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Se puede amar y ser feliz al mismo tiempo?‏



por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 28 de Abril de 2012  
http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/2012/04/28/myrna-soy-yo.asp
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¿Se puede amar y ser feliz al mismo tiempo? El dramaturgo Nelson Rodrigues decía que no. En rigor lo decía Myrna, aquel personaje femenino que Rodrigues encarnaba y que contestaba el consultorio sentimental del Diario da Noite en 1949. No fue el único heterónimo que empleó Rodrigues en su largo periplo por periódicos brasileros: también se hizo llamar Suzana Flag, María Amelia, Kalipsus Lucy. Cuando describió a Myrna en su primera aparición en el diario, formuló muchísimas preguntas: "¿Usted quiere saber quién es Myrna? ¿Si es vieja o es joven? ¿Si es fea o es bella? ¿Si nació en El Cairo o si adivina el futuro? Eso no interesa. El que está siendo sometido a proceso es usted. Usted sufre y eso basta. Usted tiene un amor infeliz. ¿De quién es la culpa? ¿Suya o del otro? Deme su nombre de pila y el nombre de pila de su pareja. La fecha de nacimiento de ambos. Y cuénteme su romance. Yo le contestaré con la verdad, sólo la verdad, presente y futura. Y si aún quiere saber quién es Myrna, le responderé: "Myrna soy yo. Apenas una mujer".
Como buen dramaturgo, Rodrigues explotaba una idea dramática y necesaria en sus piezas ásperas y provocadoras: no se puede amar y ser feliz al mismo tiempo.
Estoy a punto de terminar de escribir un libro de conversaciones con el Gato Gamboa, último director del diario Clarín. Es sabido que el Gato tenía a su cargo el consultorio sentimental de Clarín hasta el día del golpe, el 11 de septiembre de 1973. Él era el doctor Jean de Fremisse y asistía con humor y moral de hierro a ciudadanos desesperados, que en medio de la batalla política que había en Chile en esos días se tomaban el tiempo para consultar por sus dramas amorosos. Se hizo tan experto el Gato Gamboa en asuntos de pareja, que estando preso en el campo de concentración de Chacabuco, donde se hizo llamar el Doctor Caliche, ocupó parte de sus energías en asistir a otros detenidos escribiéndoles cartas sutiles a sus parejas para que ellas no les fueran infieles. El fantasma del amante intruso, o patas negras, asolaba a los presos. "Tanto así", dice El Gato, "que Franklin Quevedo, un comunista de tomo y lomo, escribió un cuento para un concurso que hicimos allá en donde decía que había que volver silbando a la casa para no pillar a tu mujer con las manos en la masa. Yo pensaba que si eso me pasaba, era un poco la ley de la vida y de lo que nos había tocado vivir. Muchas de ellas eran mujeres sin esperanza, y en esas circunstancias los consoladores aparecen como nata. Empecé escribiéndoles cartas a los más amigos, y terminé convertido en un experto, en un gran consejero. Al comienzo los gallos se equivocaban en el tono. Uno me mostró una vez la carta que le estaba escribiendo a su mujer, y era una sarta de insultos, ¡le volaba la raja! Lo convencí de que se fuera despacio por las piedras, que cultivara un tono más comprensivo. Las escribía enteras si ellos no sabían cómo hacerlo, o les arreglaba el original que ellos me pasaban para dejarlas en el tono justo. Los presos se complicaban enteros para decirles suavemente a sus parejas que no les pusieran el gorro, pero sin que se notara que ellos estaban enfermos de celos allá encerrados".
Una vez quise explorar el mundo de los consultorios sentimentales, y publiqué en estas mismas líneas, hace años, mi anhelo de cultivar el género. Recibí a los pocos días una larga carta de una profesional seria y acongojada que veía cómo su matrimonio se desmoronaba. Fue el único caso que alcancé a abordar. Almorzamos un día y escuché en vivo y en directo el relato. No tuve, como era de esperar, herramientas adecuadas para ayudarla a resolver su conflicto. Me declaré incompetente a poco de iniciada la conversación. Sentí el peso de la responsabilidad, imaginé a esa familia de carne y hueso en crisis y tuve pánico. Supe, en ese momento, que el único registro que admiten los consultorios sentimentales es el del humor y la literatura, como hace el Doctor Cariño en La Cuarta o Jean de Fremisse en Clarín o Myrna en el Diario da Noite. Abandoné la idea de ser consultor esa misma tarde, pero seguí leyendo todos los consultorios sentimentales que caían en mis manos. Se aprende mucho con ellos. Hay momentos en que incluso piensas como Myrna: que no se puede amar y ser feliz al mismo tiempo.

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