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No estar a la altura, no dar el ancho...


por Joaquín García Huidobro

Diario El Mercurio, Domingo 22 de Abril de 2012

http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2012/04/22/la-ultima-travesura-de-la-sra.asp

Joaquin-Garcia-Huidobro.jpgEn la Argentina de 1970 a 1976, los jóvenes montoneros tenían poco tiempo para estudiar. Había cosas más urgentes que hacer: unos ponían bombas, otros secuestraban gente, cobraban rescates, ajusticiaban enemigos o simplemente se dedicaban a arreglar el mundo a su manera. Tampoco pudieron acceder a los libros a partir de 1976: debían escapar como podían, para no terminar en una fosa común o arrojados en algún lugar del río de la Plata, acompañados del lastre suficiente como para que su cadáver no apareciera jamás.
Se trata de una historia terrible, que está lejos de terminar, aunque sus capítulos más cruentos hayan pasado. Hoy, con Cristina, algunos montoneros ocupan oficinas en la Casa Rosada. No todos, porque muchos están muertos o convertidos en prósperos lobbistas de empresa privada. Sus enemigos están en prisión, derrotados.
Los triunfantes montoneros no secuestran ni matan, pero su contacto con el poder no ha alterado su vieja costumbre de transformar su palabra en ley. En la Argentina kirchnerista no hay reglas ni instituciones, sino humores cambiantes.
El episodio más reciente de este curioso proceso de conducción política es la estatización de la mayor parte de YPF, controlada por la española Repsol. Se trata de una muerte anunciada, por más que algunos analistas confiaran en que al Gobierno aún le quedaba un poco de sensatez, para evitar graves consecuencias económicas en el largo plazo y el repudio de buena parte de la comunidad internacional.
Las explicaciones abundan. El Gobierno de la Sra. K necesita seguir financiando su festival de subsidios y, acabados los fondos de las administradoras de pensiones que estatizó Néstor Kirchner, echa mano a otra de las cajas disponibles, aprovechando que las nacionalizaciones despiertan sentimientos patrioteros y concitan apoyo popular.
Las consecuencias para Argentina son graves. Una vez más, los medios políticos son reemplazados por el capricho y la arbitrariedad. El prestigio internacional del país, un bien invaluable, sigue deteriorándose. Se requerirán décadas para poder reconstruirlo. Por otra parte, se aproxima una crisis de proporciones, porque si los precios de muchos productos no son reales, si la inversión es cada vez más baja, si una y otra vez se desalienta a los emprendedores, si el Gobierno se apropia de las reservas, y la corrupción campea por doquier, no hace falta ser muy lúcido para darse cuenta de que el modelo K tiene los días o años contados. Adam Smith no perdona, en especial cuando se falta a la ética. En este caso se nota, otra vez, que a los cerebros del equipo de Cristina les faltan muchas horas de estudio.
Las desgracias de nuestros hermanos argentinos también nos afectan a nosotros. El estilo K no sólo introduce una incertidumbre para los valientes que quieran hacer negocios en ese país, sino que afecta otras dimensiones más profundas de la convivencia en el continente.
En efecto, una vez más se impone en Latinoamérica la lógica de la viveza criolla, que confía en la astucia y la trampa mientras desprecia el trabajo constante y la palabra empeñada. Es un mal ejemplo para todos, una pésima señal porque el populismo también puede renacer entre nuestro país, como se ve por las declaraciones de algunos parlamentarios en apoyo de la decisión de Cristina.
Además, por condiciones geográficas y culturales, Argentina está llamada a ejercer un liderazgo en Latinoamérica, en beneficio del resto de las naciones. Es un papel que no puede tomar Brasil, que tiene otro idioma y una cultura diferente, ni tampoco Colombia, Chile o México. Hoy, para desgracia de Latinoamérica, ese liderazgo se ha tornado imposible, lo que deja a nuestros países desarticulados frente a Norteamérica y Europa.
Lo trágico es que Argentina se tornó incapaz de desempeñar esa misión histórica no por causas naturales o adversidades externas, sino por la acción de políticos como Cristina Fernández, Fernando de la Rúa, Carlos Menem, Raúl Alfonsín (hoy glorificado, en una suerte de amnesia colectiva), Leopoldo Galtieri, Héctor Cámpora y otros como ellos, que, en mayor o menor medida, no supieron estar a la altura de lo que su país merece.
El viejo Platón hablaba de un pueblo que alguna vez cultivó las virtudes, pero que su amor al dinero y a los vanos honores lo llevaron a la mezquindad y a desentenderse de sus obligaciones cívicas dando lugar al arribo de advenedizos.
Y para que los advenedizos lleguen al poder solo se necesita una cosa: que la gente más preparada desprecie la política y diga: "no te metás".

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