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La república de la incertidumbre

Personalismo sonriente, aunque rencoroso, reformismo duro y concentración de las decisiones en un círculo muy restringido y poco transparente de poder-, el que está haciendo crisis...El aparato estatal está lleno de anacronismo; el mercado laboral, de rigideces; el marco tributario, de incógnitas; nuestra infraestructura, de cuellos de botella…¿Reformas, sí, pero cuando son sustantivas, cuando están bien hechas, cuando introducen más competencia, cuando van en dirección del curso de la historia y no a contrapelo de la modernidad, pueden ser una poderosa palanca para el dinamismo y la recuperación.‏


HÉCTOR SOTO, 
La Moneda (24804457)


Podrá discutirse si Evelyn Matthei exageró o no cuando le dijo a Pulso que el gran problema de Chile era Michelle Bachelet. Más allá de su planteamiento, sin embargo, y de los atendibles reparos que puedan merecer los términos en que la ex senadora se expresó, lo concreto es que la Presidenta está quedando a la intemperie en el debate político. Es contra ella, más que contra sus ministros, que los dardos se están dirigiendo. Esto es nuevo.Dejaron de operar los fusibles y la Presidenta pasó directo al centro del entredicho. Es el precio que la Mandataria está pagando por tener un gabinete débil -sobre todo débil en el frente político- y por su costumbre de refugiarse en la vaguedad cada vez que se le piden precisiones respecto de los ejes de su administración.


A ocho, a nueve meses de iniciado su segundo mandato, este modelo de administración -personalismo sonriente, aunque rencoroso, reformismo duro y concentración de las decisiones en un círculo muy restringido y poco transparente de poder-, el que está haciendo crisis, el que está dejando fuera de las iniciativas de gobierno a los partidos de la Nueva Mayoría, el que está generando malestar en el oficialismo y el que ha puesto al gobierno de punta con la oposición, el empresariado y un creciente sector de la opinión pública”.


Es también el factor que ha metido al país en un cúmulo de incertidumbre que, tal como van las cosas, no tiene para cuándo disiparse.

Se veía venir
La desconfianza no es casual ni se hizo presente en el clima anímico en la forma de un rayo. Este es un temporal anunciado que el gobierno no quiso ver por pura obstinación en su programa y en su libreto. La práctica de no hablar con la verdad y de andar diciendo una cosa por otra es dañina. Las palabras pasan a desvalorizarse mucho cuando hay un ministro de Hacienda que dijo que la reforma tributaria no iba a afectar la inversión o cuando plantea que el actual frenazo económico es sano.

El ministro no aprende: ahora anda diciendo que la reforma laboral tampoco va a interferir en el camino de vuelta al crecimiento y, si es así como él cree que podrá reconstituir su credibilidad ante el sector privado, entonces es de los que también piensan que los incendios se apagan con bencina”.


La cantidad de desinteligencias que hay en estos temas no sólo dejó al gobierno con la brújula extraviada. También amenaza con confundir a los empresarios, varios de cuyos dirigentes se han replegado en los últimos días en el discurso que pide la paralización de los anunciados paquetes de reformas. Pareciera que a los empresarios les gusta vestirse con el uniforme de guardianes del statu quo. Raro, dado que lo que el país menos necesita es inmovilismo. El aparato estatal está lleno de anacronismo; el mercado laboral, de rigideces; el marco tributario, de incógnitas; nuestra infraestructura, de cuellos de botella… ¿No hay aquí reformas que introducir? Desde luego preferible una no-reforma a una mala reforma. Pero, cuidado, porque la constante negativa al cambio en estos momentos se puede prestar para equívocos.
No es verdad que las reformas generen de suyo temor e inestabilidad. Cuando son sustantivas, cuando están bien hechas, cuando introducen más competencia, cuando van en dirección del curso de la historia y no a contrapelo de la modernidad, pueden ser una poderosa palanca para el dinamismo y la recuperación. El gobierno de Frei lo probó cuando puso en marcha las concesiones, El de Lagos lo confirmó cuando se fijó una agenda pro crecimiento trabajada codo a codo con el sector privado. Son sólo ejemplos.

Golpe de sensatez
¿Imposible pensar ahora en algo parecido a eso? Dada la indolencia con que La Moneda está asistiendo a la paralización del país, pareciera que sí, que es imposible.Para este gobierno, lo que cuenta no son los datos de la realidad, sino los viejos y fétidos fetiches del igualitarismo. Por eso, el eje de la reforma de la educación está en el veto al lucro y no en la apuesta por la calidad. Por eso, la idea es castigar al sector privado donde lo pillen, porque el desarrollo, a pesar del discurso de la cooperación público-privada, en la práctica no es prioridad. Por eso, al gobierno no le incomoda el clima de polarización, puesto que al sector menos renovado de la izquierda le encanta la épica de la radicalización. Se dejó arrastrar por ella en los años 70 y lo mismo está ocurriendo hoy.No hay caso: esta gente tiene una extraña confianza en que, a la hora del enfrentamiento final, la mayoría estará de su parte. Es un contrasentido, porque al actuar así no hacen otra cosa que enajenarse la confianza de los sectores medios.
Lo más dramático del cuadro que está viviendo el país en la actualidad es que no había para qué tanto incordio y alboroto. Chile no estaba en el paraíso, pero sus cimientos eran sanos. Las reformas podían haberse hecho bien y se están haciendo mal. Donde había dinamismo ahora hay desánimo. Y lo peor de todo es que pocas personas -en verdad, ningún otro liderazgo político- estaban en mejores condiciones que la Presidenta para juntar las hebras de la confianza ciudadana con la prosperidad y la inclusión.Desgraciadamente, no es eso lo que está haciendo. Más que juntarlas, las está separando y día a día el país pierde oportunidades. La Moneda parece no verlas ni sentirlas. Quizás todavía estamos a tiempo de recuperarlas con un golpe de sensatez. Pero, si así fuera, la pregunta es qué estará esperando la Presidenta para darlo.

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