Meditación del día de Hablar con Dios
Cuaresma. 5ª semana. Viernes
Pasión de Nuestro Señor
Pasión de Nuestro Señor
LA ORACIÓN EN GETSEMANÍ
— Jesús en Getsemaní. Cumplimiento de la Voluntad del Padre.
— Necesidad de la oración para seguir de cerca al Señor.
— Primer
misterio de dolor del Santo Rosario. La contemplación de esta escena nos
ayudará a ser fuertes en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
I. Después
de la Última Cena, Jesús y los Apóstoles recitan los salmos de acción
de gracias, como era costumbre. Y la pequeña comitiva se pone en marcha
en dirección a un huerto cercano, llamado de los Olivos. Jesús había
advertido a Pedro y a los demás que, esa noche, todos –de un modo u
otro– le negarán dejándole solo.
Llegan a
una finca llamada Getsemaní. Y dice a sus discípulos: Sentaos aquí,
mientra hago oración. Y llevándose a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó
a sentir pavor y a angustiarse. Y les dice: Mi alma está triste hasta
la muerte; quedaos aquí y velad1. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra2.. Jesús siente una inmensa necesidad de orar. Se detiene junto a unas rocas y cae abatido: Se postró en tierra3, escribe San Marcos. San Lucas nos dice: se puso de rodillas4, y San Mateo precisa más: se postró rostro en tierra5,
aunque de ordinario los judíos oraban de pie. Jesús se dirige a su
Padre en una oración cargada de confianza y ternura, en la que se
entrega totalmente a Él: Padre mío, le dice. Si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú.
Poco tiempo antes les había comunicado a sus discípulos. Mi alma está triste hasta la muerte;
estoy sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Así sufre
Jesús: Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de
todos los hombres.
Tomó como
si fueran suyos los pecados de los hombres, y se prestó a pagar
personalmente todas nuestras deudas. Todas: las debidas por los pecados
ya cometidos, las debidas por los que se estaban cometiendo en aquel
momento, y las deudas de los pecados que se cometerían hasta el final de
los tiempos.
El Señor
no solo salió fiador de culpas ajenas, sino que se hizo tan uno con
nosotros como es la cabeza con el cuerpo: «quiso que nuestras culpas se
llamasen culpas suyas; por eso no solamente pagó con su sangre, sino con
la vergüenza de esos pecados»6. Todas estas causas de sufrimiento eran captadas en toda su intensidad por el alma de Cristo.
Miramos en silencio cómo sufre Jesús: Y entrando en agonía oraba con más intensidad7. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna!
Jesús entra en agonía y llega a derramar sudor de sangre. «Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre.
»De
rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y
por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres»8.
Pero su confianza en el Padre no desfallece, y persevera en oración.
Cuando el cuerpo parece que ya no puede resistir, vendrá un ángel a
confortarlo. La naturaleza humana del Señor se nos muestra en esta
escena con toda su capacidad de sufrimiento.
En nuestra
vida puede haber momentos de lucha más intensa, quizá de oscuridad y de
dolor profundo, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con
tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos
nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos: abrazarnos a la
Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condición de ninguna clase,
e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración
perseverante.
«Jesús ora en el huerto: Pater mi (Mt 26, 39), Abba, Pater! (Mt
14, 36). Dios es mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con
ternura, aun hiriéndome. Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del
Padre... Y yo, que quiero también cumplir la Santísima Voluntad de Dios,
siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré quejarme, si encuentro por
compañero de camino al sufrimiento?»9.
II. Jesús
nos contempla en aquella noche con una simple mirada. Mira las almas y
los corazones a la luz de su sabiduría divina. Ante sus ojos desfila el
espectáculo de todos los pecados de los hombres, sus hermanos. Ve la
deplorable oposición de tantos que desprecian la satisfacción que Él
ofrece por ellos, la inutilidad para muchos de su sacrificio generoso.
Siente una gran soledad y dolor moral por la rebeldía y la falta de
correspondencia al Amor divino.
Por tres veces busca la compañía en la oración de aquellos tres discípulos. Velad conmigo, estad a mi lado, no me dejéis solo, les había pedido. Y al volver los encontró dormidos, pues sus ojos estaban pesados; y no sabían qué responderle10.
Quizá busca en aquel tremendo desamparo un poco de compañía, de calor
humano. Pero los amigos abandonaron al Amigo. Era aquella una noche para
estar en vela, para estar en oración; y se duermen. No aman aún
bastante y se dejan vencer por la debilidad y por la tristeza, y dejan a
Jesús solo. No encuentra el Señor un apoyo en ellos; habían sido
escogidos para eso y fallaron.
Hemos de
rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de
intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar
nosotros a merced del enemigo. ¿Por qué dormís?, les dice –nos dice también a nosotros–. Levantaos y orad para no caer en la tentación11.
Por eso le decimos a Jesús: «Si ves que duermo; si descubres que me
asusta el dolor; si notas que me paro al ver más de cerca la Cruz, ¡no
me dejes! Dime como a Pedro, como a Santiago, como a Juan, que necesitas
mi correspondencia, mi amor. Dime que para seguirte, para no volver a
dejarte abandonado con los que traman tu muerte, tengo que pasar por
encima del sueño, de mis pasiones, de la comodidad»12.
Nuestra
meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes
ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y
vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos nos
encontraríamos en manos del enemigo, perderíamos la alegría y nos
veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
También hoy Jesús desea nuestra compañía. Y «sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!»13;
nuestra experiencia personal nos lo dice. Pero si nos hacemos fuertes
en nuestro trato diario con Él, podremos decirle con certeza: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré14.
Pedro no pudo cumplir su promesa aquella noche, entre otras cosas,
porque no perseveró en la oración que le pedía su Señor. Después de su
arrepentimiento, sería fiel a su Maestro hasta dar la vida por Él, años
más tarde.
III. La
contemplación de esta escena de la Pasión puede ayudarnos mucho a ser
fuertes para no dejar nunca nuestra oración diaria, y para cumplir la
Voluntad de Dios en cosas que nos cuesten. ¡Señor, que no se hagan las cosas como yo quiero, sino como quieres Tú! «Jesús, lo que tú “quieras”... yo lo amo»15, le decimos hoy con toda sinceridad.
Los santos
han sacado mucho provecho para sus almas de este pasaje de la vida del
Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración de Jesús en
Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y
tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas
escenas, mientras esperaba el martirio de su decapitación por ser fiel a
su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades,
grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. Escribía este santo en la
prisión: «Sabía Cristo que muchas personas de constitución débil se
llenarían de terror ante el peligro de ser torturadas y quiso darles
ánimos con el ejemplo de su propio dolor, su propia tristeza, su
abatimiento y miedo inigualable (...).
»A quien
en esta situación estuviera, parece como si Cristo se sirviera de su
propia agonía para hablarle con vivísima voz: Ten valor, tú que eres
débil y flojo, y no desesperes. Estás atemorizado y triste, abatido por
el cansancio y el temor al tormento. Ten confianza. Yo he vencido al
mundo, y a pesar de ello sufrí mucho más por el miedo y estaba cada vez
más horrorizado a medida que se avecinaba el sufrimiento (...).
»Mira cómo
marcho delante de ti en este camino tan lleno de temores. Agárrate al
borde de mi vestido, y sentirás fluir de él un poder que no permitirá a
la sangre de tu corazón derramarse en vanos temores y angustias; hará tu
ánimo más alegre, sobre todo cuando recuerdes que sigues muy de cerca
mis pasos –fiel soy, y no permitiré que seas tentado más allá de tus
fuerzas, sino que te daré, junto con la prueba, la gracia necesaria para
soportarla–, y alegra también tu ánimo cuando recuerdes que esta
tribulación leve y momentánea se convertirá en un peso de gloria
inmenso»16. Esto lo escribe quien sabe será decapitado pocos días después.
Nosotros
podemos sacar hoy el propósito de contemplar frecuentemente, quizá cada
día, este momento de la vida del Señor, el primer misterio de dolor del
Santo Rosario. De modo particular puede ser tema de nuestra oración
cuando nos cueste un poco más saber descubrir la Voluntad de Dios en los
acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con
frecuencia a modo de jaculatoria: «Volo quidquid vis, volo quia vis... Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras»17.
1 Mc 14, 32-34. — 2 Lc 22, 41. — 3 Mc 14, 35. — 4 Lc 22, 41. — 5 Mt 26, 39. — 6 L. de la Palma, La Pasión del Señor, Palabra, 6ª ed., Madrid 1971, p. 48. — 7 Lc 22, 44. — 8 San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, 11ª ed., Primer misterio doloroso. — 9 ídem, Vía Crucis, I, 1. — 10 Mc 14, 40. — 11 Lc 22, 46. — 12 M. Montenegro, Vía Crucis, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, p. 22. — 13 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 89. — 14 Mc 14, 31. — 15 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 773. — 16 Santo Tomás Moro, La agonía de Cristo, in. loc. — 17 Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI.
Padre Francisco Fernández-Carvajal
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS