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Viudita alegre en el jardín‏




Cada año somos testigos
del permanente recambio
en las especies y poblaciones de aves
que visitan nuestro jardín.

Entre los más emblemáticos
está el Fío-fío (Elaenia albiceps chilensis),
con su típico canto silbado 
de su onomatopéyico nombre,
y su cabeza cenicienta,
gran mancha blanca blanquecina
tonos oliváceos y alas negruzcas,
y que ya nos abandonó
en algún momento de fines de marzo
para hacia regiones más septentrionales
de América del Sur, así como a la
zona amazónica de Brasil y Perú,
para volver en primavera.

En su reemplazo, acaba de aparecer hoy
la pequeña Viudita, llamada así
por su plumaje sombrío y canto melancólico
-un largo silbido lastimero-,
aunque no sonaba así en nuestro jardín;
parecía feliz cantando a voz en cuello
anunció su llegada, tal vez
cantando victoria por ser la primera
que arribó a este lugar al que
regresa año tras año.

Anida en el sur de Chile 
desde Nahuelbuta a Tierra del Fuego
y migra hacia el norte en el otoño,
para pasar el invierno acá 
y regresar a mediados de septiembre,
para las Fiestas Patrias.
a sus dominios del sur donde anida.

Es muy sorprendente y misterioso
este desplazamiento de aves,
en el que se despliegan
habilidades de orientación
y resistencia que superan
todo lo imaginable.

Algunas aves como
ciertos gaviotines
y otras aves marinas
migran desde latitudes polares boreales
hasta el continente antártico.

En una incursión pajarística,
con amigas y amigos avisadores,
contemplamos el paso silencioso
de cuatro Aguiluchos chicos
que se desplazaban al sur,
probablemente desde Colombia
para distribuirse, sin pasar por aduana,
en la zona central por sectores 
de la cordillera de la Costa:
La Campana, Chicauma, Altos de Cantillana,…
hasta Chiloé continental, o tal un poco más al sur.

A estas movilizaciones regulares
se suman la de las aves errantes
que a veces cruzan la cordillera
como un picaflor transandino
que por primera vez se registró
en la vertiente occidental andina,
y que se anunció en mi ventana,
nada menos que para mi cumpleaños.

Los avistamientos son siempre
un regalo, no se merecen,
son pura gracia y despiertan
emoción y gratitud.

Concluyo transcribiendo
el hermoso poema de Pablo Neruda
que aparece al comienzo de
de Arte de Pájaros:


MIGRACIÓN

Todo el día una línea y otra línea, 
un escuadrón de plumas, 
un navío
palpitaba en el aire, 
atravesaba
el pequeño infinito 
de la ventana desde donde busco, 
interrogo, trabajo, acecho, aguardo.

La torre de la arena 
y el espacio marino 
se unen allí, resuelven 
el canto, el movimiento.

Encima se abre el cielo.
Entonces así fue: rectas, agudas, 
palpitantes, pasaron 
hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el Oeste, 
hacia la claridad, 
hacía la estrella, 
hacia el peñón de soledad y sal 
donde el mar desbarata sus relojes.

Era un ángulo de aves 
dirigidas
aquella latitud de hierro y nieve
que avanzaba 
sin tregua 
en su camino rectilíneo:
era la devorante rectitud 
de una flecha evidente, 
los números del cielo que viajaban 
a procrear formados
por imperioso amor y geometría.

Yo me empeñé en mirar hasta perder 
los ojos y no he visto
sino el orden del vuelo, 
la multitud del ala contra el viento:
vi la serenidad multiplicada 
por aquel hemisferio transparente 
cruzado por la oscura decisión 
de aquellas aves en el firmamento.

No vi sino el camino.
Todo siguió celeste.
Pero en la muchedumbre de las aves 
rectas a su destino
una bandada y otra dibujaban 
victorias
triangulares
unidas por la voz de un solo vuelo, 
por la unidad del fuego, 
por la sangre, 
por la sed, por el hambre, 
por el frío, 
por el precario día que lloraba 
antes de ser tragado por la noche, 
por la erótica urgencia de la vida:
la unidad de los pájaros 
volaba 
hacia las desdentadas costas negras, 
peñascos muertos, islas amarillas, 
donde el sol dura más que su jornada
y en el cálido mar se desarrolla 
el pabellón plural de las sardinas.

En la piedra asaltada 
por los pájaros
se adelantó el secreto:
piedra, humedad, estiércol, soledad, 
fermentarán y bajo el sol sangriento 
nacerán arenosas criaturas 
que alguna vez regresarán volando 
hacia la huracanada luz del frío, 
hacia los pies antárticos de Chile.

Ahora cruzan, pueblan la distancia 
moviendo apenas en la luz las alas 
como si en un latido las unieran,
vuelan sin desprenderse
del cuerpo
migratorio
que en tierra se divide
y se dispersa.

Sobre el agua, en el aire, 
el ave innumerable va volando, 
la embarcación es una, 
la nave transparente 
construye la unidad con tantas alas, 
con tantos ojos hacia el mar abiertos 
que es una sola paz la que atraviesa 
y sólo un ala inmensa se desplaza.

Ave del mar, espuma migratoria, 
ala del Sur, del Norte, ala de ola, 
racimo desplegado por el vuelo, 
multiplicado corazón hambriento, 
llegarás, ave grande, a desgranar 
el collar de los huevos delicados
que empolla el viento y nutren las arenas 
hasta que un nuevo vuelo multiplica 
otra vez vida, muerte, desarrollo, 
gritos mojados, caluroso estiércol, 
y otra vez a nacer, a partir, lejos 
del páramo y hacia otro páramo.

Lejos
de aquel silencio, huid, aves del frío 
hacia un vasto silencio rocalloso 
y desde el nido hasta el errante número, 
flechas del mar, dejadme 
la húmeda gloria del transcurso, 
la permanencia insigne de las plumas 
que nacen, mueren, duran y palpitan 
creando pez a pez su larga espada, 
crueldad contra crueldad la propia luz 
y a contraviento y contramar, la vida.

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