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Las campanas de Poitiers


por Jorge Edwards
Diario La Segunda, Viernes 15 de Marzo de 2013
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2013/03/15/las-campanas-de-poitiers.asp



Leo libros y documentos de toda clase, diarios personales, correspondencias, ensayos históricos, novelas, sobre los tiempos de la ocupación de París y la liberación durante la Segunda Guerra Mundial. A cada rato encuentro detalles nuevos, historias desconocidas o mal conocidas. A partir de todos estos datos, construyo un relato ficticio, pero que tiene relación con Francia y con Chile, con personajes chilenos que se quedaron en la Francia ocupada. Cuando las fuerzas aliadas, encabezadas por los blindados franceses del general Leclerc, llegaron a la plaza del Hotel de Ville, el municipio de París, un día de finales de agosto de 1944, y mientras los soldados alemanes, que habían impuesto leyes de hierro, que habían fusilado a decenas de rehenes en las madrugadas, escapaban como ratas, las campanas de las iglesias, las de Notre-Dame y San Roque, las de San Sulpicio y San Gervasio, las de la Madeleine, se pusieron a tocar a rebato. Fue el primer signo de la liberación de la ciudad. Los parisinos salieron a las calles, llorando de emoción, cantando la Marsellesa, abrazándose, celebrando con champagne. Algunos, claro está, habían tenido que esconderse, puesto que la tortilla se había dado vuelta.



Pues bien, participo en una sala de cine, en la ciudad de Poitiers, en una discusión sobre No, la película de Pablo Larraín, que causa expectación en casi toda Francia, como si la salida de dictadura de Chile, hace ya alrededor de 25 años, tuviera alguna relación directa con la memoria histórica de este país. Salimos a medianoche a las calles glaciales, mareados, cansados de hablar, de polemizar, y las campanas de las iglesias, las de hermosas torres medievales, renacentistas, barrocas, se ponen a tocar a coro. Es que tenemos Papa, explican por ahí, Habemus Papam, y lo más notable de todo es que tenemos Papa jesuita y argentino. En la sala de cine, junto a un profesor de ciencias políticas y a un periodista de izquierda, que sostenía que la transición chilena había sido completamente insuficiente, que el “sí”, a pesar de las apariencias, había ganado, y ante las preguntas puntudas de sectores del público, chilenos que afirmaban con toda seriedad, con terquedad digna de mejor causa, que el exilio político todavía no terminaba entre nosotros, había salido a relucir la mitad de nuestra historia moderna. Se había hablado, por extraño que parezca, y en un recinto del centro de la ciudad de Poitiers, de Salvador Allende y del Padre Hurtado, de San Alberto Hurtado, y ahora las campanas se lanzaban a volar por el Papa de Argentina.



Parecen coincidencias puras, y no lo son tanto. América Latina estuvo de moda en Francia, en toda Europa, en los comienzos de la revolución cubana, en la época del “boom” de la novela latinoamericana, en la de Salvador Allende y el golpe de Estado, y pasó en los años que siguieron a segundo o a tercer plano. Ahora, en los últimos tres o cuatro años, se notaban síntomas de que el interés por América Latina volvía. Entre otras cosas, por las buenas noticias de la economía de algunos de nuestros países, por la irrupción del Brasil en el primer plano mundial, por el cambio de gobierno en México y por un más bien largo etcétera. Si uno observa con atención las repercusiones de la elección del nuevo Papa, comprueba que el episodio eclesiástico ha confirmado una tendencia. Un Papa progresista, un Papa de los pobres, de vida austera, coincide de algún modo con los grandes temas nuestros: con figuras emblemáticas como Gabriela Mistral, el Padre Hurtado, el Salvador Allende de la leyenda, que hasta cierto punto forma parte de un imaginario europeo. El protestantismo evangélico había progresado en nuestra región, en contraste con teologías avanzadas, que atacaban el “establishment” católico desde otras posiciones. Parece que la elección del nuevo Papa, Francisco, es un golpe de timón ideológico, efectuado con mano fina, con diplomacia equilibrada, por el cónclave, y un regreso de América del Sur al primer plano mundial. Los europeos de ahora somos nosotros, dijo Jorge Luis Borges en una oportunidad. Hay que tener en cuenta que Borges hablaba siempre en tono de metáfora y medio en broma, es decir, empleando la broma para decir verdades. Nos alejamos del antiguo centro, que era siempre Europa, y parece que Europa, ahora, en medio de su profunda crisis, que no sólo es una crisis de la economía, siente de algún modo la necesidad de acercarse a nosotros. El otro día, en la Casa de América Latina de París, el Presidente boliviano, Evo Morales, dijo que cuando Occidente dominaba las economías del tercer mundo no había crisis, y que ahora, cuando no las domina por completo, ha entrado en una crisis profunda. El hombre demostró alta agudeza y sentido del humor, pero tenemos que interpretar el humor a sabiendas de que es algo serio. De lo contrario, corremos el peligro de caer en la tontería grave, y tampoco se trata de eso. Habemus Papam de las vecindades, y el episodio es un cambio que debemos saludar con alegría.

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