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Fallas en la Estación La Moneda‏

ANDRÉS BENÍTEZ, estación metro transantiago

Estación La Moneda


La falla del Metro de la semana pasada pudo ocurrir en cualquier estación. Pero, como advirtió con agudeza un columnista, el incidente se gestó justo en la estación La Moneda. ¿Coincidencia? ¿Mala pata? ¿Destino? Todo puede ser.

Pero la verdad es que la situación que vive La Moneda en la superficie no deja de ser parecida a lo ocurrido bajo tierra. Hay demasiadas fallas en la conducción política, algo que advierten incluso los miembros de la Nueva Mayoría”.

Esta semana aconteció una nueva falla en Palacio. Una que dejó en evidencia no sólo el mal manejo, esta vez del ministro Peñailillo, sino que salpicó también a su jefa. La cosa fue así. El titular de Interior se reunió el martes con el presidente de la Comisión de Educación del Senado, Fulvio Rossi. El mensaje fue claro: Bachelet quería que el proyecto de educación se votara en la citada comisión el próximo jueves 27. Fulvio, que es un tipo que consume bencina de alto octanaje, salió en llamas a trasmitir la orden, advirtiendo que ese día jueves se verá quienes son leales con ella. “Si alguien tiene un reparo, tendrá que planteárselo a la Presidenta”, dijo.
Fue un discurso emotivo, qué duda cabe. Pero no asustó a nadie. Partiendo por la DC. Ignacio Walker, con esa parsimonia que tanto irrita a Fulvio, desestimó la petición de La Moneda, señalando que iban a legislar sin apuro, una vez que terminen las audiencias. Frente a esto, Peñailillo tuvo que retroceder y desautorizar al incinerado Fulvio. Pero es obvio que el gran perdedor de todo esto no es el mensajero, sino el ideólogo: el titular de Interior y la propia Presidenta, dado que se aclaró que la petición venía de ella misma.

El episodio deja en evidencia la mala lectura que está haciendo La Moneda, no sólo del ambiente del país; peor aún, de su propia coalición. Bachelet no tiene un cheque en blanco para gobernar y esto es algo que Peñailillo debió advertir. Esa es, al final del día, su única pega: cuidar a la presidenta, no exponerla, como lo hizo, afectando su imagen y liderazgo”.

Pero eso no es lo más grave. Tratar de apurar una reforma que hoy critican todos, en la misma semana en que la Iglesia pidió debatir el proyecto en un marco de reflexión serena y sin apuros, es un contrasentido. Porque lo que pide la Iglesia, aunque sea por razones particulares, es el sentir de la mayoría de la gente.
Entonces, ¿cuál es el apuro? Bueno, es simple. La Moneda teme que su proyecto se siga desprestigiando con el paso de los días. Y ante eso, prefieren apurar la cosa, jugando a que tienen los votos necesarios para aprobarlo. Lo anterior deja en evidencia que la idea de que la reforma tenga un amplio respaldo -como lo prometió la Presidenta- es un eslogan para la galería. La idea, al final, es pasar la aplanadora.
Lo anterior no deja de ser grave. La falla de la Estación La Moneda dejó la semana pasada a millones de personas afectadas. Pues bien, la falla de La Moneda en educación puede tener peores consecuencias. Porque esas no se reparan en un día, como sucedió con el Metro. En educación, los errores duran décadas.

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