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La Providencia europea



por Miguel Laborde

Diario El Mercurio, sábado 2 de marzo de 2013

Dos o tres amigos, o amigas, profesionales jóvenes, también parejas recién casadas, de una generación más "urbanita" que la anterior, más peatonal y ciclística, de cafés y restaurantes, se están concentrando en Providencia; una demanda que ya supera la oferta.
¿Qué encuentran ahí, especialmente en las zonas desarrolladas por Ricardo Lyon y Loreto Cousiño, entre las avenidas Pedro de Valdivia y Tobalaba? Precisamente, un urbanismo de origen europeo, muy diferente al modelo estadounidense, pensado para el automóvil, que se impuso hacia la cordillera. Según un estudio reciente de la Universidad de New Hampshire, quienes viven en barrios más caminables se sienten más felices e, incluso en Estados Unidos, ya crece esta tendencia, más sana y sostenible, proclive al peatón y el ciclista.
El origen de Providencia está cercano; hay residentes que han vivido en el mismo lugar durante ocho décadas y recuerdan sus comienzos, en los años 30. Es el caso de Tetis Robba de Martelli, siempre residente del edificio familiar ubicado en la esquina de Carlos Antúnez -calle que se llamaba Margarita y solo llegaba hasta ahí- con Luis Thayer Ojeda; al frente estaba la casa de Ernesto Barros Jarpa y hacia el oriente el campo. Pocuro se llamaba Luis Cousiño y Eliodoro Yáñez era Las Lilas.
A la italiana, en sus departamentos alberga a varios miembros de la extensa familia, de diversas generaciones; algunos entran y salen de allí, como la actriz Manuela Martelli, nieta de la matriarca.
Al cine europeo le gusta rescatar épocas y lugares, tendencia que también ha enriquecido su turismo; daría para una película, o un museo, esa Providencia de inmigrantes italianos, ingleses, franceses, alemanes, construyendo colegios o estadios, compitiendo cada año con las mejores flores de sus antejardines, mientras la prensa -años 30 y 40- daba cuenta de cómo sus compatriotas se daban muerte en los campos de batalla. El de acá fue un espacio de convivencia, sin fronteras, en el que surgió una manera mixta de vivir, con algo de cada uno.
Las etnias lograron nombres de calles que las representan, cercanas todas: la danesa Elsa Larsen batió un record, consiguió cuatro (Dinamarca, Copenhague, Groenlandia y Rey Cristián); el rumano Catone Nicoreanu obtuvo una para la reina Paulina, cuyo seudónimo literario era Carmen Sylva; la Embajada de Suecia solicitó la que lleva el nombre de su país y un italiano, José Barchi, consiguió la de Génova. Otro europeo evocó a Dalmacia, otro a Ginebra, un tercero a La Brabanzona (himno belga), el francés Eugene Mettais a Normandía, y el vasco José Erenchun a los Pirineos y Vasconia.
La comuna registró los cambios de la guerra, con listas negras de empresas alemanas y el cierre de su estadio en Avenida Los Leones, o el cambio de nombre del Parque Japonés (a Gran Bretaña), pero sin romper la paz comunal gracias a la cultura común que se había logrado.
La nueva "fauna humana" es más alta y atlética que la anterior, los que trotan o pedalean portan objetos tecnológicos, pero el propósito es finalmente el mismo; vivir en un espacio social, que se comparte con otros, y no en casas aisladas cuya vegetación rechaza la cercanía de los demás.
Un caso español: www.peatonesdesevilla.org
 Guerra Mundial
Daría para una película esa Providencia de inmigrantes europeos, construyendo colegios o estadios, compitiendo con las mejores flores de sus antejardines, mientras la prensa -años 30 y 40- daba cuenta de cómo sus compatriotas se daban muerte en los campos de batalla.

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