por Héctor Soto
Publicado en el suplemento de Reportajes, 16 de marzo del 2013
Como
no hay plazo que no se cumpla, Michelle Bachelet vive sus últimos días
de silencio político en Nueva York. Antes que termine el mes vendrá a
Chile y, aparte de explicitar su disposición a asumir la candidatura
presidencial, algo tendrá que decir. Lo más probable es que hable poco.
Si el silencio ha tenido para ella rendimientos políticos formidables, a
todas luces sería un error romperlo por completo y súbitamente. En su
caso, el misterio ayuda, entre otras cosas, porque hasta ahora -más que
una candidata- la ex mandataria es un mito. Y los mitos florecen en la
ausencia, en las explicaciones nebulosas y en las conjeturas difíciles
de probar.
Con todo, la política alguna disciplina tiene. Esto no es puro aire ni voladores de luces. El entorno de Bachelet y ella misma saben que aquí hay un cuando -ahora, a fin de mes-, un cómo, un dónde, un con quiénes y un para qué. Desde luego nadie le va a exigir a la ex presidenta que clarifique todo esto de un día para otro. Pero lo va a tener que hacer y más vale que lo tenga claro de partida. La fase de la elusión política terminó. Habrá sido discutible en términos de ética política, pero fue linda mientras duró. Ahora la candidata tendrá que entrar a definirse.
La gran incógnita que plantea el regreso de Bachelet a la política chilena es si hará un gobierno parecido o muy distinto del que hizo entre el 2006 y el 2010. Lo que ella ha estado diciendo es que el actual ciclo político se agotó y que ahora el país debiera entrar a una nueva fase. Dicho así, el enunciado ciertamente da para cualquier cosa. Puede significar que la Concertación tendrá que ser desmantelada o refundada sobre la base de fronteras más amplias. Puede querer decir que el eje en su segundo gobierno se correría más a la izquierda. Puede dar motivos para pensar que hay que cambiar a como dé lugar -por las buenas, pero también por las malas- el sistema político. Puede hablar de la necesidad de que el modelo económico ponga las barbas en remojo. Puede incluso tener resonancias de asamblea constituyente y de un gobierno obediente a la ley de la calle, que es el sueño húmedo de la izquierda más ultra. Puede, en fin, querer decir muchas cosas. La candidata, qué duda cabe, va a tener que entregar más luces al respecto.
El dato del con quiénes también va a ser crucial. La mayor parte de la cátedra considera que esta interrogante ya está clarificada. Bachelet no ha cambiado de tribu y, lejos de eso, más bien la ha depurado. No se diría que su entorno actual sea más amplio que el que la acompañó hace cuatro años. Al revés: es más reducido. Para decirlo en corto, entró Ernesto Ottone, pero salió Velasco. Y la poca gente de la Concertación que la blindó en la parte final de su gobierno hoy está en ascuas. No saben si acercarse mucho, porque en estos momentos eso podría molestar y podrían quemarse, y al mismo tiempo temen que mantenerse muy distantes, al ser leído como indiferencia, les pueda significar quedar fuera de un proceso en el que legítimamente quieren estar. Más allá del núcleo duro, hoy por hoy el bacheletismo es un terreno minado. Por eso las dirigencias andan como pisando huevos.
Van a ser los rostros más que los discursos o los enunciados programáticos el factor determinante en la primera etapa de la campaña. Ella está muy empeñada en traer aire fresco y gente distinta. Es de las que cree que la generación que hizo la transición ya debería estar de regreso en casa, luego de haber cedido sus posiciones a una generación menos marcada por los dilemas de autoritarismo y democracia y más sensible a las demandas actuales de transparencia, equidad y protección de la ciudadanía.
Sin embargo, fue precisamente en ese propósito donde al gobierno de Bachelet no le fue bien. En contra de sus promesas, fueron muchos los que se repitieron el plato y fueron pocas las caras nuevas.
Para una persona básicamente desconfiada como es la ex mandataria, la tarea de tener que renovar equipos no es fácil. Pero es un desafío decisivo. Nadie podría creer que el gobierno va a ser distinto si la candidata es la misma y su equipo vuelve a ser igual. Hay que ser justos, sin embargo: en el cepo de la falta de renovación está atrapada desde hace años toda la política chilena, no sólo la Bachelet de ayer y la de ahora. Este es un problema serio. La falta de tiraje en la chimenea enrareció definitivamente el ambiente en el salón y un sector importante de la ciudadanía comienza a mostrar síntomas de asfixia.
La última de las clarificaciones va a ser probablemente el programa, el para qué. En esto Bachelet -que es la dueña de los votos- tiene la sartén por el mango y un amplio margen no para la retórica, pero sí para las generalidades. Lo normal es que las candidaturas se tomen mucho tiempo en construir sus propuestas programáticas e incluso está bien visto que lo hagan a través de tortuosos procesos de consulta popular y trabajo tecnocrático que terminan limando textos de mamotretos enormes que al final nadie lee.
Como ha estado mucho tiempo ausente, vienen días complejos para Michelle Bachelet.
Todo lo que haga y no haga, todo lo que diga y no diga, todo lo que muestre u oculte. será leído en términos políticos. Que se juntó con éste, que evitó a aquél, que fue a la casa de zutana, que salió temprano o que llegó tarde. Por mucho que así sea con todos los políticos, con ella lo va a ser más en las próximas semanas. La ausencia fue muy larga. Y la expectativa, muy grande.
Con todo, la política alguna disciplina tiene. Esto no es puro aire ni voladores de luces. El entorno de Bachelet y ella misma saben que aquí hay un cuando -ahora, a fin de mes-, un cómo, un dónde, un con quiénes y un para qué. Desde luego nadie le va a exigir a la ex presidenta que clarifique todo esto de un día para otro. Pero lo va a tener que hacer y más vale que lo tenga claro de partida. La fase de la elusión política terminó. Habrá sido discutible en términos de ética política, pero fue linda mientras duró. Ahora la candidata tendrá que entrar a definirse.
La gran incógnita que plantea el regreso de Bachelet a la política chilena es si hará un gobierno parecido o muy distinto del que hizo entre el 2006 y el 2010. Lo que ella ha estado diciendo es que el actual ciclo político se agotó y que ahora el país debiera entrar a una nueva fase. Dicho así, el enunciado ciertamente da para cualquier cosa. Puede significar que la Concertación tendrá que ser desmantelada o refundada sobre la base de fronteras más amplias. Puede querer decir que el eje en su segundo gobierno se correría más a la izquierda. Puede dar motivos para pensar que hay que cambiar a como dé lugar -por las buenas, pero también por las malas- el sistema político. Puede hablar de la necesidad de que el modelo económico ponga las barbas en remojo. Puede incluso tener resonancias de asamblea constituyente y de un gobierno obediente a la ley de la calle, que es el sueño húmedo de la izquierda más ultra. Puede, en fin, querer decir muchas cosas. La candidata, qué duda cabe, va a tener que entregar más luces al respecto.
El dato del con quiénes también va a ser crucial. La mayor parte de la cátedra considera que esta interrogante ya está clarificada. Bachelet no ha cambiado de tribu y, lejos de eso, más bien la ha depurado. No se diría que su entorno actual sea más amplio que el que la acompañó hace cuatro años. Al revés: es más reducido. Para decirlo en corto, entró Ernesto Ottone, pero salió Velasco. Y la poca gente de la Concertación que la blindó en la parte final de su gobierno hoy está en ascuas. No saben si acercarse mucho, porque en estos momentos eso podría molestar y podrían quemarse, y al mismo tiempo temen que mantenerse muy distantes, al ser leído como indiferencia, les pueda significar quedar fuera de un proceso en el que legítimamente quieren estar. Más allá del núcleo duro, hoy por hoy el bacheletismo es un terreno minado. Por eso las dirigencias andan como pisando huevos.
Van a ser los rostros más que los discursos o los enunciados programáticos el factor determinante en la primera etapa de la campaña. Ella está muy empeñada en traer aire fresco y gente distinta. Es de las que cree que la generación que hizo la transición ya debería estar de regreso en casa, luego de haber cedido sus posiciones a una generación menos marcada por los dilemas de autoritarismo y democracia y más sensible a las demandas actuales de transparencia, equidad y protección de la ciudadanía.
Sin embargo, fue precisamente en ese propósito donde al gobierno de Bachelet no le fue bien. En contra de sus promesas, fueron muchos los que se repitieron el plato y fueron pocas las caras nuevas.
Para una persona básicamente desconfiada como es la ex mandataria, la tarea de tener que renovar equipos no es fácil. Pero es un desafío decisivo. Nadie podría creer que el gobierno va a ser distinto si la candidata es la misma y su equipo vuelve a ser igual. Hay que ser justos, sin embargo: en el cepo de la falta de renovación está atrapada desde hace años toda la política chilena, no sólo la Bachelet de ayer y la de ahora. Este es un problema serio. La falta de tiraje en la chimenea enrareció definitivamente el ambiente en el salón y un sector importante de la ciudadanía comienza a mostrar síntomas de asfixia.
La última de las clarificaciones va a ser probablemente el programa, el para qué. En esto Bachelet -que es la dueña de los votos- tiene la sartén por el mango y un amplio margen no para la retórica, pero sí para las generalidades. Lo normal es que las candidaturas se tomen mucho tiempo en construir sus propuestas programáticas e incluso está bien visto que lo hagan a través de tortuosos procesos de consulta popular y trabajo tecnocrático que terminan limando textos de mamotretos enormes que al final nadie lee.
Como ha estado mucho tiempo ausente, vienen días complejos para Michelle Bachelet.
Todo lo que haga y no haga, todo lo que diga y no diga, todo lo que muestre u oculte. será leído en términos políticos. Que se juntó con éste, que evitó a aquél, que fue a la casa de zutana, que salió temprano o que llegó tarde. Por mucho que así sea con todos los políticos, con ella lo va a ser más en las próximas semanas. La ausencia fue muy larga. Y la expectativa, muy grande.
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