El resplandor mortecino
de tonos acanelados
reflejado en las hojas caídas
de comienzos del otoño.
La hermosura de la luz
y tibieza del ocaso
que se filtra con delicadeza
por el entablado del suelo.
Sostenidos por la pura luz
al igual que el polvo suspendido
que confiere riqueza cromática
a esta hora en que el día se despide.
Nos despedimos también nosotros
como el polvo enamorado de Quevedo,
cerrando los ojos para conservar en la memoria
el tesoro de tanta serena y conmovedora belleza.
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