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El pez rojo: confeccionar un artefacto narrativo propio, que tantee los límites del género y las expectativas del lector, que se acerque a la lengua no desde la trama sino de las atmósferas, no desde la convención sino desde lo personal y lo pensado.‏

El pez rojo, de Leonardo Sabbatella

Vísperas, Revista Contemporánea de Reseñas Literarias
Gaizka Ramón Melendo
Agosto 14, 2014
El pez rojoLa trama no lo es todo. Parece una sandez decirlo, pero es que a uno le sobrevienen infinidad de recuerdos en los que Fulano desecha una obra de arte X por su trama, Mengano se hace fanático de una obra de arte Z por lo deslumbrante de la trama, y Tutano cree que si encuentra la trama perfecta será el nuevo mesías del arte. Y eso es porque todos (Fulano, Mengano, Tutano y varios más) nos hemos embriagado en la idea de que la literatura son historias. Leonardo Sabbatella (Buenos Aires, 1986) sabe que no es así, o no sin varias apostillas. Si en su novela debut, El modelo aéreo, hacía ya una interesante toma de posiciones al respecto, ahora, dos años después de aquel estreno, El pez rojo ratifica y profundiza en la misma poética narrativa. Permítase citar de la entrevista que un servidor le hizo hace meses: “Me interesa más la creación de atmósferas que la creación de tramas (…) Me interesan esas otras cosas que no se dejan atrapar, que no se dejan decir por una trama, y que requieren otros modos de dar cuenta de la experiencia”. Sirva de anticipo esto para advertir que El pez rojo no es, en mi opinión, una novela para todos los gustos. Afligirse, sin embargo, sería absurdo. Como decía el tío de un amigo: “No puede uno caerle bien a todo el mundo”.
Que la trama no lo es todo, claro está, no es descubrimiento de Sabbatella. La rueda no se inventó ayer. Ya Flaubert, guinda del realismo europeo de hace dos siglos, decía que su sueño era llegar a escribir una novela que no versara sobre nada en absoluto. La fantasía de la literatura pura. Desde entonces, podríamos nombrar un sinfín de experimentos con el equilibrio entre la forma y el fondo. Si digo esto no es por teorizar a tontas y a locas, sino porque me parece que una obra de arte debe juzgarse desde los presupuestos artísticos en los que se erige, e intuyo que los de Sabbatella tienen bastante que ver con estas nociones.
Como bien apunta la contraportada, El pez rojo es una novela de “tensión entre el adentro y el afuera, entre la acción y la ausencia de acontecimientos”. Es, en su mínima expresión, un viaje introspectivo dentro de Víctor, un reparador de proyectores cinematográficos antiguos al que se nos presenta atestado de soledad, de manías, de excentricidades, de pequeños traumas de infancia que han derivado en una personalidad adulta rayana con lo patológico. Las páginas de El pez rojo son un itinerario por la alienación, por los delirios paranoides de un protagonista que ha cerrado su interioridad a lo ajeno y ahora sufre el salir a la calle y afrontar caras desconocidas como una pavorosa amenaza. Por eso lo que sucede en la segunda novela de este escritor argentino es, más que una historia, un estado mental. El de Víctor y, también, el de varios otros personajes secundarios (Salo, el hombre con gigantismo; Boris, la promesa incumplida del baloncesto; Diana, la funcionaria retirada; un anciano anónimo que agoniza en un coche destartalado; una serie de personajes, en definitiva, a los que se pincela con laconismo, casi en instantáneas fotográficas).
Como sabía el novelista Georges Perec, lectura predilecta de Sabbatella, y el Cortázar de Casa tomada (menos predilecto, pues en las escuelas lo leen hasta el hartazgo) el espacio físico es correlato del espacio mental. Que Víctor viva solo, rehén de sí mismo en una casa sin paredes interiores y con las persianas bajadas, lejos de ser un detalle arbitrario, es un eje clave de la novela. El autor llega a explicitarlo, con su lirismo habitual: “La casa se levanta alrededor de Víctor como un caparazón, un reducto óseo, que de una manera extraña él mismo ha desarrollado, como si se tratara de una segregación de su cuerpo. ¿Qué otros además de Víctor, y dentro de Víctor, viven y trabajan en esa madriguera?”. La cita, además del motivo de la espacialidad, ilustra otras dos cuestiones. La primera, perceptible desde la primera línea, es que Sabbatella tiene un estilo, entendiendo por ello un acercamiento personal y reflexivo a la lengua (para las comas tiene toda una idiosincrasia, por ejemplo, al igual que Woolf o Faulkner). La segunda cuestión, no menos importante, es que logra armonizar una “semántica general de la novela”, si me toleran acuñar semejante idea. Lo que figura, figura por algún motivo, y una cantidad admirable de elementos se interrelaciona de forma sutil con otros (estética, psicológica o narrativamente), otorgándoles a la caracterización de los personajes y al tono de la novela una solidez ininterrumpida. No se trata de una novela en clave, de hecho ni siquiera hablaría de una novela unitaria en el sentido clásico del término. Pese a sus personajes secundarios dispersos y sus subtramas sin enlazar, El pez rojo es una composición que “cuadra” (que “cierra”, como diría un porteño) en el plano estético. Tal vez cabría pensar en dos antípodas de la figura de escritor: el minucioso relojero que ajusta los engranajes frente al distribuidor de confeti tutticolori al por mayor. Sabbatella pertenece sin duda a la primera clase.
Miento si digo que el punto fuerte de la novela son las peripecias de los personajes o la amenidad de la lectura. La apuesta de Sabbatella, a mi juicio al menos, es la de confeccionar un artefacto narrativo propio, que tantee los límites del género y las expectativas del lector, que se acerque a la lengua no desde la convención sino desde lo personal y lo pensado.
De las consideraciones que vengo barruntando acerca de la importancia de una historia depende, creo, la valoración que uno haga de la novela de Sabbatella. Aquéllos que busquen el entretenimiento de corrido, verán quizá en El pez rojo la tediosa historia de un “Víctor sin hacer nada y solamente despierto porque sus ojos no están cerrados, tropezando una y otra vez en un balbuceo interno”, tal y como parece advertir el propio autor. Aquéllos que no lean solo a los personajes, sino también a los autores, como recomendaba Nabokov, verán en El pez rojo un proyecto literario calculado, valiente, lleno de imágenes hermosas, conciliador de la ternura y la sordidez. No es perfecto, sería absurdo engañarnos, pero sí muy prometedor. Amantes de Kafka, de Beckett, acérquense; imaginen un Memorias del subsuelo menos angustiante, piensen en esas tensiones cinematográficas brillantes y en apariencia huecas.
Para mí es un halago decir que Sabbatella no ha alcanzado su cima todavía. Qué suerte haber llegado a tales alturas y tener aún camino por delante. El pez rojo se me figura como la lógica continuación del proyecto literario que empezó con El modelo aéreo. La misma sobriedad, el mismo control, y una apuesta más arriesgada para encontrar su no sé qué personal. Creo también que falta seguir buscando algún ingrediente clave en la receta de la tensión, pero bueno. Roma no se hizo en un día.
Autor: Leonardo Sabbatella TítuloEl pez rojo., Año: 2014. Editorial: Mardulce. Páginas: 156.

Fotografía: Lucía De Francesco

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