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Honestidad poética



por Pedro Gandolfo 
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 8 de Abril de 2012
La poesía de Claudio Bertoni 
es una poesía ágil, directa, desenvuelta, irreverente, 
a veces sordamente trágica, otras, hilarantemente cómica.
Bertoni cultiva un estilo sencillo y eficaz 
-que no puede dejar de recordar 
algunas de las lecciones de Nicanor Parra-, 
estilo que se guarda de adoptar 
las convenciones más típicas del lenguaje 
que usualmente se llama "poético": 
así, rara vez aparecen metáforas rebuscadas, 
imágenes visuales sugerentes y complejas, símiles extraños; 
rara vez su sintaxis se aparta de lo que es familiarmente "inteligible"; 
siempre emplea, por el contrario, un vocabulario llano, 
seleccionando con extremo cuidado las palabras 
y modos de uso en sus acepciones más conocidas. 
La poesía de Bertoni huye, así, de todo amaneramiento, 
a tal punto de que se puede advertir un amaneramiento al revés, 
un ascetismo, un horror ante el decorado y el lirismo. 
Ello ocurre porque el ámbito 
de la vida que esta antología cubre 
-una antología muy representativa de su obra- 
es aquello que se halla más cercano al lector: 
lo familiar y doméstico, el propio yo, 
su cuerpo y sus pasiones abordados, 
para serles fiel, en su materialidad 
más descarnada y visible. 
Una parte importante de los logros 
-por cierto, indudables- 
de la poesía de Claudio Bertoni 
es su espontaneidad, acierto y concreción 
para dar cuenta de esos aspectos de la vida 
que otros poetas no consideran dignos de ser poetizados. 
El lenguaje que emplea es, en este sentido, 
el ajustado y su poesía posee un temple saludable, 
cercano al lector y fácil de acceder, 
sin hermetismo impostado ni nada que se le asemeje, 
lo cual no quiere decir que sus sentidos sean fáciles, 
por entero expuestos, sin quedar zumbando en la cabeza del lector. 
Se podría decir, usando una terminología 
ya un tanto pasada de moda, 
que Bertoni es, a su modo, 
más un clásico que un romántico.
En toda la obra de Bertoni que reúne 
'Qué culpa tengo yo' se percibe concreción, 
observación exacta y reflexión personal, 
que se trasuntan, y ello es lo valioso, 
en una poesía poco presumida, 
cuya sinceridad es un valor
 que se proyecta en aciertos formales, 
en un estilo agudo, preciso y deslenguado, 
cuyo punto de vista tiene algo en común 
con los grandes pensadores cínicos 
de la antigüedad tardo clásica: 
un decir desnudo que se arroja 
sin temor a la transgresión 
de las pequeñas convenciones sociales, 
sobre todo en el plano del erotismo y la sexualidad, 
un decir sin ambages ni recovecos que recuerda, 
en su tono y desparpajo, a poetas latinos 
tales como Catulo o Marcial.
Bertoni elude -casi siempre con pleno éxito- 
el peligro de la banalidad trivial y, al contrario, 
sorprende con su simplicidad acojonada. 
Sus versos logran rango poético 
a partir de lo compacto y límpido de frases 
y del juego de contrastes entre los contenidos 
y la forma de expresión, de un lado, 
y el ritmo, cadencia y metros, del otro. 
Bertoni tiene oficio para poetizar 
pero no se jacta de ello en sus poemas: 
la costura y urdimbre de sus versos es casi invisible 
(lo cual contribuye a su aparente espontaneidad, 
aunque su ritmo, metros y cadencias 
se despliegan con gran afinamiento 
e indudable buen oído en su ejecución: 
sus versos nunca renquean 
y se hallan poderosamente 
(si bien de manera no visible) trabajados.
El talento de Bertoni resplandece en su poesía erótica. 
Quien escribe no teme en mostrarse como un adulto, 
ya más bien viejón, al que le gustan las mujeres jóvenes, 
que se lleva pensando en ellas, deseándolas, 
de una manera en que lo amoroso y lo sexual 
forman un todo obsesivo, cómico y un poco decadente. 
El uso del garabato, del chilenismo procaz, 
de la grosería no sólo está perfectamente justificado, 
sino que Bertoni alcanza allí los puntos más altos de su poetizar. 
Es quizás aquí, en este ámbito de lo erótico y de la procacidad, 
donde una poesía con los rasgos formales de la suya 
puede hacer contribuciones en nuestra tradición literaria 
y estragos dentro de una sensibilidad más pacata.
La grosería, la vulgaridad, 
"las palabras cochinas"
tienen una acogida esmerada 
-no casual ni desprolija- en sus poemas, 
bien encapsuladas en formas estrictas 
y al compás de ritmos y cadencias que no titubean. 
La comicidad, el humor ácido 
(aplicado también 
y antes que nada sobre sí mismo) 
y la ocurrencia divertida 
pueblan de vitalidad su poesía. 
El hallazgo, 
la elocución sorprendente, 
cómica y precisa se luce 
en los poemas más breves 
que los extensos, 
como si en las carreras de largo aliento, 
se diluyera la potencia que se advierte 
en los poemas más cortos o de metros breves. 
Con todo, el carácter risueño y chispeante 
de sus poemas más conocidos 
no debería engañar respecto 
del aliento hondamente melancólico 
de un poemario que incesantemente 
se asombra por la fragilidad 
de la vida, de la amistad y del amor.

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