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De cajas, vendedores, amigos y pérdidas

De cajas, vendedores, amigos y pérdidas

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Nicolás Luco Rojas
Hay que aprender a manejar los ascensores de hoy. De esos donde uno de entrada dice a cuál piso se dirige y una pantalla indica cuál ascensor debe tomar.
Uno se sube a la caja de aluminio, un poco ciego, e irremisiblemente busca botones para marcar el piso de destino. No los hay. Se cierran las puertas y ahí se descubre otra pantalla con números LED que señalan el piso al cual lo llevan a uno. Si somos dos pasajeros con destinos diferentes, el ascensor enciende dos números.
A veces siento que sería tan cómodo si todo fuera así, que me comprendiera.
Mi computador familiar pregunta quién esta usándolo y se ajusta ofreciéndole sólo los documentos a los que cada cual tiene acceso.
Pero no todo es perfecto, pueden ocurrir errores, como subirse con una buenamoza al ascensor personalizado y bajarse en el piso de ella y no en el propio. O instalarse en un auto de arriendo y esperar que todo se ajuste al cuerpo, como un cinturón.
Igual, uno agradece que el mundo lo reconozca, aunque sea una máquina. La "vendomática" me robará plata a veces, pero en general, me regalonea. A veces mejor que un humano.
Por ejemplo, hace pocos días, estando en una misa en el monasterio benedictino de Las Condes en recuerdo de uno de los arquitectos del maravilloso templo (*), un ladrón se llevó de mi auto mi laptop .
Tiene un sistema de reconocimiento automático de mi huella digital, sin ella, no se abre. Un chip antirrobo encapsula toda la información. Y si yo hubiera pagado, durante un año podría saber por internet dónde está el aparato.
Hice la denuncia a Carabineros y luego me fui directamente a la tienda del mall donde lo había comprado. Costó que alguno de los dependientes, de polera rosa y sobrepeso, se diera por enterado de mi presencia. Indagué sobre los sistemas antirrobo.
Las respuestas monosilábicas y su mirada lateral me convencieron de que no conocía las respuestas. Pero lo peor fue su falta de empatía. Y era un adulto, disponía de un aparato sensor mucho más sofisticado que cualquier máquina y también de una capacidad de comunicación superior a cualquier pantalla.
Me convencí de que, en algunos casos, es mejor tratar con una "vendomática" o una página de internet.
En fin, decidí no reemplazar mi computador y me compré un teclado para escribir velozmente en mi iPad. Por suerte, tampoco perdí demasiada información. Casi todo estaba respaldado en Dropbox.
Dropbox es como mi abuelita, que sabía dónde estaban todas las cosas. El software me ofrece sus cajones y roperos en "la nube", en internet, gratis mientras sean pocos documentos. Y los puedo sacar desde cualquier computador con acceso a la red. Dropbox me conoce y reconoce. Eso es casi empático.
Ya no me apena tanto perder mi laptop .
Mucho más me ha dolido perder al amigo, Jaime, por quien se celebraba la misa. Lo extraño, empatizábamos tanto y él era tan sabio. Algo que un laptop no conseguirá nunca, pero un vendedor humano podría desarrollar. Tengo su foto en mi escritorio.
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(*):  Se refiere al arquitecto Jaime Bellalta, recientemente fallecido en South Bend, Massachusetts (U.S.A) y que proyectara entre otras obras, las celdas de los monjes de la abadía benedictina de la Santísima Trinidad de Las Condes, una obra de gran calidad, la primera que se proyectó y construyó en el lugar  y que puso la impronta del magnífico conjunto que conforman el actual monasterio, coronado por esa joya que es la iglesia abacial, obra de los monjes Martín Correa y Gabriel Guarda, declarada Monumento Nacional.

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