"Durante años me sentía orgulloso de nuestros socialistas y otros grupos afines. A diferencia de sus congéneres españoles, Lagos, Viera-Gallo y otros como ellos eran gente civilizada, que vivía y dejaba vivir. Podían estar en el poder, pero no pretendían aniquilar al adversario..."
La reforma educacional llegará en los próximos días a su culminación sin que nadie haya logrado domesticarla por el camino. Pero lo que hemos visto estas semanas nos permite sacar algunas lecciones importantes. Me limitaré a tres de ellas.
La primera tiene que ver con el talante de nuestra izquierda. Durante años me sentía orgulloso de nuestros socialistas y otros grupos afines. A diferencia de sus congéneres españoles, Lagos, Viera-Gallo y otros como ellos eran gente civilizada, que vivía y dejaba vivir. Podían estar en el poder, pero no pretendían aniquilar al adversario. En suma, tenían mecanismos de autocontrol, derivados de un cierto estilo de hacer política. La manera en que se tramitó esta reforma nos muestra que las cosas han cambiado radicalmente. Ya no quieren ser amados ni respetados, prefieren ser temidos. Antes avanzaban deliberando, ahora vienen con fumigadora.
La segunda lección nos habla de la Democracia Cristiana. Desde que terminó el gobierno de Frei Ruiz-Tagle, nunca había estado en una posición tan favorable. Aunque este año ha recibido constantes codazos de sus socios de coalición, lo cierto es que, gracias a los extravíos de la Nueva Mayoría, se estaba transformando en el gran árbitro de la política chilena. La reforma educacional era un símbolo de este papel, donde la DC planteaba exigencias y mantenía una identidad propia. Todo eso se derrumbó en unos pocos días.
Yo admiro a quienes perjudican sus intereses por permanecer fieles a sus convicciones; y puedo llegar a entender a quienes, en un momento de debilidad, sacrifican sus ideales para salvaguardar sus conveniencias. Pero en estos días la DC ha ido simultáneamente en contra de sus convicciones y de sus intereses, lo que resulta del todo incomprensible.
Muy fuertes deben haber sido las presiones para que la DC haya terminado por olvidar sus promesas de defender a los colegios y el pluralismo educativo. El ala radical de la Nueva Mayoría ha aprendido a manejar el miedo y a transformarlo en una eficaz arma política. Hace un año, todavía existía un armonioso eje PS-DC. Hoy, la Democracia Cristiana es arrollada por sus antiguos aliados, empeñados en fumigar cualquier disidencia.
Las consecuencias de esta claudicación pueden ser graves no sólo para esa clase media que constituye su electorado tradicional, sino también para el propio falangismo. No conocemos el futuro, y cabe que en veinte años más la Democracia Cristiana sea un partido pujante, lleno de ideales y un ejemplo para toda la clase política. Pero también es posible que ni siquiera resulte el intento de algunos de transformar a la DC en una especie de PPD aromado con cierto aire clerical. Cabe que termine por desaparecer del panorama político nacional. Si sucediera este hecho lamentable, si a la DC chilena le esperara el mismo fatal destino que a su hermana italiana (que, tras gobernar durante casi medio siglo, desapareció de un día para otro) entonces los historiadores recordarán el mes de enero de 2015 como la fecha cuando se manifestó esa enfermedad mortal.
Algunos piensan que la fumigadora gobiernista podría haber sido detenida si la centroderecha contara hoy con las grandes figuras que tuvo en el pasado y argumentos más sofisticados que los que emplea. No lo sé. Hay que decir a su favor que resulta muy difícil negociar con un adversario que desprecia la democracia de los acuerdos y está embriagado por vahos refundacionales. Chile sufre en este momento una marea estatista y, junto con tratar de detenerla, hay que asegurar que, cuando empiece a retirarse, existan ideas capaces de fundar un proyecto de reemplazo, para que no vuelva a ocurrir que la centroderecha llegue al poder, realice una buena administración y finalmente sea derrotada por no haber sido capaz de ofrecer algo más que estadísticas exitosas.
Por todo lo anterior, la tercera lección de estos días tiene que ver con la necesidad de trabajar a largo plazo, sin temor a defender ideas que en un momento pueden no estar de moda. En esto nos dan ejemplo los propios autores de la reforma educacional: cuando hace algunos años propusieron terminar con el lucro, la selección y el copago, esas iniciativas parecían extravagantes a la mayoría de los chilenos. Hoy han recibido el premio a su perseverancia. Como los vientos políticos pueden cambiar, la izquierda moderada, la DC y la centroderecha no deben tener miedo a la fumigadora del ala dominante de la Nueva Mayoría. Mucho más peligrosa que ella puede ser la falta de propias ideas o de convicción para difundirlas.
La primera tiene que ver con el talante de nuestra izquierda. Durante años me sentía orgulloso de nuestros socialistas y otros grupos afines. A diferencia de sus congéneres españoles, Lagos, Viera-Gallo y otros como ellos eran gente civilizada, que vivía y dejaba vivir. Podían estar en el poder, pero no pretendían aniquilar al adversario. En suma, tenían mecanismos de autocontrol, derivados de un cierto estilo de hacer política. La manera en que se tramitó esta reforma nos muestra que las cosas han cambiado radicalmente. Ya no quieren ser amados ni respetados, prefieren ser temidos. Antes avanzaban deliberando, ahora vienen con fumigadora.
La segunda lección nos habla de la Democracia Cristiana. Desde que terminó el gobierno de Frei Ruiz-Tagle, nunca había estado en una posición tan favorable. Aunque este año ha recibido constantes codazos de sus socios de coalición, lo cierto es que, gracias a los extravíos de la Nueva Mayoría, se estaba transformando en el gran árbitro de la política chilena. La reforma educacional era un símbolo de este papel, donde la DC planteaba exigencias y mantenía una identidad propia. Todo eso se derrumbó en unos pocos días.
Yo admiro a quienes perjudican sus intereses por permanecer fieles a sus convicciones; y puedo llegar a entender a quienes, en un momento de debilidad, sacrifican sus ideales para salvaguardar sus conveniencias. Pero en estos días la DC ha ido simultáneamente en contra de sus convicciones y de sus intereses, lo que resulta del todo incomprensible.
Muy fuertes deben haber sido las presiones para que la DC haya terminado por olvidar sus promesas de defender a los colegios y el pluralismo educativo. El ala radical de la Nueva Mayoría ha aprendido a manejar el miedo y a transformarlo en una eficaz arma política. Hace un año, todavía existía un armonioso eje PS-DC. Hoy, la Democracia Cristiana es arrollada por sus antiguos aliados, empeñados en fumigar cualquier disidencia.
Las consecuencias de esta claudicación pueden ser graves no sólo para esa clase media que constituye su electorado tradicional, sino también para el propio falangismo. No conocemos el futuro, y cabe que en veinte años más la Democracia Cristiana sea un partido pujante, lleno de ideales y un ejemplo para toda la clase política. Pero también es posible que ni siquiera resulte el intento de algunos de transformar a la DC en una especie de PPD aromado con cierto aire clerical. Cabe que termine por desaparecer del panorama político nacional. Si sucediera este hecho lamentable, si a la DC chilena le esperara el mismo fatal destino que a su hermana italiana (que, tras gobernar durante casi medio siglo, desapareció de un día para otro) entonces los historiadores recordarán el mes de enero de 2015 como la fecha cuando se manifestó esa enfermedad mortal.
Algunos piensan que la fumigadora gobiernista podría haber sido detenida si la centroderecha contara hoy con las grandes figuras que tuvo en el pasado y argumentos más sofisticados que los que emplea. No lo sé. Hay que decir a su favor que resulta muy difícil negociar con un adversario que desprecia la democracia de los acuerdos y está embriagado por vahos refundacionales. Chile sufre en este momento una marea estatista y, junto con tratar de detenerla, hay que asegurar que, cuando empiece a retirarse, existan ideas capaces de fundar un proyecto de reemplazo, para que no vuelva a ocurrir que la centroderecha llegue al poder, realice una buena administración y finalmente sea derrotada por no haber sido capaz de ofrecer algo más que estadísticas exitosas.
Por todo lo anterior, la tercera lección de estos días tiene que ver con la necesidad de trabajar a largo plazo, sin temor a defender ideas que en un momento pueden no estar de moda. En esto nos dan ejemplo los propios autores de la reforma educacional: cuando hace algunos años propusieron terminar con el lucro, la selección y el copago, esas iniciativas parecían extravagantes a la mayoría de los chilenos. Hoy han recibido el premio a su perseverancia. Como los vientos políticos pueden cambiar, la izquierda moderada, la DC y la centroderecha no deben tener miedo a la fumigadora del ala dominante de la Nueva Mayoría. Mucho más peligrosa que ella puede ser la falta de propias ideas o de convicción para difundirlas.
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