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El Gran Gásfiter

Fernando Villegas


Andres Allamand

El Gran Gásfiter


A los cada vez más dispersos partidos, movimientos, camarillas y escapados del apocalipsis que un día conformaron la derecha, hoy cada uno vapuleado a su modo o huido a su manera, Andrés Allamand, desde siempre hombre de grandes posturas y arranques churchillianos,ha propuesto que se unan y den nacimiento a una sola gran colectividad de oposición. No ha ofrecido detalles; lo suyo es o ha sido una invocación, quizás hasta un exorcismo, no un programa. Recuerda, aunque con menos tonos suicidas, el contra- intuitivo  “estrechen filas” que se ordenaba en el siglo XVIII a las hileras de soldados que marchaban al ataque cuando los estaba barriendo la mosquetería y metralla enemiga. En política, al revés, el fuego hostil es más letal cuando las fuerzas se dispersan. Tal como están las cosas, piensa Allamand y de hecho todo su sector, no se ve cómo impedir un segundo triunfo de la NM si no se logra esa milagrosa unidad.
La “unidad” es la perenne Tierra Prometida y arcoíris  de la derecha. En tiempos normales, cuando gobierna en beatífica paz o alguien lo hace en su nombre aunque sea sin invocarlo, el tema de la unidad no es, para ella, ni siquiera un vocablo que se lo lleve el viento. Siempre que los fundamentos en los que prospera se mantengan en su sitio, puede y suele darse el exquisito lujo de la variedad. Formada por gentes más acostumbradas a dar órdenes que a recibirlas, la derecha, cuando no está atribulada, tiende a dispersarse en varios partidos y liderazgos en los que despliega todas sus facetas: hay facciones para representar a la derecha confesional y ultraconservadora; las hay para la derecha liberal, manga ancha y hasta algo sacrílega; de vez en cuando surge una para la derecha compasiva, benefactora de los pobres y dada a los lagrimones humanitarios; hay otros que dan la cara por la derecha dura y feroz con más inclinación a golpear puertas de cuarteles que de vecinos de la circunscripción electoral; la derecha especulativa, comerciante, urbana, cosmopolita y oportunista tiene su gente y también la derecha “moderna”, conformada por jovenzuelos de estilos mundanos y sofisticados, con doctorados en negocios, cuidadas barbitas de tres días y total ignorancia en todo lo demás.
¿Cómo, si no hay razones muy poderosas, podrían esas tribus, todas  reflejando distintas crianzas, diferentes historias familiares y negocios a veces hasta contrapuestos                   -como el viejo y ya obsoleto conflicto que enfrentaba a agricultores e industriales- funcionar políticamente unidas si su razón de ser es no sólo la diferencia, sino plasmar y atornillar institucionalmente dichas diferencias?
Las crisis
Por esa razón la derecha ha dado batalla en coherente y cohesiva masa sólo en tiempos de muy grave crisis. A veces le ha bastado hacer uso de ciertas tácticas de transformismo y disfrazar a alguien de “independiente”, como se presentó a Jorge Alessandri en 1958 cuando Allende parecía relativamente peligroso, pero aun entonces la derecha se sentía lo suficientemente segura como para manifestarse en dos sabores, conservadores y liberales. Cuando vino el año 70 y el país era partidario a rabiar -como hoy- de todo lo que oliera a cambio, liberales y conservadores pasaron a ser el Partido Nacional. Esa vez el papel de Allamand lo celebró Sergio Onofre Jarpa. Cumplida esa unión y llegados los militares, tornaron a dividirse en RN y la UDI. Ahora, frente a la avalancha transformista que amenaza con instalar en el país el dominio, si no eterno al menos muy duradero, de un populismo con ciertos visos aun precoces pero ya alarmantes a la venezolana o argentina, emerge Allamand  y convoca a las partes a otra “Union Sacrée”.
La oferta 
Pero aun si llega a unirse, ¿qué puede ofrecerle al país esa derecha apatotada a la que algún genio de las comunicaciones bautice quién sabe cómo? Una postura negativa basada sólo en combatir a la NM podría ser insuficiente.  Y además, ¿a quién poner al frente para encabezar la cruzada? La derecha necesita, en tiempos como estos, sacar del sombrero una figura providencial, un Supermán que sale volando por la ventana del baño a salvar Ciudad Metrópolis, pero al mismo tiempo es la agrupación política y humana menos dada a las disciplinas de la obediencia y por tanto la más dada a destruir a sus propios liderazgos, nuevos o viejos.
Pero si acaso satisfacen esa tarea aunque sea a regañadientes, si se ponen a las órdenes de quien sea se presente ante la ciudadanía como el Gran Gásfiter encargado de resolver los problemas que presuntamente deje al actual régimen, ¿qué van a ofrecer, con qué van a encantar, qué promesa pueden propalar, qué mentira piadosa simular como verdad, qué canto de sirena entonar? No importa todo lo que se diga -y se mienta- acerca del “empoderamiento” de la gente, de su escepticismo, su incredulidad ante los políticos, etc., la ciudadanía siempre está presta para tragarse otro buen cuento del tío, pero en el rubro cuentos del tío sólo la izquierda tiene gran repertorio y  expertise para contarlos; la derecha no. Sólo ofrece sangre, sudor y lágrimas. Ofrece, a lo más, reparar los daños y poner otra vez a andar el modelo capitalista de producción y distribución de bienes.  Su catecismo, de expresarse abierta y cínicamente, se reduciría  a dos principios: mantener a raya al populacho y conservar las condiciones para hacer buenos negocios. En jerga algo más sofisticada -esto es, en dialecto de marketing- eso traduce como el habitual mantra sobre la “libertad de emprendimiento y dejar a la gente “elegir” sus opciones vitales. Aun con este envoltorio no suena muy popular.
Agudizar las contradicciones
Sabiéndolo, conociendo su pobreza dialéctica, la derecha termina entonces por hacer suyo el viejo y brutal principio marxista de“agudizar las contradicciones”. En este caso, agudizar la crisis, hacer insostenible la situación, que la casa se inunde por entero, llenarla de aguas servidas, de goteras, de escapes de gas e infección de ratas. Lo que con ciertos visos de histerismo algunos  -muchos- personeros de la NM llaman de vez en cuando la “campaña del terror” tiene, después de todo, el siguiente componente de verosimilitud, a saber, que en efecto hay sectores en la derecha que si acaso no agudizan las contradicciones, tampoco van a mover un dedo para suavizarlas. La derecha prefiere vivir en tiempos calmados, pero sabe que sobrevive sólo si sobrevienen tiempos revueltos.
¿Cómo se está materializando esto? Desde luego no tanto con planes maquiavélicos urdidos en un lugar secreto -aunque sospechamos que hay algunos grupos de ese tipo en etapa de formación- como por una suma creciente de reacciones naturales a las decisiones de la propia NM. ¿Quién querría invertir con tantas incertidumbres? ¿Quién va a contratar gente cuando viene una ley laboral que dará un poder extremo a sindicatos con larga tradición conflictiva? Peliagudo es hacerles frente a las terribles lógicas del capital, las cuales no son otras que las del interés propio bien entendido por quienquiera posea algún recurso inmueble. No hay en esto perversidad ni mala voluntad, sino simple instinto de supervivencia financiera. Si el capital prefiere irse a Perú, Colombia o Estados Unidos será menos porque haya un plan urdido por los villanos de siempre, los capitalistas, que como reacción al eterno plan de los anticapitalistas, de los enemigos del lucro, los odiadores de la riqueza ajena, los apóstoles de la igualdad a ultranza con la cual, ¡al fin!, desaparecerán las detestables superioridades.
Lo hemos visto antes y posiblemente lo veremos de nuevo; la casa sufre estropicios porque los decoradores y paisajistas, en el estilo de Laurel y Hardy pero no tan graciosos, más bien la están echando abajo. Es la hora del gásfiter. Se lo llama sin alegría ni entusiasmo porque su sola visita supone la existencia de problemas, pero se lo llama al fin y al cabo…

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