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Curiosidad y los niños que fuimos alguna vez...‏


Los niños que fuimos alguna vez y los que lo son hoy -basta detenerse a observarlos un rato- están rebosantes de curiosidad. Y ese es su talante natural. Nacen así, nacemos así. No en vano Aristóteles inicia su "Metafísica" -uno de los textos más influyentes del pensar de Occidente- con el célebre enunciado: "Todos los hombres desean por naturaleza saber". En otras palabras, todos los hombres son naturalmente niños. De otro modo, sin ese apetito básico, no se explicaría el impulso espectacular del saber y la cultura humanas.

Cuando niños nos arrojan a la vida, pero nadie nos enseña a vivir y, así, el entorno en que nos tocó nacer y los cambios que experimentamos y que aquel experimenta nos plantean un sinnúmero de enigmas, interrogantes y problemas acuciantes. Todo es asombroso para un niño, lo que quiere decir que todo está lleno de preguntas. Lo triste es que ya al llegar a la universidad, la mayor parte de esa curiosidad ha desaparecido. ¡Qué difícil es suscitar (iba a decir "arrancar") una pregunta de un joven! ¡Qué inusual es lograr despertar su asombro!

La pregunta es, por lo tanto: ¿Adónde va a parar la curiosidad perdida de los niños? A las tediosas horas de las escuelas. La literatura que se ha elaborado sobre el aprendizaje es concluyente: no hay enseñanza duradera y profunda si no es capaz de ligar el saber y las habilidades que se enseñan a los intereses y problemas actuales y concretos del alumno. Un programa educacional que se plantea sobre la premisa de que la utilidad, interés o gusto de lo que se enseña ahora solo lo va a entender el educando décadas después está destinado al fracaso.

Es un error grave esperar que los alumnos van a asimilar las respuestas que se les imponen a preguntas que formularon otros, y que ni siquiera se vuelven a plantear, porque el descubrimiento de una respuesta o solución a las propias preguntas y enigmas reales es lo esencial al aprendizaje.

El currículum nacional unificado (que aunque opcional en el papel, se aplica en casi la totalidad de las escuelas públicas) presupone la uniformidad del niño y de su contexto cultural, siendo que cada niño es un individuo que trae sus propias preguntas, tiene su propio ritmo, sigue un itinerario propio de interrogación y descubrimiento.

Enseñar, no embutir. Enseñar es orientar la curiosidad hacia las respuestas que nos legaron nuestros antepasados y que son admirables por su utilidad, belleza, sabiduría o bondad. Si las escuelas no ponen atención al mar de preguntas que trae el niño, porque están urgidas por "pasar" el currículum y lograr buenos resultados en las distintas "evaluaciones", ese mar seguirá extinguiéndose.

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