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El sistema democrático no es un procedimiento ideado para lograr acuerdos, sino para zanjar civilizadamente las diferencias.‏

ROBINSON ROJAS, 
senado

La democracia de los desacuerdos



A propósito de la reforma educacional, se plantea nuevamente la conveniencia de los acuerdos entre gobierno y oposición, recordándose la década de los 90, período de entendimientos que permitieron una transición ejemplar. Pero el valor de un acuerdo se mide por su contenido; no tiene sentido plantear como deseables los acuerdos en sí mismos.
La democracia ha significado un progreso enorme por dos razones: es una forma de control de los gobernantes y permite arbitrar pacíficamente las diferencias políticas en la sociedad. El sistema democrático no es un procedimiento ideado para lograr acuerdos, sino para zanjar civilizadamente las diferencias.   
Por ello, lo normal es que el gobernante se hace responsable de las políticas que implementa y la oposición se plantea como alternativa, denunciando de paso los errores y anunciando los perjuicios que se derivarán de las medidas equivocadas. Así, periódicamente las personas juzgan quién ha estado en lo cierto: gobernantes u opositores, y emiten su veredicto con el voto”.

Entonces, ¿cuándo es bueno y conveniente llegar a acuerdos? Principalmente cuando las diferencias entre un sector y otro están razonablemente acotadas; de manera que, dentro de un consenso mayor, se pueden convenir cambios de énfasis que, al recibir un apoyo transversal, consolidan un cierto orden social.  Por eso la democracia de los acuerdos fue tan virtuosa en los 90, ya que a través de ellos la centroizquierda fue percibida como un sector que ofrecía gobernabilidad y la centroderecha contribuyó a enraizar la modernización económica y social que estaba experimentando el país”.

La visión que ahora presentan esos acuerdos como abdicaciones de la Concertación es sesgada, pues ellos también ganaron mucho en ese camino.

Hoy la situación es completamente diferente. Más allá de las declaraciones de buena crianza, en Chile se rompió el consenso básico. La intención explícita de cambiar el Estado subsidiario por los derechos sociales, la reforma tributaria, el nuevo rol del Estado en la educación, la anunciada reforma al régimen sindical, el radical discurso igualitarista y anti emprendimiento, ejemplifican la profundidad de los cambios buscados. En este contexto, no tiene sentido que la oposición se inhiba de votar en contra y busque artificialmente acuerdos respecto de proyectos que van en sentido exactamente contrario a la visión de sociedad que ella encarna y promueve.

En el caso de la reforma educacional se trata de una iniciativa que se basa en tres pilares imposibles de validar para la centroderecha: es anti emprendimiento, impide a los padres aportar a la educación de sus hijos y elimina la autonomía de cada proyecto educativo para seleccionar en función de sus valores y objetivos.  Cada uno de estos pilares por sí mismo impide cualquier acuerdo. Aquí radica la esencia de la política en democracia”.

He escuchado a quienes dicen que si la oposición no se plantea abierta a un acuerdo no podrá criticar luego un eventual fracaso de la reforma. Es exactamente al revés: sólo una oposición firme en cada uno de estos puntos podrá ser legítima alternativa en el futuro. 
Esta es la hora en que la democracia realmente vale: la de los desacuerdos.

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