crítica a la Iglesia Católica y sobre los valores que ella representa.
No irrita para nada su legítima discrepancia con las creencias religiosas. Lo que sí preocupa es su falta de prolijidad al momento de opinar sobre el pensamiento católico. Es cierto que para la Iglesia la caridad resplandece solo cuando se acompaña con la verdad. Es muy distinto un acto de donación de dinero por conveniencia de un acto generoso de entrega y, por tanto, auténticamente gratuito y verdadero, al estilo del llamado del Padre Hurtado de dar hasta que duela. Y esa "verdad" la Iglesia quisiera verla presente en muchos actos humanos. Pero Carlos Peña falsifica el pensamiento católico al concluir que al proclamar la verdad de "la vida de María como ideal para las mujeres y las niñas", la Iglesia pone así "un límite a la libertad de expresión" o "erige su creencia como un coto vedado a la expresión".
No es así. La Iglesia busca modelos de vida y los defiende, pero no los impone ni tampoco cercena la libertad de otros para opinar y discrepar. Simplemente pide que la libertad de expresión no signifique que todos puedan decir lo que les plazca; antes bien, presupone como principio ético básico no mancillar la honra de las personas o de las instituciones. Se debe informar verazmente y para ello el imperativo es buscar la verdad, pero no se puede buscar la verdad -fin- recurriendo a la mentira -medio-, porque en este caso el medio deja sus huellas en el mismo fin.
Lo que el Papa pide solamente es respeto y, desde luego, evitar la burla humillante que hace mucho daño. Los católicos no pedimos que nuestras creencias "se protejan de la forma más feroz, más fecunda y más pacífica de crítica que la cultura humana ha inventado: el humor", como sostiene Carlos Peña. Por el contrario, el humor es una de las manifestaciones de la libertad humana, es un atributo que da frescura y sabor a la vida y une. Pero la alegría y la risa, el buen humor, no deben confundirse con el sarcasmo o la risa satánica que se alimenta de la amargura, buscando vaciar en otros las miserias propias.
Carlos Williamson B.
Profesor titular
Universidad Católica
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