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Arte urbano, la estrategia del uno porciento



Artículo correspondiente al número 322 (27 de abril al 10 de mayo de 2012)REVISTA CAPITAL 

Cuando se habla de hacer de Santiago una ciudad de primera clase, conviene revisar el modelo de Toronto, donde cada proyecto urbano privado debe gastar el 1% de su presupuesto en grandes obras de arte público. El escultor chileno Francisco Gazitúa y la consultora internacional Karen Mills cuentan su experiencia en Canadá. Por Marcelo Soto.


Toronto, una de las ciudades con mayor calidad de vida del planeta, es una metrópolis multicultural que asombra al visitante por sus rascacielos de diseño futurista. Unos seis millones de habitantes viven en el área metropolitana, la mayoría de los cuales son o descienden de inmigrantes. Cerca del aeropuerto, un enorme puente amarillo se alza sobre líneas férreas, uniendo Concord CityPlace con Front Street West.

Este sector ha protagonizado un notable impulso inmobiliario en los últimos años, cambiándole el rostro a la urbe, y la construcción amarilla es la nueva joya del barrio. Lo que pocos saben es que el autor del diseño del Puente de la luz, como se llama la estructura de 8 millones de dólares, es un chileno, el escultor Francisco Gazitúa.
No es el único trabajo de este artista nacional en las calles de Toronto. No muy lejos se alza la Barca volante, una imponente escultura de 20 metros de alto que se ha convertido en una de las postales más queridas de la urbe. En medio de edificios modernos, la silueta de acero de Gazitúa –que evoca un cierto romanticismo, un aire de aventura– contrasta con la famosa CN Tower, que se eleva hasta medio kilómetro y es la principal atracción de la ciudad.

“Francisco ha trabajado desde 2004 en proyectos de arte de siete cifras”, cuenta Karen Mills, una respetada consultora de arte internacional. Cuando dice siete cifras, Mills se refiere a inversiones de uno a diez millones de dólares. ¿Cómo llegó un chileno a dejar su marca en la mayor metrópolis canadiense?

Sucede que en Toronto funciona la ley del uno por ciento, que exige a los proyectos urbanos privados gastar ese porcentaje del presupuesto en el desarrollo de obras de arte público. Obras que se relacionen con el entorno, que inviten a los ciudadanos a recorrerlas, a usarlas. Gracias a esta iniciativa, la ciudad se ha convertido en la meca mundial de las grandes esculturas. El caminante se topa casi en cada cuadra con obras de creadores universales como Henry Moore y Frank Stella.

Mills es una verdadera estrella en ese ambiente en que se cruzan los negocios y el arte, y ha llevado a cabo grandes proyectos en Berlín, Londres, Washington y Seattle, entre otros, trabajando con los más reconocidos artistas internacionales. Lo hizo con Gazitúa por primera vez hace 7 años. Un amigo le recomendó su trabajo. Lo vio, le gustó y lo llamó por teléfono para invitarlo a participar en un concurso. Poco después lo fue a visitar a su taller en Pirque. Fascinada con el lugar, se compró una casa allí, en la pre cordillera santiaguina.

“En Norteamérica en los últimos 50 años ha habido un auge de programas de arte público en las principales ciudades. Filadelfia en 1959 fue la primera en reconocer la importancia de realizar este tipo de fomento privado para crear grandes obras que se relacionen con la ciudad y sus habitantes. En Toronto la tendencia se acrecentó a fines de los 80 y en dos décadas el crecimiento del arte público ha sido extraordinario”, subraya Mills.

Ojo: se trata de arte financiado por el sector privado. “No es la ciudad la que está poniendo dinero”, recalca Mills. ¿Cómo funciona el modelo? Es algo complejo, pero la consultora explica que tiene una cartera de importantes clientes, grandes inversionistas. Hay dos fases: curatoría y administración del proyecto. La primera consiste en definir los objetivos del cliente: qué tipo de obra de arte público se puede relacionar a un determinado proyecto de desarrollo urbano. Luego de definido, ella se encarga de que suceda: contacta a los artistas y sigue de cerca la realización, coordinando el trabajo con ingenieros y diseñadores.

En el caso de Toronto, cuando se hace cargo de un proyecto analiza la locación, el diseño arquitectónico y su vinculación con el entorno. Los proyectos artísticos pequeños en que trabaja Mills rondan los 300 mil dólares y los más grandes van de 5 a 10 millones de dólares. La consultora insiste: lo importante es el proceso. Sólo de esa manera se logra un alto grado de profesionalismo. Y detalla: “Empezamos con reuniones con los encargados de desarrollo urbano y mis clientes, contamos lo que vamos a hacer, cuál es el presupuesto, cómo vamos a elegir el artista... Generalmente hacemos un concurso por invitación, hacemos una lista de los artistas y sus credenciales, y entonces nombramos a gente que va a estar en el jurado. Es un jurado completamente independiente, gente que no trabaja para la ciudad, son expertos en arte y arquitectura”.

Los proyectos no necesariamente son de artistas locales. “Toronto es una ciudad que ha sido formada por inmigrantes de todo el mundo, más de la mitad de los habitantes no son de Toronto. Queremos reflejar la diversidad del mundo”


Refugio cordillerano
Mills, de hecho, viaja cada vez que puede a Pirque, donde remodeló una vieja casona de alto valor patrimonial. Si de ella dependiera, se quedaría mucho más tiempo en Chile, pero a veces permanece apenas unos días. Cuando conversamos con ella, venía llegando de Canadá: 12 horas de vuelo. Iba a estar el fin de semana en Santiago y el lunes partiría de vuelta a Toronto.

Mills y Gazitúa han trabajado juntos en varios proyectos canadienses y ella cuenta que la obra del chileno “ha tenido un impacto significativo en la ciudad”. Ambos están en la casa del escultor en Pirque. La vista al valle y a la cordillera es impresionante.
“La colección de escultura pública de Toronto es probablemente la mejor del mundo”, aclara Gazitúa. “A mi modo de ver, ha sido muy bien seleccionada, y es muy abierta internacionalmente, están representado allí los artistas públicos más importantes contemporáneos. Estar en la colección de arte pública de Toronto, para un escultor, es como tener un doctorado; es muy importante, quizá más importante que cualquier otra ciudad. Toronto se ha hecho famosa por eso. Es un templo internacional de escultura pública, y en eso Karen ha tenido un papel muy importante, porque ha escogido a los artistas más capaces del mundo”.

Gazitúa es bastante crítico del modelo de fomento en Chile. “En Chile he trabajado poco con el Estado y mucho con empresa privada. Debo tener unas 20 obras, de las que apenas en una he tenido ayuda del Estado: la del aeropuerto, que he tenido que trasladar de lugar, porque el aeropuerto crece y me la han movido tres veces”.

Sobre este mismo punto, agrega: “la impresión mía es que los inversionistas privados en Chile no cuidan bien las esculturas, en comparación con Canadá, que las mantiene maravillosamente. Yo tengo el caso de una escultura de la Esmeralda, un gran buque en el Parque Arauco. Cuando hice el proyecto me dijeron que tendría un espacio de una hectárea, 10 mil metros. Yo hice la escultura de 25 metros para que ocupara el espacio, pero el espacio lo empezaron a ocupar de otra forma: primero hicieron un edificio y luego otro, y finalmente hay una tienda de autos ahí. ¡Me metieron autos adentro de la escultura! Es un deshonor para el sponsor y para mí”.

Gazitúa le ha escrito varias cartas al inversionista de ese proyecto, Reinaldo Solari, contándole de la situación. Hoy preferiría buscar otro lugar para la escultura, más acorde con su propuesta. Pero el artista también ha tenido buenas experiencias. “La Ciudad Empresarial es un modelo que habría que destacar, por lo bien que se ha tratado la colección. Otra iniciativa fantástica es la colección de esculturas de la Universidad de Talca”.


La experiencia local
En Chile se ha intentado que proyectos públicos de gran envergadura incorporen obras de arte, pero Gazitúa piensa que falta mucho camino por recorrer. “Durante los últimos 20 años más o menos funcionó bien esa idea, se hacían 10 obras grandes al año, pero la ley cambió, se hizo más complicada. En este momento se hacen dos o tres obras grandes al año. Yo personalmente colaboré en la comisión Nemesio Antúnez hace unos 15 años: la idea era facilitar al artista la posibilidad de trabajar; o sea, nos trataban como a artistas, pero ahora nos tratan como a contratistas. Nos imponen las penas del infierno, exigen boletas de garantía, certificados de solvencia... Los últimos dos o tres años la cosa se estancó. Estoy haciendo un monumento a Francisco Valdés Subercaseaux, en Pucón, y ha sido súper engorroso, realmente. ¡La cantidad de papeles! Yo lo he conversado con los abogados de MOP, y es necesario volver al sistema antiguo, que era más simple y promovía más ágilmente la creación artística”.

Concuerda Karen: “es diferente trabajar con el gobierno”. “Los contratos con el gobierno pueden ser una pesadilla... Si trabajas con el sector privado es menos burocrático y se puede buscar el acuerdo, el entendimiento. Francisco debe entenderse con ingenieros, arquitectos, y no es fácil. Es crucial que haya una buena colaboración entre el artista y el ingeniero del proyecto. Se necesita un ingeniero con imaginación, no alguien de cabeza cuadrada; alguien que pueda entender y visualizar las ideas del artista”.
Gazitúa se siente feliz de trabajar en Toronto en proyectos tan importantes como el Puente de la luz: “no creas que me hice rico: si el puente cuesta 8 millones, yo recibo unos 200 mil dólares”, confidencia mientras maneja su camioneta por un infernal camino de tierra. Lo que al escultor le interesa es imitar el modelo canadiense y llevarlo a la práctica en Santiago.

“Santiago es una ciudad que ha crecido y se ha ido haciendo rica”, comenta. “Si vas a Toronto tienes muchas obras que mostrar. En Santiago no hay nada que mostrar”, afirma. Karen no está tan de acuerdo: “hay una maravillosa arquitectura, estoy realmente impresionada”, replica ella. “Sí, pero hablo de arte público”, corrige él. “Este es el tiempo para que los empresarios empiecen a embellecer la ciudad, a mostrar una bonita cara de la ciudad, y una de las herramientas es invertir en arte público”.

A su juicio, “hasta ahora la inversión pública no siempre ha sido tan profesional como el sistema de Toronto. Se construyen cosas de no gran valor, al lado de la carretera, como ese barco de cemento cerca de Valparaíso. ¡Muy feo! Sucede que el MOP llama a concurso, pero los jurados son al lote. Ahí faltan figuras como la Karen, que pueden decir: este proyecto no tiene futuro o este artista no posee suficientes antecedentes. Se han cometido grandes errores, debido a la mala calidad del jurado”.

Mientras cae la tarde en Pirque, Karen concluye: “es importante reconocer que el arte público no es la solución para todo. Hay veces en que necesitas un diseño y nada más que un buen diseño. Otras veces necesitas solucionar ciertos problemas urbanos. Pero también puede tener sentido que haya un artista trabajando en un proyecto de desarrollo junto a arquitectos e ingenieros. Se crea un mixtura cuyo resultado es un aporte para la ciudad”.

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