La vigencia de las divas
No es que quiera hacerle el quite a estos temas. Tienen a medio mundo hablando y no sé qué tanto más entenderemos agregando a lo dicho. Además, no sólo de payaserías y urgencias trágicas de último minuto vive el hombre. También vive de lo que no perece, de diosas que mueren y no mueren, de estrellas que recorren una enormidad espacial antes de que se apaguen. Pienso en Anita Eckberg y esa escena inolvidable con Mastroianni bañándose en las aguas de la Fontana di Trevi en La Dolce Vita, obra de ese tremendo poeta que fue Fellini. Eckberg murió fuera de cámara la semana pasada.
Pienso en doña Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, que también se nos fue y de quien no dijimos nada en su momento. Se las traía. Me la imagino en Chile. Tiempo atrás un sindicato obrero osó funarla, ante lo cual los llamó “delincuentes, gentuza y cuatro locos” y pagó la multa por injurias. Alegó antes indisposición psíquica momentánea. Eso es manejo de crisis y de clase, no como estas elites de ahora, vulgares, de boletas fuleras y gerentes bien pagados que ponen en duro aprieto a sus jefes.
¿Qué tienen estas divas que nos siguen fascinando? Cierta desfachatez probablemente. Una insolencia fresca, sobrada, más que escandalosa. A la Eckberg no se la ve desnuda.
No precisa hacerlo, tal su exuberancia escotada luego que se saca su estola de visón. Sí, en cambio, doña Cayetana, no por nada Duquesa de Alba, indiscretamente captada por un paparazzi, muy campante y con sus 55 años bien puestos, todavía bien llevados. Doña Cayetana, por su alto rango, gozaba de ciertas dispensas (las fotos fueron divulgadas hace sólo tres años, 30 después de tomadas); la película, en cambio, fue censurada por el Vaticano. Eran otros los tiempos, otras las desigualdades. Dudo que Picketty tenga algo que decir al respecto.
Las complicidades, sin embargo, siguen siendo casi las mismas. Eso es lo que nos sigue hermanando con los años 60.Una época no tanto más licenciosa que otras anteriores, menos que el siglo XVIII francés, o la de los papas del Renacimiento y, antes, de la Roma imperial en decadencia.
Pero similar a lo de ahora, en que estas viejas licencias ya nadie se las toma para callado. Las acompañan una jauría de ojos, flashes y teleobjetivos, que impiden que la fiesta se goce en privado. En los 60, a causa de la prensa rosa, hoy día, por el constante asedio democrático de las redes sociales.
Con una notoria diferencia, claro está. En el caso del fisgoneo de la Eckberg y la duquesa, no se vislumbra aún el apetito por lo truculento.Lo que nos obsesiona de ellas -sus auras y palideces desvestidas-las podría pintar todavía Tiziano, Rubens, Fragonard, el mismo Goya, aunque no el de la época negra, en que sólo se dedicaba a caprichos, desastres de la guerra, sueños de la razón extraviada, y otras morbosidades, tan de gusto de nuestros días. Pienso en París y sus tiroteos. Aunque, pensándolo mejor, no todo está perdido.Sofía, Gina, la Bardot, la Deneuve, incluso Marilyn postmortem, siguen vivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS