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Viejos hábitos die hard ("Between the 15 minutes of fame and the worst 20 minutes of my life...")‏

por Gustavo Santander
Diario El Mercurio, Martes 25 de noviembre de 2014

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Hace ocho años salí con una chica que me llevó a hacer yoga. Como todos los principios, el nuestro fue fabuloso. Ella era una devota de esa disciplina, de la comida sana y del respeto al cuerpo. Yo bebía, fumaba y comía lo que se dejaba comer. Quizás en ese momento deberíamos haber sabido que eso no funcionaría, pero esa ciega confianza femenina en que todos los hombres podemos cambiar la hizo tenerme a mí como su cruzada personal y estuvo a punto de conseguirlo. Por un tiempo dejé de fumar y de beber, y me aficioné a los productos sin conservantes y a hacer todo tipo de ensaladas. Para mi desgracia, su orgullo por mí crecía a la misma velocidad en que lo hacía la desconfianza con la que me miraban mis amigos de toda la vida, con los cuales nos habíamos acostumbrado a hacer asados semanales. Por mi parte, fui descubriendo las bondades de la proteína vegetal y recorriendo los locales peruanos del centro en busca de quínoa y otras excentricidades que aprendí a cocinar con más convicción que conocimiento.
Durante el primer mes de práctica me dolieron músculos que no sabía siquiera que existían. Aprendí que pararme de cabeza me daba terror y que exhalar diciendo "Om" o despedirme con un "Namasté" mientras recordaba las últimas borracheras con ese tropel de desadaptados con los que solía salir me hacía sentir lo más cínico del planeta. Sin embargo, al poco andar tuve que reconocer que la panza me iba bajando y que esa precaria elasticidad -más cercana al rígor mortis- con la que llegué ahora daba paso a un estado de flexibilidad desconocido para mi cuerpo. También caí en cuenta que el sexo con Claudia -así se llamaba aquella mujer que estuvo a punto de sacarme de la mundana oscuridad- era muy bueno, quizás debido a la plena aceptación de su cuerpo, el cual manejaba de formas desconocidas hasta ese momento por mí.

Lamentablemente para ambos, luego de casi un año el entusiasmo del inicio se fue diluyendo y el recuerdo de aquella vida poco espiritual se volvió un pensamiento recurrente, una necesidad y como un animal perdido recogí mis pasos para volver a ese lugar de donde había escapado. "Old habits die hard", dice el dicho. Obviamente Claudia me dejó y encontró a otro con más disciplina, fuerza de voluntad y elasticidad que la mía.
 Yo por mi parte -en una frívola metáfora proustiana- fui en busca del tiempo perdido y me dediqué a organizar reuniones y comilonas con amigos que me veían con ojos chispeantes, alegres de ver volver a ese hombre que pensaban desaparecido para siempre. 
Se me viene todo este recuerdo a la mente motivado por una frase de George Best, ese brillante jugador de fútbol irlandés que nunca supo ni quiso deshacerse de sus viejos hábitos, que acabo de leer: "En 1969 dejé las mujeres y el alcohol: fueron los peores veinte minutos de mi vida".

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