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La cristiandad o Europa


"Sin integración a los valores políticos de una sociedad, su viabilidad pacífica e institucional está puesta en cuestión y da la impresión de que crece la incapacidad de los inmigrantes de ser franceses, alemanes o ingleses..."


Sería imposible hoy en día repetir como lema este título de un hermoso ensayo de Novalis, el gran romántico alemán. Ya en su época (1799) era más un grito de distancia a su época antes que una descripción de la misma. La historia de Europa no se entiende sin el cristianismo y fue su segunda cuna. La primera lo había sido el Oriente, aproximadamente lo que hoy llamamos "Medio". Esta zona fue después sometida por la expansión musulmana, y el cristianismo resultó casi exterminado. Al mismo tiempo la evolución europea y la del mismo cristianismo condujeron a que el mundo secular y sus valores llegaran a ser autónomos de la religión, aunque no estén del todo desligados de la misma. Nunca lo estarán.

En estos días, que han vuelto a ser crispados, con reminiscencias del atentado a las torres el 2001, el tema del terrorismo, la religión y Europa han estado en el centro del debate. El terrorismo en sí mismo no es un asunto tan apocalíptico (salvo que tenga acceso, por ejemplo, a armas nucleares) como lo son los estados de conflictos que se transforman en cuasi-permanentes como en el Medio Oriente, que muchas veces constituyen su caldo de cultivo. Esto es más grave que el terrorismo como fin en sí mismo, obra de grupúsculos que se pueden anular en el marco del Estado de Derecho, como las Brigadas Rojas en Italia o la banda Baader-Meinhof en Alemania Federal en los 1970, por terribles que hayan sido sus crímenes.

En el caso europeo tiene un vínculo -aunque no absoluto- con la inmigración. En nuestro continente, EE.UU. y Argentina han sido sociedades que en gran medida se configuraron con la inmigración, convirtiendo al inmigrante en una generación en un yanqui o en un gaucho. Países como Francia integraron a los inmigrantes europeos en estos dos últimos siglos, pero harina de otro costal son los que proceden más que nada de las ex colonias, entre las cuales abundan los musulmanes. Estos proceden de un área cultural que no experimentó la convivencia de lo secular y lo religioso como en el cristianismo -en especial el europeo-, que es de donde surgió la modernidad política y su rasgo principal, el espíritu liberal (que no es exactamente lo mismo que la ideología liberal). A los países musulmanes -sobre todo a los árabes- les ha sido difícil y en algunos casos imposible. Los inmigrantes que de allí proceden podrán hallar trabajo y mejor vida material en Europa, pero son reacios a incorporar la sensibilidad cultural y política moderna, que para ser vivida limita a la religión, aunque también se empobrece si la elimina. En Occidente la religión no puede ser toda la sociedad, que es la naturaleza del islamismo que ahora está pujante, sino que una parte de ella.

Sin integración a los valores políticos de una sociedad, su viabilidad pacífica e institucional está puesta en cuestión y da la impresión de que crece la incapacidad de los inmigrantes de ser franceses, alemanes o ingleses. La riqueza y cambio que producen los inmigrantes supone también un cambio en estos, y no la mera reproducción de los rasgos del lugar de proveniencia.

En esta madeja hay una última y terrible ironía. Parte de los temores europeos poco confesados tienen que ver con las diferencias demográficas entre el crecimiento de las comunidades inmigrantes, en especial de los musulmanes, con las de la población tradicional, que tampoco había sido homogénea, con cada vez menos hijos. Sin embargo, si los europeos no quieren tener hijos -tener guaguas, en chileno-, que es lo sucedido en el último medio siglo, esta civilización madre desaparecerá más temprano que tarde. Sería una tragedia para todos nosotros, aunque una de sobra merecida para Europa.

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