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Lenguaje que piensa


"A veces pienso, respecto de la literatura que se escribe hoy en Chile -en la cual el pensamiento crítico escasea o está simplemente ausente-, que esta dimensión es, quizás, la piedra de toque..."

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La escisión entre poesía y filosofía, entre palabra poética y palabra pensante, es un dato (trágico) originario de nuestra tradición cultural -"la vieja enemistad"-, vivida hoy como casi una "esquizofrenia", oscilando entre un polo extático-inspirado y un polo racional-consciente. Esta conjetura ilumina aspectos del desenvolvimiento tanto del pensamiento crítico como de la literatura del siglo XX, porque desde uno y otro de aquellos polos escindidos se llevaron a cabo esfuerzos de aproximación.

Del ángulo de la literatura, en poesía, teatro y narrativa del siglo XX se acuñó, en efecto, una poesía metafísica o filosófica, un teatro crítico y dialéctico y, muy especialmente, la novela-ensayo. De esta suerte de centauros culturales -hay que advertirlo- resultaron, en su mayoría, fracasos desde el ángulo literario, puesto que la poeticidad, dramaticidad o narratividad fueron reducidas a una mínima expresión, aplastadas por el componente racional, analítico y conceptual. Con todo, también entre esos grandes fracasos de la literatura de Occidente se cuentan algunas obras de arte de una envergadura todavía difícil de asir totalmente.

Entre estos magníficos proyectos de reconciliación me refiero, entre otros, a "En busca del tiempo perdido", "El hombre sin atributos", de Robert Musil; "La montaña mágica" y "Doctor Faustus", de Thomas Mann, y para mencionar a un contemporáneo, la casi entera obra de John Maxwell Coetzee, uno de los pensadores más poderosos de la actualidad.

En algunas de esas obras -es lo más usual-, aunque unidas en el texto, la palabra poética y la palabra pensante mantienen una existencia autónoma. A veces, por cierto, la integración está literariamente mejor lograda, pero incluso en esos casos es posible separar la una de la otra. "La montaña mágica", por ejemplo, contiene esas inolvidables discusiones (complejas y finas) entre el señor Settembrini y Naphta, una suerte de diálogo platónico inserto en la novela, muy bien inserto porque es coherente con la característica de los personajes y tiene una perfecta sintonía con el fondo de la trama. Sin embargo, es posible extraerlos, son discursos autónomos, son injertos en el árbol de la novela.

Un intento más radical y subterráneo de fusión es el que aborda Kafka. Se trata de una narración que piensa, o de pensamiento narrado. El mundo narrativo de Kafka, clausurado y absurdo, pero no exento de un extraño y permanente sentido del humor, tiene un potencial crítico y pensante fabuloso. En él resulta imposible escindir la historia, los espacios y los personajes del pensamiento. La reflexión está encarnada en él.

A veces pienso, respecto de la literatura que se escribe hoy en Chile -en la cual el pensamiento crítico escasea o está simplemente ausente-, que esta dimensión es, quizás, la piedra de toque.

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