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La esencia, el núcleo de la Santa Misa en once oraciones.‏


En el Calvario, 
Nuestro Señor, Sacerdote y Víctima, 
se ofrece a su Padre celestial, 
derramando su Sangre, 
que quedó entonces separada de su Cuerpo. 

Cumplió así, hasta el final, la voluntad del Padre.

Para meditar sobre la unidad que existe 
entre el Sacrificio de la Cruz y la Santa Misa, 
fijemos nuestra atención en la oblación interior 
que Cristo hace de Sí mismo, con una 
total entrega y sumisión amorosa a su Padre. 

La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz 
son el mismo y único sacrificio, 
aunque estén separados en el tiempo; 
se vuelve a hacer presente, 
no las circunstancias 
dolorosas y cruentas del Calvario, 
sino la total sumisión amorosa 
de Nuestro Señor 
a la voluntad del Padre. 

Ese ofrecimiento interno de Sí mismo 
es idéntico en el Calvario y en la Misa: 
es la oblación de Cristo. 

Es el mismo Sacerdote, 
la misma Víctima, 
la misma oblación y sumisión 
a la voluntad de Dios Padre; 
cambia la manifestación externa 
de esta misma entrega: 
en el Calvario, a través 
de la Pasión y Muerte de Jesús; 
en la Misa, por la separación sacramental, 
no cruenta, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo 
mediante la transustanciación del pan y del vino.

El sacerdote en la Misa 
es únicamente el instrumento de Cristo, 
Sumo y Eterno Sacerdote. 

Cristo se ofrece a Sí mismo 
en cada una de las Misas 
del mismo modo 
que lo hizo en el Calvario, 
aunque ahora lo hace 
a través de un sacerdote, 
que actúa in persona Christi.

Por eso «toda Misa, 
aunque sea celebrada 
privadamente por un sacerdote, 
no es acción privada, 
sino acción de Cristo y de la Iglesia, 
la cual, en el sacrificio que ofrece, 
aprende a ofrecerse a sí misma 
como sacrificio universal, 
y aplica a la salvación del mundo entero 
la única e infinita virtud redentora 
del sacrificio de la Cruz».

El mismo Cristo, 
en cada Misa, 
se ofrece manifestando 
la amorosa entrega a su Padre celestial, 
expresada ahora por la Consagración del pan 
y, separadamente, la Consagración del vino. 

Este es el momento culminante 
–la esencia, el núcleo– de la Santa Misa.

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