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El arte de la medida versus las anomalías de tino‏




Si delibera, hágalo de modo (políticamente) correcto 
por Joaquín Fermandois 
Diario El Mercurio, Martes 17 de Abril de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/04/17/si-delibera-hagalo-de-modo-pol.asp
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La obligación del ministro Larroulet de poner en manos del público sus correos electrónicos intercambiados con funcionarios de su cartera o del Gobierno es presentada como parte de un derecho inalienable de los ciudadanos a estar informados acerca de las razones de las decisiones que se tomen, lo que incluye a todos "los diálogos sostenidos", sólo por "ocupar cargos públicos".
Aunque se hace excepción para casos de "reserva", queda herida en lo más íntimo la confidencialidad imprescindible para tomar decisiones en equipo. Mirada desde el sentido común, esta obligación puede llegar a ser un verdadero disparate. Pero, ¿no tienen derecho los ciudadanos a saber cómo se toman las decisiones que afectan a todos?
Este criterio es colocar por enésima vez la carreta delante de los bueyes, cometido que ha entrabado a muchas de nuestras buenas perspectivas en la historia de Chile. Si se obedece este dictamen al pie de letra, las deliberaciones van a ser imposibles. Se dirá: ¿Qué tiene de malo saber lo que se discutió? Mucho, ya que antes de tomar una decisión, de ejecutar una política, de poner en marcha un proyecto, un equipo -y en particular sus cabezas- debe sopesar informaciones y puntos de vista. Es imposible encarar esta circunstancia sin poner en tela de juicio, aunque sea de forma hipotética, las convicciones e ideas previas. Incluso es bastante frecuente que se cambie de opinión en el curso de una discusión interna, que se expresen con espontaneidad ideas chocantes para quien las escuche desde afuera. En pequeños grupos se delibera de manera más simple, pero parecida al caos de impresiones con que opera nuestra conciencia. Historiadores y novelistas saben muy bien de estas cosas. Es justamente lo que permite la confianza de un equipo, sin la cual no funciona ninguna -pero ninguna- organización humana.
De imponerse un criterio absurdo de "blancura", los funcionarios deberán manifestar un vocabulario "sanitizado", políticamente correcto, muy puro en apariencias, lleno de buenas intenciones calcadas de las exigencias del catecismo político de moda. Llevaría a un lenguaje cargado de mentiras dulcificadas, a una comunicación hipócrita. No quisiera imaginar qué va a pasar cuando esta marejada de puritanismo formal arribe a las deliberaciones de las Fuerzas Armadas o la Cancillería. Entonces, ¿rehuimos informar debidamente? No, porque a la hora de dar cuentas y explicar los motivos es cuando se tienen las cosas claras y ellas se anuncian. En ese momento, dependerá de la capacidad de crítica de la opinión pública y de sus líderes alinearse tras una decisión o revertir un curso de acción de acuerdo con los instrumentos institucionales disponibles.
Es de temer que esta norma insensata sea una de las caras de un mal mayor, que nos impide apreciar la medida de las cosas, inefable don que -más que el desarrollo- es lo que nos posibilitaría ser una civilización de verdad. Es la misma anomalía de tino que hace que no distingamos entre tomar una copita de vino y la verdadera ebriedad; o que nos impide comprender que el problema de la educación no está en primer lugar en las universidades, sino en la formación básica y media, sobre todo en los establecimientos públicos; o nos pone en el falso dilema entre renunciar a tener energía para el desarrollo económico, o resignarse a que toda empresa de este tipo debe arrasar con el paisaje y la naturaleza.
Más que en mejorar el coeficiente Gini o incrementar el PGB, es aquí donde radica una de nuestras trancas; lo "políticamente correcto" es una más. Cuando dominemos el arte de la medida, lo demás "vendrá por añadidura".

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