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Todas las vidas pueden ser contadas como una épica posible‏

ÁLVARO BISAMA, masterchef chile

MasterChef: Sueños de fuga


El estado de las cosas: ahora, mientras Top Chef se presenta como una máquina perfecta que saca chispas cada jueves en TVN; en Canal 13, MasterChef empieza a funcionar con cierta soltura varios días a la semana. Aquello es interesante y sugiere que los realities, un género que muchos dábamos por agotado, siempre pueden resucitar de una forma u otra. Por supuesto, cualquier comentario que se haga sobre el show de Canal 13 debe comenzar del hecho de que lo que menos importa ahí es la cocina. en tanto despliegue técnico. Lo mismo sucede con los jueces (Ennio Carota, Chris Carpentier y Yann Yvin), cuya cursilería a veces es tan surreal que puede llegar a lucir excéntrica.

Por el contrario, lo que vale la pena aquí son los personajes, todos escogidos en un casting que explota sus diferencias sociales y culturales, casi como si se tratase de una fotografía falsa de nuestro presente. En MasterChef hay algo de bestiario, acaso cierta intención que lo hace coquetear con una etnografía acelerada que sólo la tele es capaz de exhibir”.

De este modo, casi como estereotipos, aparecen la anciana a la que todos tratan con ternura, un actor expansivo y disperso, un español hipster, amén de un puñado de señoras chilenas que odian todo y a todos. El principal atributo de esta lista de concursantes es el sueño: la sospecha de que en cada uno de ellos se puede esconder un milagro secreto. En un momento en que casi todos los culebrones están fracasando a la hora de sintonizar con el público, aquello puede ser leído como un contrapunto impensado.
Todo en el programa está diseñado para explotar ese anhelo, que descansa en la sensación de que cualquier ciudadano a pie puede brillar en pantalla; algo que se vio con claridad el miércoles pasado, cuando a un muchacho -presentado como recolector de basura- dos de los jurados le ofrecieron trabajo en sus respectivos restaurantes.Gracias a momentos como éste, MasterChef es la confirmación del sueño que los realities propusieron cuando tomaron por asalto la cultura chilena hace más de diez años: todas las vidas pueden aparecer en la televisión, todas las vidas pueden ser contadas como una épica posible.
Esa épica es quizás el motor del programa, aunque aparezca enmascarada en el formato rígido de una franquicia.

MasterChef funciona cuando registra aquellos movimientos, cuando excede la mera competencia. Al explotar los sueños de fuga de los participantes y alinearlos con los del espectador, la cocina deja de ser leída como un oficio inexpugnable (como en Top Chef) para convertirse en una lingua franca que funciona acentuando los modales de todas estas vidas privadas, iluminando lo que sucede en los espacios domésticos desde donde se construye la identidad”.

Es en esos espacios donde aparecen los rostros a veces perplejos de los concursantes, quienes aún después de varios episodios parecen frescos y sorprendidos, como si habitaran una de esas ficciones inesperadas que sólo la televisión es capaz de construir.

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